Martín Faz Mora
El 2 de octubre, en tanto momento culminante del movimiento estudiantil del sesenta y ocho, representa sin duda un hito en la historia del México contemporáneo.
Tal movimiento, a pesar de su derrota y aniquilación en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, representa el punto de partida del quiebre hegemónico del PRI y el régimen post revolucionario que, cincuenta años después, tras una larga marcha han conducido a una vuelta de tuerca en la vida política nacional en la que nuevas y distintas hegemonías le conducen.
Estos cincuenta años encuentran en otros hechos y fechas simbólicas el arduo y difícil tejido de la ruptura hegemónica tanto política como social. En tanto procesos históricos, por supuesto que no existe con precisión “una fecha” en que hayan “ocurrido”, como si de un cumpleaños individual se tratara, las fechas son solo referentes con una carga simbólica, desde luego.
Entre tales fechas están diversos procesos electorales, los del: 1º de julio de 1979, cuando por primera vez contienden partidos de izquierda y mediante el sistema de plurinominales empiezan a tener presencia significativa la oposición política partidista; el 6 de julio de 1988, con el surgimiento del cardenismo y el fraude electoral para imponer a Carlos Salinas de Gortari quien aspiró a una recomposición hegemónica en alianza con el PAN; el 6 de julio de 1997, en cuyas elecciones por primera vez el PRI no tuvo la mayoría del congreso federal iniciándose así la lenta pero inexorable alternancia electoral; el 2 de julio del 2000, con la primera derrota presidencial del PRI y el arribo de Fox a la presidencia, a pesar de la irresponsable dilapidación de la esperanza depositada en él, tal fecha representa un hito político; el 2 de julio del 2006 y la pírrica victoria de Calderón que supuso una elección profundamente cuestionada por el papel jugado por las autoridades electorales así como los poderes fácticos empresariales para impedir la alternancia electoral en la presidencia por parte de la izquierda encabezada por López Obrador; hasta la más reciente del 1 de julio del 2018 con su irrebatible e incuestionada victoria.
Todos estos momentos supusieron una enorme movilización de energía social que se nutrió de muchos otros procesos de cambio, crisis y ruptura. Entre otros: el 10 de junio de 1971, día del “halconazo” cuando quedó en claro que el régimen priísta no cedería en forma alguna al repertorio de la protesta social, lo que catalizaría tanto el surgimiento de la guerrilla urbana y campesina, como la guerra sucia del Estado para su violenta represión; el 1º de enero de 1994, una fecha marcada por dos vertientes, acaso contradictorias, por un lado el levantamiento armado del zapatismo en Chiapas y por otro la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica que ha transformado profundamente la vida del país; el “error de diciembre de 1994” con la insolvencia económica del país que tuvo graves efectos económicos en la sociedad mexicana; el 11 de diciembre del 2006 cuando a diez días de asumir la presidencia Felipe Calderón, urgido de legitimidad por su cuestionada victoria, anunciaba el inicio de la “guerra contra el narcotráfico” fallida estrategia que ha marcado a sangre y fuego estos terribles años.
La larga marcha que dio inicio aquél 2 de octubre de 1968 con la violenta represión del movimiento estudiantil encuentra, cierto, un sistema político bien distinto al de entonces, pero la ruptura hegemónica también trajo aparejada una problemática político-social grave y compleja particularmente con la aparición de amplios espacios geográficos y políticos que escapan al control institucional. El más reciente Informe sobre la Situación de los derechos humanos en México, de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (2016) señala con precisión que: “México atraviesa una grave crisis de violencia y de seguridad desde hace varios años. Durante el gobierno del ex presidente Felipe Calderón y el inicio en el 2006 de la llamada “guerra contra el narcotráfico”, las graves situaciones de violencia aumentaron hasta alcanzar niveles alarmantes, incluyendo la consecuente pérdida de más de cien mil personas, miles de desapariciones y un contexto que ha provocado el desplazamiento de miles de personas en el país”.
A cincuenta años de aquél 2 de octubre, tras una larga marcha cívica de claroscuros, una amplia mayoría ha dispuesto un cambio político impulsada por la esperanza de un cambio de las actuales condiciones. El tiempo dirá si podrá lograrse.
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