Acarrean a universitarios al informe de Villar Rubio

Por Antonio González Vázquez

El auditorio principal del Centro Cultural Bicentenario resultó insuficiente para dar cabida a decenas de acarreados que, desde escuelas y facultades de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí fueron obligados a asistir al informe del rector Manuel Fermín Villar Rubio.

Cuando una docena de estudiantes de la Facultad de Agronomía ingresaban al teatro una vez que ya se desarrollaba el informe, los de logística del Auditorio y de Rectoría, los invitaron a regresar a la escuela o de plano, irse mejor a casa; ya no había lugar.

Se les pasó la mano.

Las mil 400 butacas del teatro se llenaron luego de que 27 autobuses arrojaron de su interior a cientos de estudiantes a los que obligaron a acudir al evento. De hecho, a las puertas del teatro, los maestros tomaban la lista a sus alumnos; quien no tomaba lista tenía falta y en el caso extremo, una probable sanción.

Un grupo de estudiantes de Ingeniería abandonó el recinto porque se habían cansado de permanecer de pie en los pasillos y a decir verdad, porque además les tenía sin cuidado lo que decía Villar: “nos dijeron que subieramos al autobús y nos trajeron, dijeron en tono festivo porque al menos abandonaron la rutina diaria.”

Unos estudiantes de Comunicación respondieron de inmediato cuando se les consultó si iban voluntariamente o como acarreados: la verdad, si nos sentimos acarreados, nos trajeron sin apenas avisarnos de que se trataba.

Lo mismo unos jóvenes de la licenciatura de Artes lamentaron ser utilizados para llenar butacas en el informe del rector Villar, aunque lo tomaron con cierta filosofía: “ya estuvimos en un informe, no nos gustó, luego entonces ya no volvemos ni aunque nos obliguen, ya aprendimos.”

Dentro y fuera del amplio estacionamiento del Centro Cultural Bicentenario estacionaron los camiones contratados para llevar a estudiantes, directivos y maestros de las escuelas y facultades.

Algunos llegaron tarde al informe porque los secretarios académicos, encargados de la logística de acarreo prácticamente se veían en la necesidad de arrear y apresurar a los universitarios.

Cuando aún no terminaba el informe, en el amplísimo lobby del Centro Cultural los meseros empezaron a colocar bebidas en las mesas ya debidamente dispuestas. Unas jóvenes de Agronomía a las que el camión que las trasladó ya se había marchado, se acercaron con la idea de tomar una agua o de perdido una botella de la cristalina agua con botella y marca  universitaria.

Les dijeron que no, que la barra aun no estaba abierta, que la orden era invitar una agua de sabor una vez que el señor rector terminará su informe.

Pero si pese a todo algunos acarreados llegaron ciertamente algo tarde, también los invitados especiales llegaron muy impuntuales, como el alcalde Ricardo Gallardo que llegó a mitad de la ceremonia, mientras que el gobernador Juan Manuel Carreras dejó el teatro antes de concluir el informe porque tenía “cosas más importantes qué hacer.”

La parafernalia y el ritual universitario en todo su esplendor, aplausos y más aplausos al rector que ante la ausencia de invitados de mayor categoría, acompañó personalmente al alcalde Gallardo hasta la salida. Así como entró, se marchó.

Funcionarios públicos de todos los niveles del gobierno y de organismos descentralizados, funcionarios federales y municipales, pero especialmente la obesa burocracia universitaria pululaban por el recinto en una de esas escenas que se repiten año con año sin modificación alguna salvo el nombre del rector.

Todos prestos al besamanos y la adulación, todos cuadrándose para conservar su coto de poder en la escuela o la facultad.

A la salida, los estudiantes tomaron el estacionamiento y la pregunta era “¡¿dónde está el camión, lo pueden ver, alguien que me diga dónde está el camión?”

Conviene decirlo, según el diccionario Lengua Larga del periodista Eduardo López Cruz, acarreo proviene de acarrear, llevar en carro.

“Práctica política mexicana que consiste, precisamente, en llevar en camiones a una gran cantidad de personas, como escenografía a mítines y, en el caso de votaciones, electores obligados a sufragar por tal o cual partido. La práctica la inició Porfirio Díaz. Una interesante fotografía del Archivo Casasola, muestra a Don Porfirio, de pie, muy orgulloso, frente a un grupo de niños que observan un montón de bolillos regados en el, piso, que el dictador obsequiaba con motivo de su sexta reelección en 1904.

Más tarde, el Partido Revolucionario Institucional modernizaría el método, herencia porfiriana, y repartiría más bolillos, ahora transformados en tortas y acompañados de bebidas gaseosas, para consumo de los acarreados”.

Un Secretario Académico reconoció que eso no era de su agrado, “pero órdenes son órdenes”, decía mientras los jóvenes subían al autobús que los esperaba afuera del auditorio.

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