El San Luis que nos robaron

Oswaldo Ríos

El San Luis Potosí en el que los niños podían salir a jugar a la calle a jugar a las escondidillas; los jóvenes a tomar una cerveza; las mujeres a andar para perseguir sus sueños; los adultos mayores a pasear en los jardines de sus barrios; o las familias a comprar unos chocolates, comer a un restaurante o ver los aparadores de las tiendas en las plazas comerciales con la tranquilidad de saber que volverán a casa sanos y salvos, no existe más.  

Ese San Luis que amábamos nos lo robó la perra violencia que no da tregua, ni descanso. Esa que se regodea en todo el país, pero que en los últimos tres años del desgobierno de Juan Manuel Carreras ha roto dos barreras que explican nuestro quebranto social: nunca como ahora había habido tal descaro para atentar contra la vida, la integridad y el patrimonio de las familias potosinas; y nunca como ahora, habíamos tenido autoridades tan miserablemente indiferentes al dolor ajeno.

Usted sabe de qué le hablo. El sentimiento en las casas, los negocios, las escuelas y en todos los espacios en los que los potosinos se cuentan sus alegrías y sus desgracias es el mismo: ya estamos hasta la madre. De ser víctimas de quienes en un instante destruyen con la arbitrariedad de su fuerza el anhelo que hemos construido durante años, pero mucho más, de ser la burla de quienes deberían protegernos y solamente se han dedicado a cobrar quincenas y a utilizar su posición de privilegio para procurar seguridad para sí mismos.

Pero la culpa es nuestra. Porque les hemos tenido demasiada paciencia y hemos solapado su indecencia a niveles francamente vergonzosos. Porque nos hemos distraído en lo urgente y hemos descuidado lo importante. Porque por andar contagiados de las disputas de los partidos, hemos perdido de vista que de nada sirve cambiar los colores de los postes y los gobiernos, si el carmín de la sangre no deja de correr como río por nuestras calles.

Por eso, mientras los cadáveres se apilan, el secretario de Seguridad Pública Jaime Pineda Arteaga puede desgañitarse en el Palenque de la FENAPO mientras brinda y abraza al presidente del Supremo Tribunal de Justicia Juan Paulo Almazán Cué con el desparpajo que solo puede darles el saber que, en materia de seguridad pública y justicia, los potosinos vivimos en el paraíso y no hay pendientes que resolver.

A veces me preguntan, ¿y a poco si los funcionarios abandonaran esa devoción por la vida social desaparecería la violencia? Es probable que no. Pero quizá si fueran más empáticos con la realidad que viven los potosinos, su frivolidad de mirreyes tardíos no calaría tan hondo y alguna credibilidad tendrían sus excusas adolescentes.

Así como las que soltaron para tratar de justificar lo injustificable: el asalto el pasado miércoles a las 4 de la tarde del Centro Joyero, en el corazón del Centro Histórico. Desde el punto de vista de la proximidad social, ese robo es la penúltima frontera de la delincuencia. Atendiendo al criterio de distancia, ya lo único que falta es que saqueen Palacio de Gobierno, se lleven la lujosa camioneta del gobernador (que deja mal estacionada a dos metros de donde ocurrió el delito), o que se birlen las pistolas de los policías que impiden el acceso de manifestantes (pero no asaltantes) a la Plaza de Armas.

Y no solo fue el Centro Joyero. En los últimos días, también la entrañable dulcería Costanzo fue asaltada con violencia. El famoso restaurante Mariscos Jorge. Notarías, despachos y comercios que mejor han preferido no denunciar. Y lo más importante: lo mismo le ha pasado a usted o a alguien que conoce, porque lo peor que nos ha traído esta escalada de robos con violencia, es que ya casi no hay indemnes.

Le comparto el dato que soporta lo que escribo. Con datos oficiales del Secretariado Ejecutivo de Seguridad Pública, revisé las denuncias interpuestas por robo con violencia a negocio y comparé el periodo que lleva Juan Manuel Carreras con idéntico lapso de sus dos antecesores: Fernando Toranzo y Marcelo de los Santos. En el gobierno de De los Santos, el número de robos con violencia fue de 467; con Toranzo se llegó a 677; y con Carreras el incremento ha sido escandaloso al llegar a 1350 (casi el triple de De los Santos y el doble de Toranzo).

Si consideramos que en nuestro estado la cifra negra (delitos que no se denuncian) es de 94 por ciento, ¡imagínese la exorbitante cantidad de robos con violencia a negocios que se cometen y no son denunciados por falta de confianza en las autoridades! Por esa razón, el gobierno de Estados Unidos volvió a emitir la recomendación a sus ciudadanos de que pospongan viajar a nuestra entidad y en la medida de lo posible eviten hacerlo. Es increíble que la violencia que padecemos mejor tenga repercusiones allende nuestras fronteras que en Palacio de Gobierno.

Hoy, por cierto, es el día en que conmemoramos a San Luis Rey de Francia, el santo que sentía amor por los pobres y desventurados. El virtuoso franciscano que hacía la guerra en nombre de la justicia y que emprendió las últimas cruzadas contra los musulmanes. Su escultura reina soberana la Plaza de los Fundadores, a tan solo 20 metros de donde ocurrió el asalto al Centro Joyero.

Seguro que el alma de Luis IX, aprisionada bajo la armadura de cantera se estremeció de impotencia y quiso hacer algo para defender a los potosinos, pero no pudo. De todos modos, primero lo veremos a él blandir su espada y levantar su escudo que a Carreras dejar de correr y enderezar la espalda.

Nos roban a San Luis y nos roban la esperanza.

Twitter: @OSWALDORIOSM
Mail: oswaldo_rios@yahoo.com

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