Hipocresía

 

Por: Antonio González Vázquez.

 

Eran cuatro hombres pobres que llegaron a la plaza de Armas. Pedían ayuda en una mañana nublada muy lejos de casa. Iban a Puebla y por eso pedían ayuda. No la pedían de palabra, tal vez por recato y dignidad, así que entregaban a un retazo de papel en el que en un mensaje escueto, solicitaban una ayuda de buena voluntad.

Se acercaron a un grupo de reporteros que conversaban sobre el legado que para la fuente religiosa dejó doña Quetita, la reportera noble que como su amiga María Luisa murieron hace no mucho tiempo.

Uno de los cuatro indígenas, un hombre macizo y de talante austero, entregó su mensaje a un hombre con corte de cabello a rape que llevaba en la mano un rosario porque recién había iniciado una oración a favor de que dios ilumine a las mujeres y les disipe alguna tentación de aborto.

Le extendió el papel y Antonio Camacho, de la Asociación Pastoral La Esperanza ni siquiera volteó a verlo, lo ignoró como quien gusta de invisibilizar a quienes no son de su nivel o prosapia. El indígena rechazado, no dijo nada, buscó otra mano amiga que le pudiera ayudar. Iba en huaraches de suela de llanta y correas rústica que mostraban sus pies sucios y cansados. Había caminado mucho en busca de un apoyo de tanta gente buena.

Iba para las diez de la mañana de este jueves en la plaza de Armas, frente al edificio del Congreso del Estado. Se había instalado un grupo de personas que invitarían a participar en una jornada de oración de 40 días y 40 noches en contra del demonio del aborto.

Poco después de las ocho de la mañana, Antonio Camacho ayudo para la instalación del campamento desde donde se promocionaría públicamente la oración contra el aborto y fue él, quien en actitud misericordiosa por no decir piadosa, se arrancó con el primer rosario del día. Las cuentas del rosario entre sus dedos y rezaba junto con otros de su grupo y parecían tan comprometidos con sus semejantes, con Dios y con la vida.

Rezó y rezó, pero cuando le pidieron ayuda, la negó. Rechazó al hombre que le pidió una moneda para realizar un viaje hasta el momento imposible, su sola presencia le pareció indecente.

Lo suyo, lo muy suyo, es rezar rosarios, ofrecer una letanía de padres nuestros y aves marías por los “inocentes” que habitan en el vientre de la mujer “desde el momento de la concepción”. Lo suyo, lo de Antonio y otros que se erigen en “Defensores de la Vida” es la defensa de los embriones y no de la ayuda a los vivos que sufren a su alrededor; es la hipocresía del que pregona bondad y reparte mezquindad.

Pero ahí estaban en la plaza, lanzando consignas contra las mujeres que se atreverían a tomar la decisión de abortar por el simple hecho de así desearlo, por ser su cuerpo, por ser su presente y su futuro. Ahí estaban en la plaza, los mismos que negaron ayuda a un desposeído, erigidos como jueces paz de sentenciar a una mujer por decir no dar a luz pese a que pueda ser resultado de una violación. Es la hipocresía de los hipócritas.

Si un necesitado les pide un apoyo se lo niegan porque para ellos, para atender a los pobres, marginados, hambrientos y olvidados “para eso está el gobierno”, que ellos les ayuden, nosotros estamos muy ocupados orando para detener “la tragedia del aborto”.

Rezan, ellos rezan mucho, los de la Pastoral de la Esperanza, lo de la Pastoral de la Familia, los de la Unión Nacional de Padres de Familia, todos rezan mucho, pero no hacen lo que les dice Dios: ayuda a tu próximo, Ayuda al que te pide ayuda, Ama a tu Prójimo. En la Plaza les pidieron apoyo y cerraron sus ojos y cerraron sus oídos a quienes les pidieron algo, solo algo, no mucho, solo algo para irse de nuevo a Puebla.

Dicen que orar ennoblece, que orar logra que seas una mejor persona, que te hace más sensible, pero parece que hay personas que pueden rezar de manera mecánica y oran con la misma socarronería que un político ofrece un discurso; hacer del acto sagrado de orar un acto de demagogia como lo hicieron en eso que se llamó un jueves de 40 Días por la Vida.

Si ellos dicen que “la oración es nuestra principal arma”, entonces que la utilicen para ablandar su duro corazón y ayuden al desamparado que se les acerca: dejen que las mujeres decidan si abortan o no, eso es cosa de ellas y de nadie más.

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