La conspiración de Bakunin

Frater Ignatius

En esta brevísima historia del anarquismo, hemos constatado sin temor a equivocarnos, que los personajes que construyen este apasionante relato, no son personas comunes. Aguijoneados por un ansia de libertad y de ser ellos mismos, con una autenticidad que incluso a muchos les costó la vida, son creadores de ideas e instigadores por encima de las personas comunes y corrientes.

Presentamos ahora el caso de Mijaíl Bakunin. Fue un aristócrata de origen ruso nacido en 1814. Su padre era un diplomático que trabajó un buen tiempo en París.

Inquieto desde joven estudia filosofía en Moscú. Desde aquel momento admira a Fichte y a Hegel. Hace fama de ser pendenciero y alborotador. Es un hombre que siempre anda a salto de mata y que participa en distintas revoluciones europeas. Azuza conciencias, conmueve corazones insta a la lucha, conspira. Es partidario pleno de la abolición del Estado y lo compara con Dios. La idea de Dios es corrosiva porque contiene en su propio germen la voluntad de poder y el sojuzgamiento de personas ante otras. No tolera la dominación bajo ninguna circunstancia y da preponderancia al aspecto negativo de la religión. Por ello escribe una obra incendiaria: Dios y el Estado.

Siente un afecto especial por la milicia y por una especie de agitación social. Cuando vive la experiencia de estar solo, la repudia, sosteniendo que el hombre se hizo para convivir con otros seres a su mismo nivel en muchos ámbitos. Su vida es una especie de meteorito que cruza distintos lugares del mundo. Viaja a Japón y luego va a San Francisco, antes se desplaza por Panamá y arriba a Nueva York en donde conoce al poeta Longfellow. Posteriormente se embarca hacia Inglaterra, lugar de efervescencia de ideas libertarias. Defiende fervientemente la educación integral y sostiene categóricamente que solo una educación en todos los niveles puede hacer al hombre libre. Cuando llega a la AIT, convulsiona pensamientos y crea bombas que estallan en la mente de personas sensibles y con ansias de libertad. Esto evidentemente les disgusta a los gobiernos que desean mantener el poder a toda costa y preservar las estructuras y las superestructuras creadas por una burguesía voraz y sin escrúpulos.

Bakunin tendrá enfrentamientos muy fuertes con Marx. Fueron amigos pero no entrañables. Tuvieron los dos un carácter, un temperamento tempestuoso, casi salvaje, cuyo ardor impedía que crearan una complicidad profunda. El ruso acusaba al hombre barbado de ser orgulloso, autoritario y mezquino. Por otro lado, aceptaba su actitud agria y hostil a todo lo que tuviera que ver con las relaciones de poder. Y ese es el punto crucial de divergencia con Marx. Para Bakunin, con Marx se mantenían ciertas estructuras de un Estado que aunque fuese provisional tendía a repetir las mismas taras de los Estados capitalistas, por decirlo de alguna manera. Sostenía que lo que pertenece a todo el mundo no es más que la expresión de la forma. Volvía a acusar a Marx de celoso y vanidoso, de creer que sus ideas eran absolutamente originales, cuando abrevaba tanto de pensadores anarquistas como de la filosofía de todos los tiempos. Le exasperaba el tono teórico del pensador alemán y su excesiva academia. Aunque aceptaba la erudición y la sabiduría de uno de los pensadores más eminentes de todos los tiempos.

Mijaíl Bakunin a los 62 años, debido a problemas múltiples de salud, murió en Suiza en 1876. En ese país vivió sus últimos años en total pobreza y consolándose con algunos epistolarios que le llegaban de algunos amigos anarquistas muy queridos. Podemos agregar un epitafio inspirado en los dadaístas que adorna su tumba en el cementerio de Bremgarten-Friedhof de Berna: “Wer nicht das Unmögliche wagt, wird das Mögliche niemals erreichen”.

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