Frater Ignatius
Uno de los pilares de la Revolución Francesa, es el concepto de Libertad. Pero este estado de los entes, por hablar en términos heideggerianos existenciales, es una parte consubstancial al hombre, al Dasein. Esta capacidad de las personas para poder obrar según su propia voluntad y según sus propios fines, parece una constitución si ne qua non el concepto de Hombre se derrumba.
Evidentemente, hablamos del término hombre como humanidad. El no permitir que se utilice nuestra humanidad para hacer que otro haga lo que le plazca, es también una acción primaria que nos viene acompañando desde que somos esa extraña criatura que piensa. La libertad es una propiedad de la conciencia pero también es constitutiva de la misma. Es decir, sin libertad, que en primer lugar es tener conciencia de sí mismo, el conocimiento de que el que se mira al espejo es una entidad capaz de diferenciarse del resto y que parece ser que se da en algunos animales, sin esa acción constitutiva de conciencia de sí mismo y poder organizativo de los entes, todo el concepto y todo lo humano pierden su valor.
La libertad es capaz de encerrar todo un universo en un criterio. Es la habilidad de pensarse a sí mismo como una parte de todo y al mismo tiempo, pensarse como un ente que es separado de todo lo demás. Sin esa facultad, todo lo humano se difuminaría en una corriente abstracta incapaz de pensarse a sí misma. Por ello, la paradoja cobra un papel esencial para la comprensión de la libertad humana. La libertad es un concepto teleológico. La libertad puede ser concebida como un fin en sí mismo, en primer lugar. Luego, ya se puede referir hacia otras cosas o momentos. Cuando se sostiene que se actúa con libertad para hacer actos buenos o malos, por ejemplo. Empero, eso ya es una extensión de la libertad como esencia constitutiva del ser humano.
Cuando nos asentamos en la polis, en la civilitas, la libertad cobra un sentido de protección interpersonal, surgido de esa conciencia, de ese conocimiento sobre la acción individual. Podemos constatar que el sentido de la libertad es una interacción entre la persona y los demás entes humanos. Siempre concebimos la libertad en función del otro o de los otros. Y nuestra libertad está limitada por los límites que nos imponen tanto los otros como los propiamente físicos. No se puede violar una ley física, en ese sentido estamos limitados por constituyentes físicos y también de carácter mental.
Es interesante observar que en indoeuropeo la palabra libertad también implica miedo. Y nuevamente surge la paradoja como un acto constitutivo a todo lo humano. Reconocemos los conceptos positivos, utilizando como telón de fondo los términos negativos. Es imposible concebir la luz sin su contraparte obscura. Aprehender el bien sin reflexionar el mal, parece una tarea imposible.
Dentro del pensamiento libertario, la libertad como desaparición de una carga u opresión significa no querer subyugar ni ser subyugado, e implica el fin de un estado de servidumbre. Luego entonces, la libertad siempre funciona en sentido negativo o contra una negatividad. No existen los actos puros, siempre se está luchando contra una resistencia. Esto es un principio esencial a lo humano.
El acto de la libertad en un sentido antropológico, es un acto del cual jamás podemos desprendernos como individuos mientras tengamos una conciencia de sí mismos. No se puede ser plenamente humano si no se es libre.
En el caso del anarquismo, la libertad es entendida como la ausencia de coacción o de imposición. Lo anterior en varios campos del accionar humano y del pensamiento y las creencias. La cooperación entre los hombres debe ser voluntaria, debe hacerse desde la propia libertad de la conciencia y apegada a los gustos y preferencias de cada quien, respetando también la libertad del otro. La libertad es una condición o al menos debería serlo, inherente al ser humano. En teoría, debería ser innecesaria la intervención de un tercero para llevar estos actos de plena libertad entre las personas conscientes y adultas. Lo que lastra esta libertad, es precisamente una voluntad de poder y de intentar someter a otros a los designios de un amo. Ni amo ni soberano, es el lema de los anarquistas. Uno debe regirse según principios propios y no impuestos por los otros: ya sea una religión, una creencia cualquiera, un sistema económico o político. Incluso el dinero se ve como un mal para el anarquista. Porque se pretende idealizar un concepto con todas las taras y abusos que ello conlleva.
Podemos decir que la libertad es el tema por excelencia del anarquista. También se puede afirmar que resulta esencial tomar como bandera este faro que nos hace profundamente humanos.