Los excesos en recesos

Por Victoriano Martínez

Los recesos en las sesiones del Congreso del Estado son esos lapsos en los que los diputados se sienten políticos de altos vuelos.

Tan altos, que creen que el vulgo no tiene derecho a enterarse de sus debates… y se esconden para hacerlos.

Y se llevan los asuntos públicos a su ámbito privado como si tuvieran derecho.

Pero en realidad exhiben su vocación por traicionar a sus electores, a quienes los contrataron.

¿Qué patrón acepta que sus empleados hagan una pausa en su trabajo para esconderse y después salir a traicionar los fines para los que fueron contratados?

Pero los recesos los hacen sentirse políticos de altos vuelos.

Cuchichean en grupitos a la vista de todos o de plano se esconden en el salón de sesiones previas.

No se dan cuenta que al sentirse volar alto, actúan como roedores que se esconden en sus madrigueras a intercambiar favores y chantajes para pisotear su representación y actuar para sus fines personales y de grupo.

Corrupción, según la define Transparencia Internacional, es el abuso de un poder otorgado para obtener ganancias privadas.

Los recesos, en los que siempre se esconden, son el espacio en el que buscan algún tipo de ganancia. Los recesos son clara señal de actos de corrupción.

La LXI Legislatura realizó 67 recesos en 124 sesiones ordinarias y extraordinarias, en los que acumularon 31 horas con 50 minutos de negociaciones en los oscurito… y acabaron como la Legislatura más corrupta de la historia.

Y es que los indicios de corrupción en ese espacio de roedores de altos vuelos llegaron a extremos como los mensajes de Fernando Chávez vía Whatsapp en los que reportaba que, en el caso Panavi, no les llegaban al precio a algunas legisladoras.

“Quieren tiempo para comprar voluntades”, texteó el 8 de junio en una sesión que tuvo dos recesos. Uno de dos horas con 15 minutos y otro de cuatro horas con diez minutos.

En la primera sesión ordinaria de la LXII Legislatura, este viernes, se estrenaron con dos recesos que juntos acumularon tres horas, el 10 por ciento de todo el trienio de sus antecesores, sin contar los recesos de sesiones solemnes.

Tres horas en los que la moneda de cambio para las ganancias privadas, del tipo que hayan sido, fueron las posiciones en las comisiones y comités.

¿De verdad se creen con derecho a repartirse el trabajo sin que su patrón, el pueblo, se enteré la forma en cómo lo hicieron?

No sólo exhibieron su vocación corrupta, liderada por Sonia Mendoza Díaz, Cándido Ochoa Rojas, Eugenio Govea Arcos, Martín Juárez Córdova y la intromisión del Ejecutivo a través de Juan Ramón Nieto Navarro, personero del mandatario Juan Manuel Carreras López, para proteger sus intereses antes que los de la sociedad.

También exhibieron su falta de respeto a un esfuerzo por hacer prevalecer la legalidad por anteponer la protección de sus intereses, no importa de qué tipo hayan sido. Otra vez la definición de corrupción en acción.

“Somos un control ante el Ejecutivo, no somos sus empleados”, les advirtió el diputado Edgardo Hernández Contreras. La mayoría no lo escuchó.

Se impuso esa corrupción en forma de receso que el artículo 18 de la Ley de Transparencia busca prevenir con la obligación para todos los funcionarios a quienes ordena que “deberán documentar todo acto que derive del ejercicio de sus facultades, competencias o funciones”.

Son 27 diputados y, según la integración de la Junta de Coordinación Política, 10 grupos parlamentarios. ¿No hay uno solo que haga valer esa obligación de transparencia?

La votación de 17 contra corregir la ilegalidad y 10 a favor exhibe a los primeros, pero también compromete a los segundos a documentar y exhibir lo ocurrido en los recesos.

No hacerlo los hace cómplices en ese juego que, a sus antecesores, los ha estigmatizado como los más corruptos.

Y apenas fue la primera sesión ordinaria.

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