Frater Ignatius
Engels fue un acérrimo enemigo de los socialistas utópicos. Pensaba que su “socialismo científico” marchaba por el camino correcto y aquellos soñadores, aunque con buenas intenciones, eran tan solo eso. Todo se quedaba en la ausencia de una realidad concreta. Engels en parte estaba equivocado. Esos hombres, comenzando por Charles Fourier, implantaron en la realidad sus sueños y algunos con cierto éxito. Estos hombres llenos de esperanza y de buena voluntad pensaron que las máquinas iban a hacer casi todo y darían un gran espacio de tiempo para que las personas pudieran dedicarse a las actividades que tanto amaban. Sobre todo al juego, como teorizaría después Johan Huizinga. Sustentados en la idea del progreso y en Rousseau que creía que el ser humano es bueno por naturaleza, anhelaban un mundo nuevo, en donde la armonía entre los hombres fuese casi perfecta. Es decir, vivir en un paraíso en este mismo mundo. Resulta paradójico en cierto sentido el pensamiento de los socialistas utópicos. Evidentemente veían con nostalgia las grandes migraciones a las ciudades y la pérdida de un sentido bucólico y romántico. Pero por otro lado, soñaban con un retorno a un paraíso, a un edén nuevamente ligado a la naturaleza. Muchos de sus proyectos se realizaron en patrias de corte capitalista. La mayoría –si no todos- fracasaron en alcanzar esa estrella de paz y reconciliación con una vida más ligada a la tierra.
A partir del año 1832 algunos de esos espacios imaginarios tomaban la realidad. Se abrió en New Lanark una comunidad cooperativa owenista de trabajo, se inauguró un falansterio fourerista en Condé –sus-Vesgre, y en un barrio parisino los saintsimonistas crearon una interesante comunidad.
Podemos hacer una lista de obras utópicas para poder ubicar a los socialistas utópicos dentro de las ideas de libertad y felicidad:
– La República (s. IV a. C.), Platón.
– Utopía (1516), Tomás Moro.
– La ciudad del sol (1602), Tomasso Campanella.
– Código de la Naturaleza (1755), Morelly
– Foción (1763), Gabriel Bonnot de Mably.
– Looking Backward (1884), Edward Bellamy.
– Noticias de ninguna parte (1890), William Morris
– La ciudad anarquista americana (1914), Pierre Quiroule.
– Buenos Aires en 1950 bajo el régimen socialista (1908), Julio Dittrich.
– Los desposeídos (1974), Ursula K. Leguin.
Las distopías hicieron su aparición en el mundo literario con un carácter fuertemente anti estado. Son lo contrario a las utopías y describen un mundo controlado por fuerzas concentradas de auténtica pesadilla.
– 1984 (1947), George Orwell.
– Un mundo feliz (1932), Aldous Huxley.
– La máquina del tiempo (1895), Herbert George Wells.
– Farenheit 451 (1953), Ray Bradbury.
El anarquismo debe mucho a estos personajes. Se compone de una postura en la educación, la equidad entre hombres y mujeres, la crítica a la división del trabajo, las propuestas lúdicas, la sexualidad y nuevos modelos urbanos sostenibles.
El eje, el meollo que no debemos nunca olvidar es ese motor para pensar por sí mismos. Es la capacidad para crear un pensamiento crítico, individual e incluso lúdico. La luz de la emancipación, de la libertad, la igualdad, fraternidad, justicia, paz. El anarquismo, insistimos, es un faro, una estrella que debemos seguir siempre.