María Ruiz
Una vez más, las mujeres tomaron las calles de esta ciudad donde se respira el miedo.
Así comenzaron a llegar todas juntas a su punto de encuentro: el Memorial de Víctimas de Feminicidio, un monumento del pasado y el ahora que recuerda lo oscuro que es ser mujer en este estado.
En punto de las 16:15 horas, otras voces y miradas se hicieron presentes en una sola imagen, en donde para ellas todo es posible.
El Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres no soportó la ruina y en cambio prevaleció el coraje, algunos observaron a las manifestantes de manera desplaciente, ajenos a su lucha, distantes a sus temores.
Más tarde comenzaron los reclamos y las exigencias por parte de diversos contingentes, ahí la conmoción fue evidente.
Las mujeres que cuidan, las que crían y quienes además enfrentan una vida repleta de agresiones, reconstruyeron a través de sus discursos su lucha emancipadora.
En ese espacio de tiempo, a la sombra de los sesgos, discriminaciones y hasta rezagos, sus múltiples voces protestaron contra la opresión y la violencia.
Su impronta de crítica social evidenció su malestar colectivo, narraciones de vulnerabilidad y sufrimiento.
35 minutos después dio comienzo la marcha, al frente, a la cabeza, el desahogo de las madres y la indignación de las mujeres, para muchos irracionales para otras admirables.
El camino se hizo corto y al llegar a la Fiscalía General del Estado, la memoria trasladó al ahora el recuerdo de Karla, Lupita, Chuyita y Odalys.
Las madres dolientes por la ausencia de sus hijas cuestionaron a las autoridades, exhibieron la falta de respuesta y la negligencia en las investigaciones, un actuar que minimiza y niega la violencia que les ha afectado durante muchas ocasiones.
A las 17:28 horas partieron hacia el Edificio Central de la Universidad, donde colocaron mantas y pancartas. En ese sitio llegaron policías infiltradas y encapuchadas.
Ellas, las cómplices del sistema, intentaron burlar la logística y seguridad de la marcha, por lo que se decidió continuar el recorrido e ignorar su pobre intento de sabotaje.
La noche yació a los pies de las cruces rosas de Karla, se revalorizó el dolor y las vivencias de subordinación como pruebas de su resistencia.
La marcha culminó con la esperanza de que el mundo tenga otro significado para ellas, uno donde las mujeres insumisas jamás aceptarán la ley y la justicia hecha a manos de los hombres.