#8M2023 | Matehuala: cada vez marchan más, cada vez callan menos

Matehuala

Por: María José Puente Zavala

El 26 de febrero corrió la alerta. En Facebook, la colectiva “Las Camelias” convocó a marchar el 8 de marzo.

Un cántico recurrente durante las marchas trae a Matehuala una palabra que hace muchos años se escuchaba poco… o nada:

“La lucha feminista”

Las feministas. Las mujeres que luchan. Las mujeres que exigen. Que se quejan. Que cuestionan. Que gritan. Que eligen. Que deciden. Que cantan.

De esas llegaron como unas doscientas al Parque Álvaro Obregón. Algunas vestidas de negro con paliacates rojos. Otras así, con la ropa de un día cualquiera. Y hay una mujer, de mediana edad, que encabezó toda la marcha vestida con ropa deportiva y unas alas de mariposa.

Matehuala

Poco después de las cinco, el contingente se posiciona para iniciar el recorrido. Al frente, las madres con hijos, detrás todas las demás. Una camioneta negra con unas bocinas tremendas eleva el volumen y se escucha el coro del que ya es un himno para las marchas.

Una y otra vez, durante los casi cuatro kilómetros resuena Vivir Quintana:

“Que tiemble el Estado, los cielos, las calles…”

Y comenzó la caminata. Rodearon el parque, tomaron cinco de mayo, pasaron por un kínder, otra vez por la primaria Rosas Moreno, que es vecina de la sede del PRI, y de un viejo centro de reclusión con unas paredes altísimas y gruesas.

En la esquina con Guerrero, la policía y la camioneta con el himno equivocaron el camino, pero las doscientas, que quizá para entonces sean más, no lo permitieron. Hubiera sido más fácil, más corto, más rápido, pero el recorrido completo tenía un propósito.

Se echaron en reversa la camioneta y la policía.

En Cuauhtémoc doblaron a la izquierda. Afuera de la Universidad de Matehuala y de algunas casas fue saliendo la gente. Algunos grababan, divertidos y otros más bien, curiosos. Y se volvieron a meter, ya con sus videos en el teléfono. Para el recuerdo será.

Apenas avanzaron una cuadra, cuando cortaron a la izquierda. Hay un restaurante de mariscos, una cocina económica y casi frente a lo que fue una vieja central de autobuses, la preparatoria del Colegio Amado Nervo, administrado por monjas franciscanas.

“¡Escucha, idiota, las niñas no se tocan!”, gritaron pasando por ahí.

 

A la derecha sigue, ahora sí, la calle de Guerrero. Otra salida del Amado Nervo. La de la casa de las monjas, donde está la capilla en la que imponen la ceniza y donde antes guardaban su Suburban blanca.

Está el Teatro Manuel José Othón, que proyectó la película Ruido un día antes. En este municipio donde la desaparición de personas también ha abierto heridas. Pero también donde, cuatro años después de la primera marcha, se reunieron más mujeres que nunca.

“Es pura pose”, escuché más temprano.

¿Será?

El contingente llegó a la calle de Hidalgo, por el asta bandera, frente al vetusto hotel Matehuala. Se siguió hasta pasar frente a la catedral, donde el número de espectadores era mucho mayor.

Miraban los boleros, los de la farmacia, los de La Michoacana, el del puesto de los elotes y los que estaban en la fila para comprar elotes. Incluso salieron los de la bonetería, uno que otro del mercado Arista, de la casa de empeño y de la tienda de bicis.

En la esquina de Hidalgo con Matamoros se revela la ruta. La mujer con las alas de mariposa se desgarra frente al consultorio de un conocido pediatra. Le grita por su nombre para que todas escuchen.

Patea la puerta, y entre el llanto convulso cuenta la historia. Lo acusa de violación. Le exige que salga, que dé la cara, pero el médico ni sale ni da la cara.

Y las más de doscientas corean:

“¡Yo sí te creo!” “¡Yo sí te creo!”

En Matamoros inicia el retorno. Al menos dos horas o cerca de dos horas ya habían quedado atrás, pero las más de doscientas mantuvieron el ritmo.

Mero atrás, a donde no llega el sonido de las bocinas, se mata el silencio con consignas:

“!El que no brinque es macho!” cantan y todas brincan, mientras los comerciantes las miran nerviosos. Será que querían brincar.

Antes decían que Juárez era la calle principal de Matehuala y es curioso porque es notoriamente más angosta en algunos puntos, lo que provoca que el contingente se alargue.

Las primeras ya van por Jaime Nunó y a las últimas les cae la noche todavía en la esquina de Matamoros.

Con la obscuridad llegan otras posibilidades. Algunas encienden la luz de sus teléfonos para alumbrar las consignas de sus carteles. Porque se trata de que los lean. Que los lean los que están parados viendo y los que van pasando y los que andamos tomando fotos.

Las tres son oportunidades para blindar el testimonio.

Otras prenden las luces pero levantan el teléfono y entonces ahora hay una fila de luciérnagas recorriendo la calle Juárez, pasando por las dulcerías, las joyerías, las florerías, las tiendas de regalos y hasta una cantina.

Así hasta la Plaza de la Leña, que al parecer no se llama así, sino Juan Villerías; y, aunque es pequeña, llama la atención que el contingente completo la rodea por tres lados.

En el corte rumbo a la Plaza de Armas ya no hay muchos testigos. Son apenas unos metros donde abundan las casas y los negocios, al parecer, cerraron temprano.

Casi cuatro kilómetros y las más de doscientas todavía le dieron una vuelta completa a la Plaza, donde algunos padres, amigos, familiares y medios de comunicación ya las esperaban.

Enfrente está la presidencia municipal.

Un edificio con cantera rosa, rodeado de arcos, con una puerta de madera de dos hojas en el centro que, precisamente hoy, ya estaba cerrada.

Igual ni sorprende, ni importa. Ahí adelante se pararon las que encabezaron el contingente.

El testimonio contra el pediatra esperó 48 años para encontrar salida, pero hoy que lo hizo resonó entre más de doscientos cuerpos dispuestos a desatar la potencia y la furia de más de doscientas voces.

“¡Yo sí te creo!” “¡Yo sí te creo!”

Una lona con la cara del acusado y su nombre completo selló la puerta de madera. A su alrededor se volcaron los demás carteles que, después de cuatro kilómetros, también llegaron a su destino final.

Unos cubrieron la fachada de la presidencia y otros el quiosco de la Plaza de Armas.

Matehuala

En el piso de cantera, con gises, se escribieron más consignas, nuevas denuncias, otros nombres y hasta apellidos.

Pasando las 9 de la noche, el último policía que vigilaba la escena prendió su moto y se retiró. Los coches reanudaron la circulación por la plaza y las más de doscientas se empezaron a retirar.

“¿Qué es un deudor alimentario?”, pregunta un hombre leyendo las denuncias del tendedero.

“El que no paga la comida de sus hijos”, le respondió su compañera.

“Ah”.

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