Carlos Rubio
Hoy es fin de año y la velocidad ha disminuido, contrario a los días antes del 24 de diciembre, en este día impera una calma sobrenatural, la tranquilidad de empezar de nuevo, el pretexto perfecto para quizás una nueva vida, pero podría ser sólo un curioso espejismo creado por el calendario gregoriano (o cualquier calendario) y sus festividades, que modifican nuestra manera de actuar, siempre a merced del tiempo.
Ya no hay prisa ni necesidad de comprar regalos. Las tiendas tienen en sus escaparates ofertas por hasta la mitad del precio por la ropa, los juguetes y las bicicletas, pero no hay forma, los bolsillos están vacíos. La velocidad navideña cansó a los ahorros de todo el año, que se esfumaron cual arena a través del viento.
Incluso los turistas que han decidido pasar el Año Nuevo en San Luis se mueven más despacio por el Centro Histórico. Ya no hay prisa por explorar. Las campanadas de las iglesias son lentas e interceden en los pasos de cada persona. El sonar atraviesa y hace vibrar la superficie del agua que se encuentra estática en las inservibles fuentes.
El guitarrista que toca sobre el andador de la calle Allende comprende más que nadie la situación. Las canciones que interpreta en su guitarra no superan los 60 beats por minuto, por lo que se envuelven en una parsimonia comprensiva, alegre pero al compás de cualquier día que debería sentirse como el más largo del año.
Y como decía anteriormente, todo puede ser un espejismo, hasta el cansancio. La barrera que divide el 31 de diciembre del 1 de enero modifica nuestro pensar, nuestro sentir, nos vuelve seres cambiantes, y aunque esa barrera no exista es poderosa; se encuentra trazada en el papel, calcada en la mente.
Hacen presencia el cielo nublado y un aire tan delicado que apenas logra mover la más diminuta hoja de los árboles. Como grandes tortugas, las nubes caminan cubriendo y descubriendo el penetrante sol que poco a poco quema la piel de cualquiera que se atreva a pasar más de un minuto expuesto a sus rayos de luz.
Por otro lado, las festividades son como puertas que se atraviesan en el año. Sin ellas, el andar sería tan lineal y aburrido que no habría razón para esperar que sea febrero, dónde está el día del amor y la amistad, septiembre, con la independencia de México, o noviembre, cuando se celebra el Día de Muertos. Los días festivos son esos matices necesarios en el calendario para cambiar el ánimo en cada persona y es que el ambiente no cambia, simplemente es la perspectiva que se tiene sobre el día, ya sea martes o jueves la manera de ver el tiempo influye en la forma de sentirlo.
La nostalgia es uno de los elementos más importantes que componen este día. El deseo de revivir los momentos más trascendentales de este año, se vuelve más fuerte conforme pasan las horas. La necesidad de reflexionar sobre lo sucedido también recae en la difícil tarea de dejar todo atrás, porque sería imposible atravesar la barrera mientras se sigue pensando en el pasado.
La expectativas por el siguiente año siempre serán altas. La esperanza de un día mejor siempre estará una noche antes reposando en la almohada y todo aquello no será más que una ilusión, pues la barrera que separa los años no es milagrosa; atravesarla no provocará que se arreglen los problemas, ojalá fuera así.
Es por ello que los calendarios son intangibles, necesarios, pero imaginarios.