Por: Oswaldo Ríos. Twitter: @OSWALDORIOSM
El sábado 6 de junio, en la ciudad de Minatitlán, Veracruz, el presidente López Obrador renunció al cargo de presidente constitucional y asumió el de dictador legítimo de México.
Aún no se perpetúa en el poder (simple cuestión de tiempo para averiguarlo), pero es evidente que todos y cada uno de los actos que realiza como gobernante, no tienen como propósito resolver graves problemas que aquejan a los mexicanos sino en mantener, consolidar y aumentar la hegemonía del partido que lo llevó al poder y del que es absoluto y único dueño.
Al usar el cargo de mayor jerarquía política y poder, para coaccionar al pueblo mexicano a asumir únicamente si se está “con la transformación o contra la transformación”, López Obrador admitió públicamente que él no es presidente de todos los mexicanos, sino solo de los que piensan como él y se le someten, el resto son adversarios que no merecen nada, salvo su sorna, su descalificación o sus ataques.
Al negarse a representar a los ciudadanos que no votaron por él (la inmensa mayoría, pues 2 de cada 3 mexicanos con credencial de elector votó por una opción distinta o no votó), decidió escupir sobre sobre la Constitución que juró cumplir y que consagra que México es un país libre, diverso, plural y pluricultural.
Uno en el que cada persona puede pensar, decir, escribir, creer, amar, pertenecer o vivir de la manera que le dé la gana, sin mayor límite que la Ley y el derecho de los demás a esa idéntica libertad.
¡Qué pobreza intelectual, qué miseria moral y qué complejos tan grandes debe tener aquel que piensa que este maravilloso país cabe en la estrecha forma de pensar de un presidente!
México es un maravilloso país que es resultado de la suma de todos y cada uno de quienes en el habitan y han habitado y no solo de quienes están en el gobierno. La lucha por la democracia fue justamente para que la pluralidad se hiciera gobierno.
Primero, para exigir que se respetara el voto, ese sagrado derecho individual de elegir en libertad; segundo, para que se tomaran en cuenta todos los votos, derivándose de ese mandato multicolor, límites, contrapesos y equilibrios; y tercero, para que quien obtuviera la mayoría de los votos, dejara de ser jefe de su facción y se convirtiera en el representante de todos para buscar el bien común.
No entender o negar la larga lucha de este país por la democracia, no solo es pervertir el mandato popular al transformarlo en demagogia populista, es y hay que decirlo con todas sus letras: el anuncio de la restauración del autoritarismo, y ya veremos, si el regreso de la dictadura de partido (dictablanda) o la dictadura pura y dura.
No es la primera vez que un gobernante enfermo de poder abusa de la confianza del pueblo y termina usando el poder que se le concede para tratar de arrebatarle la libertad de pensar, hablar o disentir.
Lo hizo Agustín de Iturbide cuando apoyó la Independencia, pero en la oportunidad quiso volverse rey y a México un imperio.
Lo hizo Antonio López de Santa Anna cuando desconoció a Iturbide y apoyó la república, pero en el poder quiso ser Su Alteza Serenísima y llevar al país al centralismo.
Lo hizo Benito Juárez, cuando peleó contra los conservadores para restaurar la república, pero ya en el poder quiso reelegirse y no irse, sería la muerte la que le recordaría lo finito de las ambiciones humanas.
Lo hizo Porfirio Díaz, cuando se levantó en armas contra Juárez exigiendo no reelección, para terminar convertido en un dictador que se negó a abandonar el poder durante tres décadas y fue sanguinario con quien se atrevía a cuestionarlo.
Lo hizo el PRI, cuando prometió institucionalizar la revolución y darle al país estabilidad política, pero en el poder trató a los mexicanos como menores de edad y les arrebató las libertades políticas.
Hoy lo hace López, un hombre que usó la democracia para llegar al poder y que una vez que lo obtuvo, no ha hecho otra cosa que violentarla.
Su última agresión es cobarde: amenazar con asesinarla, si quienes no piensan como él no se le someten. Pero si nos rendimos, la democracia también morirá porque para eso existe, para tener derecho a decir que no.
Posdata. La infame coacción de conmigo o contra mí, tiene un escalofriante contexto: los motines vandálicos realizados contra gobiernos estatales (Jalisco y San Luis Potosí) por grupos velada o abiertamente identificados con el oficialismo. Conformar grupos como instrumentos de acción violenta para sostener movimientos políticos que llegan al poder, es un método de uso común en regímenes totalitarios. Lo hizo el estalinismo, el pinochetismo, el peronismo, el castrismo, el chavismo, etc. Pero seamos honestos, al primero que se le ocurrió fue a Mussolini en 1923, y vaya coincidencia, su nombre era “Los camisas negras”. Sí, chairo, el facho eres tú.