Por: Oswaldo Ríos. Twitter: @OSWALDORIOSM
De todas las incongruencias que ha cometido el presidente Andrés Manuel López Obrador, probablemente la más dañina para él mismo y la narrativa de su trayectoria política, sea la visita que realizará al presidente norteamericano Donald Trump, mañana miércoles 8 de julio.
Quien se ha autoasumido como nacionalista, defensor de la soberanía, antineoliberal, izquierdista y melodramático escucha de Silvio Rodríguez, ha decidido que su primer viaje al extranjero después de ganar la presidencia sea a la “matriz del imperialismo” y en calidad de humilde servidor, agradecido por el magnánimo gesto trumpista de solo amenazar a México, sin golpearlo.
¡Qué boca tan grande podría esconder el libro “Oye, Trump” y que nadie recuerde la postura bravucona de AMLO el candidato y la compare con el penoso servilismo de AMLO presidente!
Es tan díficil justificar la necesidad, conveniencia o utilidad del periplo para los intereses nacionales, que ni siquiera los chairos más fundamentalistas han sido capaces de justificar la postración con circunloquios grandilocuentes. Maromas pues, como suelen hacerlo.
El viaje, en pleno proceso electoral en los Estados Unidos, colocará a López Obrador en calidad de porrista de uno de los presidentes republicanos más antimexicanos de la historia.
Ni siquiera Peña Nieto, con aquella invitación para que Trump visitará Palacio Nacional, había degradado tanto la investidura presidencial para ponerla como tapete de sus ambiciones electorales.
¿Para eso quería ser el presidente más votado de los últimos años? ¿Para poner esa legitimidad al servicio de intereses extranjeros profundaemente antinacionales y xenófobos? ¿No que la mejor política exterior era la política interior?
López ha superado con creces a los gobiernos neoliberales, los mismos a los que se ufanó de llamar vendepatrias.
Él lo sabe y cuando el miércoles tenga la necesidad de enfrentar las preguntas de verdaderos periodistas y no las marmotas que suelen acudir a “las mañaneras”, podríamos verlo fuera de su zona de confort y corriendo los riesgos de convertirse en el bufón de su anfitrión, en destinatario de cuestionamientos complejos que no entenderá y en la vergüenza de quienes lo han apoyado más acríticamente.
La brusca señal de que Trump no piensa ceder un ápice en sus convicciones discriminatorias ocurrió el lunes de esta misma semana de la “gira de la vergüenza”, cuando en su cuenta de Twitter el presidente gringo presumió el avance de la construcción del muro en Texas, Arizona, Nuevo México y California.
A la entreguista visita se suma el bochornoso hecho de que el presidente que presumía la “separación del poder político y el poder económico” se acompañará de una caterva de empresarios, que representan mejor que nadie, la crema y nata de lo que López solía insultar como “la mafia del poder”: Ricardo Salinas Pliego, Bernardo Gómez, Carlos Slim, Carlos Hank González, etc.
¿Alguien recuerda la consulta para decidir quienes acudirían en representación de “la patria” a ese encuentro íntimo en la Casa Blanca?
Rodeado de empresarios del “viejo régimen”, como él los llama, es que López Obrador ha decidido dar este espectáculo que constituye el acto más servil de la política exterior mexicana en la historia reciente.
Quizá el único episodio con el que se pueda comparar tal genuflexión cuatrotera hacia un presidente norteamericano, sea aquella llamada de Fox a Fidel Castro diciéndole “comes y te vas”, haciendo de torpe cadenero de George Bush.
Si a la política exterior del foxismo en la relación con los Estados Unidos se le llamó “la enchilada completa” (por la ambición de un acuerdo benéfico para México), a la de López Obrador bien se le podría llamar la política “del perro agradecido”.
¡Qué humillación!