Por Victoriano Martínez
¿Quién crees que vaya a ganar?
Desde que comenzaron las campañas por la gubernatura el pasado 4 de marzo, esa pregunta se hizo presente en prácticamente todos los ambientes, como si la decisión estuviera en manos de otros y no en la suma de los votos de quienes la pronuncian y quienes intentan contestarla.
Y hay de intentos a intentos por responderla. Desde quien por mero intuición o por meras simpatías se pronuncia por tal, o quien se deja impresionar por la machacona propaganda regada en espectaculares y replicada en inconstitucionales gacetillas en medios impresos y electrónicos, o hasta quienes recurren a encuestas, si cuentan con recursos para contratarlas.
La publicación de encuestas en las que los favorece la intención del voto, la presencia lograda con el derroche en propaganda acompañada de dádivas, y la difusión potenciada por las redes sociales de imágenes de actos masivos, podrían ser buenos indicadores para tratar de jugarle al adivino y hasta para apostar sobre el resultado, pero… si hace tiempo dejaron de ser confiables, hoy más.
Los propios candidatos, como reyes Midas inversos, se han encargado de convertir en basura todo lo que tocan.
Como nunca han dañado la de por sí difícil confiabilidad de las encuestas al publicar cada uno presuntos resultados de ese tipo de estudios en los que cada cual es el puntero. Son claro ejemplo de lo que Miguel Ángel Eraña calificó como “atracos en diarios y redes con favorecimientos forzados para partidos/candidatos comprantes de esos servicios de cuasi prostitución demoscópica”.
Desde que los partidos y candidatos vieron en las encuestas un instrumento de propaganda para atraer a los votantes a sumarse al que lleva ventaja, proliferaron empresas de demoscopia que se prestaron para ofrecer ese servicio y se abrió la duda sobre la confiabilidad de las ya existentes.
La consecuencia es que, como efecto obvio, al final habrá algunas encuestas cuyos resultados se asemejarán al que salga de las urnas, pero no por el rigor de la aplicación del estudio, sino porque si cubren la gama completa de posibilidades, necesariamente habrá algunas que se coincidan menos y otas más con el resultado de la elección.
Hace tres años, Ricardo Gallardo Juárez era el favorito en la mayoría de las encuestas, incluso con ventajas infranqueables que le permitieron colocar espectaculares desde 15 días antes de los comicios en los que se declaró prematuramente vencedor. Hoy su hijo le sigue los pasos.
Las encuestas, pues, quedan descartadas como señal para poder apostarle a cierto resultado. Más bien son intentos de candidatos por inducir el voto a su favor. Incluso, son hasta indicios de arreglos cupulares y traiciones intra partidistas. ¿A quién le sirve Ricardo Monreal al afirmar que encuestas de su grupo parlamentario prevén derrotas para Morena en varios estados, incluido San Luis Potosí?
La presencia en propaganda de espectaculares, bardas, apariciones en medios más allá de los espacios de radio y televisión que el INE les reparte, su capacidad de volverse virales puede generar la impresión de que tienen ventaja, pero sobre todo la de sembrarle un compromiso de voto por la vía de la dádiva a los electores, podría ser otro indicador de ventaja.
Otra vez el caso de Gallardo Juárez hace tres años muestra que la gente no se deja llevar tan fácil. Tres años de presencia en medios y actos públicos, de garrafones de agua regalados, de tortillas baratas, de paquetes escolares y demás, junto con la promesa de duplicarlos, no le redituaron en votos: 41 mil 417 ciudadanos no volvieron a votar por él.
Una presencia inflada artificialmente y dádivas efectivas y potenciales tampoco pueden servir como señal para apostarle a un cierto resultado de la elección.
Los candidatos, especialmente quienes se consideran punteros, desde hace algunos días comenzaron a prácticamente declararse vencedores de la contienda. Prácticamente coinciden en señalar que San Luis Potosí ya decidió y lo hizo a su favor. Mayor expresión de falta de respeto a la voluntad ciudadana no pueden tener.
Para justificar su triunfalismo no sólo echan mano de encuestas cuchareadas a modo, sino también de imágenes de actos masivos desde los ángulos de mayor impacto. Hasta José Luis Romero Calzada puede presumir actos masivos aunque las encuestas lo colocan muy lejos de los punteros. Otra señal que tampoco sirve para aventurar una apuesta.
Encuestas a modo, derroche en propaganda y dádivas, y una actitud triunfalista son el intento de los candidatos por sembrar la idea de que llevan ventaja, pero también exhiben el poco respeto que le tienen al ciudadano y su incapacidad por presentarle argumentos de razón para atraer su voto.
En su propia atención a la pregunta sobre quién crees que ganará la elección, los candidatos reaccionan con un “quien logre condicionar más votos”, antes que un “quien presente propuestas y argumentos mejor estructurados que convenzan a los ciudadanos”.
El terreno de superficialidad politiquera en que se mueven los candidatos convierte los pronósticos sobre el resultado de la elección en algo tan volátil que sobre el resultado que se dé el próximo domingo ya no se puede apostar.