El dossier filosófico: ¿Vida u obra?

Juan Heiblum

Cuando pensamos en un filósofo solemos tener cierta idea de como era y como trabajaba. A veces, incluso los mismos prólogos a sus libros nos brindan ciertos datos biográficos que resultan ampliamente interesantes. Así, al momento de sumergirnos en los laberínticos senderos del pensamiento de alguien, nos acompaña cierta imagen del autor, con la que vamos simpatizando o repudiando. Pero ¿realmente importan estas exquisiteces biográficas cuando queremos leer filosofía?, o quizá ¿solo se trata de datos baladís y mundanos que terminan entorpeciendo la labor abstracta de la filosofía?

En ocasiones estas fáciles anécdotas de los filósofos nos ayudan a relajar la intensidad de una lectura rigurosa. Por ejemplo, si nos encontramos sumergidos en algún capitulo de la “Critica de la razón pura”, y pasamos varias horas al día en compañía de Kant, lo mínimo que podemos esperar a cambio es intercambiar un par de datos con el autor. Investigamos donde nació; nos enteramos que nunca salió de su pequeña ciudad; leemos por ahí que era tan puntual que sus vecinos podían ajustar sus relojes cada vez que Kant, en su caminata diaria, pasara frente a sus casas; nos detenemos en su vida sexual y encontramos poco. Entonces la solemnidad de su pensamiento queda diluida con la mundanidad de su vida.

Así se suele proceder. Realmente no conozco a nadie que no se interese por la vida intima de los filósofos que trabaja. No conozco a nadie que pueda presumir de quedarse sola y exclusivamente en la teoría de un autor. Sin embargo, yo creo que vida y obra no son dos géneros esencialmente en disputa. Gilles Deleuze, en algún momento, escribió un pequeño libro llamado “Spinoza, filosofía práctica”. En este, Deleuze va narrando la vida biográfica de Spinoza, demostrando que en la elaboración de una ética no puede haber una escisión entre vida y filosofía. Proceso análogo al que se podría realizar si uno tiene en la mente a Sócrates, pues si el filósofo nunca escribió, ¿la patencia de su pensamiento se encuentra en su vida?

Pero no nos quedemos solo con los casos más sonados, los lugares comunes de la vida de los filósofos. También hay ciertos filósofos que llevaron vidas que no nos imaginaríamos. ¿Sabían que Maquiavelo era un gran jugador de billar?, ¿acaso recordaban que Kant, antes de ser el prócer filósofo de la rectitud, fue un adicto a las apuestas?, o Bataille, que nos lo imaginamos viviendo una vida de rockstar, apenas salía de la biblioteca de París. Muchas veces no tenemos ni idea de cómo vivían aquellos filósofos que leemos. Nos quedamos con una pequeña historia que no es fiel a las complejas vidas de estos genios.

Podemos pensar que Descartes escribió sus libros bajo la luz de un fuego, abrigado y cómodo, sin que nada interrumpiera su proceso filosófico. Yo mismo, más de una vez, podía imaginarme el estudio de Descartes al leer las “Meditaciones metafísicas”. Pero, poco a poco, me fui enterando que esta idea romántica del erudito encerrado en su biblioteca no era tan cierta. Y ¿qué mejor?, pues los filósofos no llevan vidas tan aburridas como nos las imaginamos. Hay quienes dicen que Descartes, corsario francés del siglo XVII, descansó en una isla del Caribe tras ciertos días de navegación. Ahí, mientras sus compañeros se bajaron del barco para llevarse la vida en burdeles y bares, Descartes se encerró a escribir el “Discurso del método”. Por lo cual podemos ver que este libro no se escribió en la comodidad de las aulas de la Sorbona, sino que fue redactado dentro de los días de descanso de un pirata en el Caribe.

Lo mismo pasa con el joven Wittgenstein. Al ponernos a leer su “Tractatus logico-philosophicus”, podemos pensar que fue escrito en alguna universidad alemana o inglesa, con todas las comodidades a la mano. O dentro de una basta biblioteca donde los libros a consultar no representaran una limitante. Sin embargo, estos grandes genios nos sorprenden. Pues, tal y cómo Descartes, Wittgenstein no escribió este libro de la forma más académica posible, sino que fue redactado en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, mientras su autor combatía en plena guerra.

Hay quien dice que es necesario conocer la vida del autor, pues de lo contrario la lectura no tendría ningún sentido. Algunas otras personas, huyen ferozmente de cualquier dato biográfico e intentan leer sus libros sin que su autor interfiera en ellos. Yo no creo que hay un lado en el cual nos debamos posicionar. No hay que escoger entre vida u obra. Cuando estas vayan juntas, será imprescindible su tratamiento. Cuando solo estemos leyendo los caprichos eruditos de algún prologuista, creo que es mejor saltarnos la rutina matutina de algunos filósofos.

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