El placer de sentir terror

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Por: Diana López.

En el mundo existen dos clases de personas: las que aman las películas de terror y las que no las soportan. Personalmente, soy fanática de este género, por cierto, muy mal explotado estos últimos tiempos… En fin, si perteneces a la población que con la sola imagen de un escenario tintado de claroscuros, casas abandonadas y voces distorsionadas llegadas del más allá, bastan para salir corriendo o te alzan hasta los vellitos de los brazos, esto te servirá para entender por qué otros gozamos tanto con este género.

El terror es una temática lo suficientemente atractiva para que sea explotada en cualquier medio, ya sea el literario, el cinematográfico o mediante series de televisión. Y subgéneros dentro de éste hay muchos: hechos paranormales, monstruos, asesinos en serie, extraterrestres, y recientemente, zombies.

Producciones como “Walking Dead” mantienen semana a semana a miles de telespectadores en la seguridad de su hogar disfrutando de esos seres lentos y desmembrados con ansias caníbales… ¿Qué? ¿Creías que el terror sólo eran demonios, fantasmas, brujas y exorcismos?

Pues no. Pero a pesar de que es un terror que está de moda, cabe mencionar que no es reciente. Los inicios de este género iniciaron con el Nosferatu más singular y siniestro que haya habido; luego siguió de forma exitosa con Frankenstein, con el Drácula de Bela Lugosi, y encontró su edad de oro en los años 50 y 60 con cine de serie B y esas adaptaciones de Edgar Allan Poe, maestro de la literatura de terror. Un terror bastante extraño. ¿Recuerdas Berenice?

Los 80 trajeron consigo y dejaron para la posteridad producciones de todos los tipos y calidades; el mundo saltó con “La matanza de Texas”, “Halloween” o “Freddy Kruger”, y la modernidad nos envuelve con efectos tan reales, que algunas cintas no se proyectan sin que saltes más de una vez del asiento.

Tal vez fuiste parte de la desafortunada niñez que odia a los payasos gracias a Eso, o quedaste traumado con la escena de la niña de El Exorcista bajando las escaleras, o con Samara, protagonista de El Aro que surge de la pantalla del televisor para asesinar, pero no negarás que en ocasiones no duele pagar tanto dinero en el cine para ver lo nuevo sobre el género del terror. Ya sea porque a tu novio(a) le guste, por demostrarte que puedes resistir el género o porque en verdad seas fanático de él. ¿Pero por qué nos gusta tanto?

Detrás de la contradictoria afición.

Es simple y sencillo: Sentimos placer.

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Un equipo de las universidades de California y Florida, determinaron que cuando estamos viendo una película de miedo, la amígdala, pequeña estructura cerebral asociada al miedo y al instinto de supervivencia, se activa de inmediato; pero al valorarlo como un miedo “no real”, nos gratifica con una sensación de placer.

Se trata de una mezcla de excitación y alivio. Son una mezcla de sensaciones contrapuestas que los expertos catalogan como “ser felices al percibirnos infelices”.

Pero la adrenalina también está asociada a estas situaciones. Hay personas que disfrutan más que otras de determinadas experiencias. Para los que aman las películas de terror, producen mayores cantidades de adrenalina en su cuerpo que las que las evitan o no disfrutan viendo un exorcismo o un zombie persiguiendo a una pobre víctima…

El umbral de sensibilidad es diferente en cada persona, la adrenalina nos activa y nos inyecta de una agradable sensación de placer. Todo al mismo tiempo.

¿Entonces disfrutamos con algo que debería de causarnos sufrimiento?

No. Las personas reaccionamos de modo diferente al mismo estímulo. Para algunas quizá no es placentero porque fortalezca en ellas el recuerdo de experiencias pasadas negativas o trágicas, que les dificulta analizar objetivamente que no hay riesgo. Además, el estrés las colapsa y provoca que ademas, ciertas imágenes se queden en su memoria, y más tarde, será revivida posiblemente en forma de pesadilla.

 

De cualquier manera, el cine siempre tendrá fieles amantes y detractores, pero la industria del terror seguirá explotando toda esta complejidad emocional, regalándonos producciones de mayor o menor calidad, pero embelesándonos con cada sombra, cada quejido, cada invocación y cada grito de sus infortunadas víctimas.

Por cierto, ¿Ya viste El payaso del mal?

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