Óscar G. Chávez
El latrocinio en el Ayuntamiento de la capital, fue sello exclusivo de la administración encabezada por Xavier Nava, se afirma en estos días. Nunca antes el pillaje en las arcas municipales estuvo presente, hoy –gracias a Enrique Galindo– será desterrado para siempre, también en estos días se afirma.
Nadie duda, desde luego, que algunos actos de corrupción hayan ocurrido en la administración anterior, ni que el erario hubiera sido manejado de una forma permisiva; a poco de haber iniciado su gestión, Xavier Nava fue invitado por el Frente Ciudadano Anticorrupción a enmendar el dispendio de recursos en materia de promoción personal. Otros asuntos se ventilaron y se siguen (según dicen) ventilando, pero mientras no existan sentencias en firme, no se puede afirmar que hubo algo en cierto. Hay denuncias pero no sentencias.
Nada de lo que en el presente se diga sobre el pasado xavierista debe sorprendernos, pero lo que sí debería de hacerlo es el que se hayan olvidado las desastrosas gestiones de Jorge Lozano, Victoria Labastida, Mario García, y que nadie se quiera pronunciar, optando por el prudente silencio, en el caso de los $ 63´659,288.50 pesos que detectó la Auditoría Superior de la Federación fueron desviados durante la administración municipal de Ricardo Gallardo Juárez. Antes nadie supo, hoy menos se sabe.
Esos milloncitos (ni que fueran tantos) son sólo una muestra de que hubo pecadillos; ya también se ha olvidado la manera en la que se pretendieron apropiar de unas cuantas hectáreas en un terrenito dentro de la reserva ecológica de la presa San José. Como nos encanta exagerar a los potosinos de la capital, el padre del actual gobernador tuvo, para qué negarlo, algunos desaciertos menores pero nada que se pueda igualar con lo que vino después.
Por fortuna el alcalde Enrique Galindo es un hombre mesurado y de buen juicio que no se deja envolver por las maledicencias vertidas contra el genearca del clan gallardista, y evita a toda costa, aún de su dignidad, opinar sobre el asunto. Y con toda razón.
No es para menos, en la política y en la vida la sobrevivencia estará garantizada por la desmemoria selectiva, de ahí que subsista en nuestra memoria sólo lo que garantiza nuestro bienestar existencial lo demás deberá ser desechado, por salud mental y por así beneficiar, la mayoría de las ocasiones, a los proyectos prioritarios en el presente. El mejor de los ejemplos, o al el que más puede adecuarse en este caso, es el de los logotipos implementados al inicio de cada administración gubernamental en cualquiera de los tres órdenes de gobierno; el anterior, el que nos recuerda a “las obscuras fuerzas del pasado”, ahora trocadas por “herencia maldita”, desaparece y es reemplazado por el logotipo de la nueva administración. De una Caja del agua, pasamos a un palacio de gobierno, para ahora extasiarnos contemplando un verde quexquémetl.
Así Enrique Galindo, decidió que su memoria o su percepción del estado de la administración municipal sólo alcanzan hasta el trienio anterior. Hace bien, por supuesto, no sólo garantiza que el ayuntamiento que él dirige no sea asfixiado (económicamente hablando, aunque también se pudiera pensar en prácticas sadomasoquistas), sino también asegura su supervivencia y permanencia política, aunque quizá no donde él esperara en un futuro. Ocioso y riesgoso resulta confrontar al gobernador.
De dignidad no se vive, la dignidad no se capitaliza en cargos de elección pública; la dignidad tampoco permite un lucimiento político personal; es mejor olvidarse de ella y hacer como que nada pasa en este tranquilo pueblo. Aunque resulte sorprendente hasta el extremo de lo risible, el que por un lado se ordene el retiro de un obsoleto puente peatonal en el cruce de las calles Moctezuma y Reforma, mientras por el otro se guarda silencio ante los que el gobernador dijo que se levantarán en torno a la Alameda. Todo, cualquier acto emanado de la autoridad estatal merece respaldo por parte del ayuntamiento de la capital, tanto que ni siquiera han reparado los daños que el chupirul navideño generó en la plancha de la plaza Los Fundadores.
Es muy posible que también gracias al sometimiento de Galindo el gobernador lo apoye dando una solución o al menos una salida decorosa a los varios problemas que arrastra el Interapas, entre ellos la cada vez más probable desincorporación del municipio de Soledad, o la de la incapacidad manifiesta, que a como dé lugar se trata de ocultar, de Enrique Torres para ocupar la titularidad del organismo. Galindo o el arte de la evasión.
Lo cierto es que, aunque el alcalde todavía no lo sepa o no lo entienda, el mencionado director no cumple con los requisitos de ley el director, cosa que podría provocar la nulidad en los acuerdos y actos de autoridad derivados de su gestión. Como sea, esto parece no preocuparle, ya que si él está conmigo nadie estará contra mí.
Gastón Santos en las Memorias de Gonzalo (de nuevo padre y memoria) escribe en el Postscriptum: [Su padre] “Me mostró el periódico anunciando la candidatura de éste, en que un funcionario importante catalogaba a José López Portillo como “el mejor hombre de la Revolución” y me dijo: “Este cabrón puede, efectivamente, ser el mejor hombre de México, o el mejor que toreó al loco de Echeverría, pero no es el mejor hombre de la Revolución. Su bisabuelo [José López-Portillo y Serrano] fue Comisario del Imperio de Maximiliano; su abuelo [José López-Portillo y Rojas] cacique de Jalisco con don Porfirio y después ministro de Relaciones con Victoriano Huerta y su padre [José López-Portillo y Weber] coronel huertista. ¿En qué sobremesa familiar escuchó hablar bien de la Revolución?… para que hubiera un paralelo, en Cuba, dentro de algunos años, el mejor hombre de la Revolución cubana tendría que ser Fulgencio Batista III. Prepárate a “tragar sapo”. Y así fue.”
Aquí ya se lo tragaron, hoy todos sabemos quién fue el mejor alcalde, ¿para cuándo una calle con su nombre?