Para el viacrucis

Óscar G. Chávez

Siempre, al margen del momento y del lugar, cualquier tipo de crisis trae con ella otras, distintas y variadas. En los ochenta, por ejemplo, el brote de fiebre porcina en las Antillas obligó al sacrificio masivo de cerdos, consumidores por excelencia, de desperdicios y excreciones humanas; roto el orden de la ingesta escatológica, el campo quedó libre a las ratas que proliferaron y se enseñorearon en la región. La crisis de sanidad animal, que trajo de la mano una económica, desencadenó una de salud pública.

Más próxima a nosotros, aunque distante en tiempo, la revolución mexicana (periodo que normalmente resulta interesante para todos) inició como una crisis política que llevó a la bélica, y a ellas se sumaron la económica, la alimenticia, la de seguridad, la de salud, la de decrecimiento demográfico, la de despoblamiento, la de inestabilidad social.

Si bien, global, la crisis de salud de 2020, en cada uno de los miles de millones de muy diversos entornos por los que hizo tránsito, provocó diversos tipos de ellas; ocioso sería retomar lo que todos conocemos. Sobrarán coincidencias y divergencias.

La crisis hídrica en San Luis Potosí no es cosa nueva, el problema que hoy se agudiza es de años, pero ahora se magnifica por la desmedida explotación que deriva del anárquico crecimiento urbano, del exponencial incremento demográfico, de la falta de planeación urbana, de la especulación inmobiliaria, del privilegio a la industria. Círculos viciosos que se concatenan y magnifican conforme incrementa la problemática de la región.

No es sólo el sistema hidráulico de la presa El Realito el que genera la crisis de agua, de él sólo depende un grupo mínimo de colonias, es toda la infraestructura hídrica que abastece a la ciudad capital, la obsolescencia de los pozos y el colapso de los mantos friáticos. Se acaba el agua, pues, y la instancia encargada de hacerla llegar a nuestros hogares, está en manos de incompetentes (no de ahora, sino de hace ya un rato).

La falta de agua y la crisis que provoca, se magnifica por la inseguridad, o habrá quien diga que ésta deriva de aquella. El condenable asesinato del operador de una pipa de agua potable es sólo el inicio; no se dan cuenta, no lo quieren ver, o prefieren ignorarlo, pero el problema irá en aumento.

Uno, sin detenernos en el orden ni en cual, está potenciando al otro, que podría desencadenar en una crisis política; la inseguridad siempre hace patente la ingobernabilidad, máxime cuando está en manos de quien habla más rápido de lo que piensa, y en quien el razonamiento profundo no es una de sus principales características.

Se sugiere cambio de médico para un gobernador que busca curarse en salud y que lejos de lograrlo evidencia el cáncer general del estado que gobierna. El asesinato del conductor de la pipa descubre el estado de las cosas: una crisis que lleva a otra y que al final nos muestra una mayor y superior a todas. La bola de nieve que desciende.

Lamentan el alcalde y el director de Interapas el asesinato; menos mal, condenable sería que no lo hicieran cuando, casi convirtiéndolo en arte, han hecho del lamento su principal herramienta de comunicación. Malo, por cierto, debe ser el conocimiento que en esta materia poseen los que lo asesoran; en una cápsula videograbada refiere que la presa se descompone. ¿Cómo se descompone una presa?

Menos mal que algunos de los regidores le piden informes sobre el problema del agua; antes lo hicieron. Algún momento llegará en el que soliciten solución al problema, siempre y cuando las condiciones sean favorables para el Ayuntamiento; sin dinero pues cómo.  

Una cortina morada, la de semana santa, logrará ocultar un poco la problemática estatal y local. Los responsables felices por el pan y el circo que apaciguarán por el momento; ya después buscarán el episodio de Canaán que permita incrementar el agua.

Ojalá quienes generan la inseguridad sean observantes de la temporada, ojalá que las aguas se sensibilicen frente a la temporada; nada más espeluznante que una ciudad pletórica de turismo sin agua, y la delincuencia desatada en los caminos.     

Una levítica ciudad en manos de dos falsos redentores apuntalados por falsos profetas. Ya no hay patriarcas ni doctores de la ley, todo está en manos de los mercaderes que se han apropiado del templo. Todos se lavan las manos.

Fuera de columna:

En varias ocasiones el gobernador Ricardo Gallardo se ha mostrado como una persona sensible a los problemas de maltrato animal, pero parece ser que esta distintiva sensibilidad no es común entre todos sus colaboradores; varias fuentes señalan que el doctor Jorge Aguilar García, director del Hospital Central, ha ordenado el exterminio de una colonia de gatos que allí habita desde hace décadas. ¿Lo permitirá el gobernador? 

#SalvemosALosGatosDelHospitalCentral      

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