Por Victoriano Martínez
Sin duda la popularidad mezclada con el poder genera adicción y cuando se prueba el placer de ser aplaudido, quien la padece tiene momentos de realidad que lo ponen pies a tierra y lo hacen ofrecer moderación, aunque sólo sea el lapsus típico del adicto con su expresión pero no lo vuelvo a hacer.
El 7 de noviembre, el gobernador Ricardo Gallardo Cardona anunció su gira de los programas sociales “hasta que estemos en los 58 municipios entregando los programas sociales del nuevo gobierno”, según dijo en el video respectivo, transmitido en vivo por Facebook.
Los anunció como “programas sociales del nuevo gobierno”, cual si él fuera el dadivoso innovador que otorgaba esa concesión, cuando desde el 9 de mayo de 2020 entró en vigor una reforma al artículo 4º constitucional que los incorporó como un derecho de todos los mexicanos. En realidad, exhibió su ignorancia de las normas que protesto cumplir y hacer cumplir.
Tras el arranque de su gira de los programas sociales, Gallardo Cardona prometió presentar una iniciativa de reforma para incluir en la Constitución local lo mismo que ya aparece en la Federal. Cinco meses después, la iniciativa que denominó el Nuevo Plan de San Luis no ha llegado al Congreso del Estado.
Pero su promesa no se limitó a eso, sino que aseguró que aquella sería la primera y última vez que haría una gira de los programas sociales.
El pasado 4 de abril, Gallardo Cardona arrancó la segunda y última gira de los programas sociales para entregar las becas económicas para los adultos mayores y para las madres solteras con un fondo de 200 millones de pesos, que a duras penas le alcanzará para unos 12 mil beneficiarios.
Suficientes para lograr concentrar gente en auditorios, galeras y plazas públicas a lo largo y ancho del Estado para entregarles la tarjeta de débito, que ya evitó llamarla La Cumplidora. Suficientes para incumplir el “ya no se les pedirá que vayan a algún lugar a recogerlas, van a llegar a su casita”.
Insuficientes para que, quienes no acudan a esas convocatorias que iban a ser eliminadas, se queden esperando en sus casitas porque difícilmente va a alcanzar para que les llegue, por muchos delegados que tengan en todas las regiones.
El caso es contar con la dosis de aplausos y la sensación de una creciente popularidad que, por cierto, también resulta muy satisfactoria si se refleja en los resultados de las empresas encuestadoras… como Mitofsky, por ejemplo.
Cuando el 12 de noviembre Gallardo Cardona apareció en el último lugar de aprobación en el ranking que elabora esa encuestadora, respondió al cuestionamiento de Omar Niño: “la realidad es otra, ellos están tratando de buscar su lana y es correcto y se vale, el gobierno pasado les daba dinero y yo todavía no pienso darles”.
En cuatro meses, Gallardo Cardona pasó de una aprobación del 31.8 por ciento a una del 50.4 por ciento, y del último lugar al número 18. ¿Acaso el todavía no pienso darles ya caducó?
Y es que tratándose de ganar simpatía, no todo se enfoca hacia la popularidad con la gente, sino también a lograr el hasta ahora ausente cariño del presidente Andrés Manuel López Obrador, que en siete meses del gobierno gallardista no ha visitado el Estado, y, para alcanzarlo, proyectarse como un gobernador más de la Cuarta Transformación.
Quizá por eso el PVEM en el Estado presumió que “el gran promotor de la participación ciudadana en la consulta para la revocación de mandato fue el Partido Verde Ecologista de México (PVEM), ante la inoperancia de Morena local”, y el los camiones que acarrearon votantes se leía “nuestro gobernador apoyando”.
Todavía más, Gallardo Cardona firma y presume las cartas de apoyo, durante la veda y tras la votación, de los gobernadores de la 4T como uno más de ellos. Se mueve, pues, para que López Obrador lo voltee a ver…
Cosas de una cierta adicción a la popularidad y a la aprobación.