Óscar G. Chávez
Con el anuncio de construir una nueva entrada a las instalaciones de la Fenapo, que seguro en breve y por decreto gubernamental será universal potosina, se vuelve terrorífico esperar el momento en que a Ricardo Gallardo, el gobernador de San Luis Potosí, se le meta en la cabeza la idea de reemplazar la puerta de palacio de Gobierno. Sé que la paranoia que en ese sentido se irá desarrollando, al menos hasta después de la visita del presidente López Obrador no tiene razón de ser; la puerta elaborada en la potosina empresa de Jorge Unna, se encuentre timbrada por una bella águila de extracción juarista, vaciada en bronce. Y, bueno, todos sabemos la admiración desmedida que el presidente profesa al Roble de Ixtlán, y como aquí se aspira a ser iguales que el prócer tabasqueño, lo más seguro es que en breve todo gire en torno a Juárez con motivo del ciento cincuenta aniversario de su fallecimiento.
Desde luego, se supone en el hipotético caso que, efectivamente, López Obrador visite San Luis Potosí, porque quizá a último momento se le ocurra virar para otro lado. Porque, no deja de resultar curioso que el de San Luis Potosí, siga siendo un gobernador menospreciado por el centro. En realidad quizá nunca sepamos la causa de ese relego, pero entre lo que dice y presume, y lo real, hay una diferencia abismal. De ahí que debería de aprender a guardar silencio, y no –como decía mi abuelo– andar de echador.
Uno de los ejemplos más claros está en la tan anunciada, por el gobernador y por su secretario, vacunación para niños en el mes de mayo. Luego le pueden cancelar, ya que no depende de él ni del aparato burocrático estatal, sino del gobierno federal, y dónde éste decida suspender, quedará como un farsante, en un tema bastante sensible.
A propósito del todavía vigente tema del coronavirus, mientras en Estados Unidos se promueven controversias legales encaminadas a reinstalar el uso obligatorio de la mascarilla sanitaria o cubreboca, en San Luis Potosí por irresponsable voluntad gubernamental se permite dejar de utilizarla a aire libre.
Lo que sí hay que reconocer es que la aprehensión de la doctora Mónica L R ha posicionado a Gallardo como, al menos en apariencia, un gobernador que busca poner en orden la casa, y saldar deudas con la pasada administración, la que dice le dejó una herencia maldita (aunque ya no sé si se refiere a cuestiones financieras o Lupe y toda su corte), aunque todavía despierta suspicacias el que puedan caer más, y en el supuesto que ocurrieran, el que efectivamente se les fincaran, en caso de resultar culpables, responsabilidades de tipo penal. Dicho de otra forma, una cosa es que se les abra proceso y otra que se les obligue a devolver lo sustraído y se les sancione.
Hay quienes, conocedores del tema, afirman que la doctora Mónica L R puede alcanzar una pena de hasta 22 años de cárcel, pero primero que se los dicten, y después que se los aseguren de vida, ya que hasta el momento se sabe que la doctora se encuentra convaleciente de una operación necesaria por un tratamiento contra el cáncer. Esto, genera varias interrogantes, entre ellas el conocer su estado real de salud, pues aunque se dice que no es un cáncer demasiado agresivo, los constantes ires y venires entre el centro carcelario y el hospital harían pensar lo contrario.
En esta misma lógica convendría especular el por qué se le detuvo hasta ahora; fue en realidad porque vivía a salto de mata y no había sido posible localizarla, o se espera un desenlace más sensible, que haga imposible obtener mayores datos sobre ella y sus cómplices, o jefes. De resultar absurdo lo anterior, es pertinente cuestionar el verdadero alcance de sus declaraciones y las verdaderas acciones que se pudieran emprender a partir de las mismas.
Porque una cosa es suponer que se puede citar a declarar al ex gobernador y a su ex secretario de gobierno, otra que en realidad ocurra; igual, qué tan fácil sería demostrar que fueron responsables de algún desvío o disposición ilegal de fondos públicos. Todos afirmamos que así podría ser, pero lo más seguro es que ni se les moleste.
Dado que Gallardo aspira a ser como un López Obrador, y éste no toca a Peña Nieto, seguro no tocará a su antecesor, aunque también creo que es muy probable que se repita lo que a nivel federal, y el policía enjaulado se convierta en su Rosario Robles, mientras que la doctora será el Lozoya. Con esto quiero decir que quizá no se haga nada.
Los que saben dicen que todavía faltan dos o más por caer, pero al parecer uno vive ya en el Valle de los Reyes, y el otro goza del fuero del hermano alcalde. Así que posiblemente hasta aquí llegue el sainete.
No creo que en realidad los problemas heredados (malditos o no) por la administración anterior le importen a Gallardo, tampoco los problemas económicos, ya que dice tener muy buena relación con el presidente y los legisladores (recordemos que al inicio de su gestión se fue a la ciudad de México a gestionar mucho dinero que beneficiaría al estado); menos el problema de la inseguridad, ya que ahí sigue atorado el asunto de su Guardia Civil. Lo único que le interesa, y no más, es la enorme propaganda que con miras a beneficiarlo, le pueda generar su imagen.
Alguien le debería de recomendar leer Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos (al fin él ha dicho que es un lector voraz), detenerse particularmente en la figura de Santos Luzardo, y después –acompañado de su secretaria de Cultura– visitar los murales de El Tepeyac, allá camino a Ciudad del Maíz, quizá entonces comenzará a entender muchas cosas.