Re-cuentos

Óscar G. Chávez

Una de las grandes afecciones del gobernador potosino es, si no la mitomanía por lo menos una megalomanía progresiva y galopante, que se manifiesta a partir de su permanente necesidad de magnificar su persona a partir de rebuscadas historias que lo colocan como indispensable y casi único protagonista.

El fin de semana pasado, centro de atención, se mostraba radiante; parecía ser el niño del  bautismo y el difunto del velorio. Un gozo inconmensurable le provocó la cercanía con el presidente de la República, durante su visita a la Huasteca. Viaje que, según el dicho gallardista,  pareciera realizó exclusivamente para saludar a su amigo el gobernador potosino, y entregarle tres mil millones de pesos destinados a la ampliación de la carretera Valles–Tamazunchale.

Sí, pero no. El dinero ya se encontraba asignado, y sólo fue un refrendo; es decir, no fue que Ricardo Gallardo lo consiguiera en ese momento, lo demás ya es sabido: ni una mención en las redes sociales de presidencia de la República a San Luis Potosí. Más claro, ni el agua del río Tampaón, Andrés Manuel acepta a Gallardo sólo porque es gobernador de San Luis Potosí. No más.

Tampoco es que Gallardo sea un aliado indispensable para Andrés Manuel, pero de alguna forma hay que agradecer que no se reactiven las carpetas que el fiscal Gertz Manero tiene durmiendo en su oficina. Ahí, aunque a conveniencia, sí hay memoria.

Muestra evidente que el gobernador potosino no las tiene todas consigo, fue la crítica formulada recientemente por el subsecretario Alejandro Encinas, quien cuestionó de una forma nada suave, la intención estatal de desaparecer la Unidad de Feminicidios. Muy posiblemente después de este jalón de orejas, es seguro que aparezcan para decir que no se pensó en desaparecerla sino en reestructurarla para una mejoría.     

Lo mismo se dice de la seguridad en el estado en la que iniciará una “nueva era”, gracias a la aprobación de su propuesta de Guardia Civil y por la que agradeció la disposición de ayuntamientos y legisladores. Veremos si a partir de este momento se vive sin miedo o se crea una entidad de seguridad que se asemeje al “convoy” jonguitudista.

No alcanzo a comprender todavía del todo, cuál será el beneficio real que aporte el nuevo cuerpo policiaco al estado ya la ciudadanía, porque queda claro que los integrantes del cuerpo policiaco, seguirán siendo los mismos que han funcionado como policías. Por más que el gobernador diga lo contrario, hubiera sido preferible modernizar la policía ya existente. Más pareciera una búsqueda de tiempo, para dejar pasar su notoria incapacidad en el tema.

La búsqueda de su trascendencia no sólo se manifiesta en la presentación de proyectos como  este cuerpo de élite policial que junto con los “suatch” resolverán los problemas de seguridad, sino también en algunos secundarios gracias a los cuales se pretende mostrar como un innovador y un impulsor del progreso en San Luis Potosí. Ahí está el ejemplo del tan anunciado Circuito Potosí, que no es otra cosa que la modernización del anillo periférico Antonio Rocha–Manuel Gómez Morín, al que –supongo con la complicidad del Cabildo de la capital– cambiará el nombre por su voluntad.

Por cierto, creo que peca de ingenuo mi querido amigo el periodista Juan José Rodríguez al señalar en su columna Las nueve esquinas el surrealismo que impera en torno al cambio de nombre que efectúa un gobernante treintañero (ex alcalde y expresidiario). No hay ningún surrealismo, es ignorancia plena y profundo desprecio por todo aquello que no haga él y permita su lucimiento, sirve que aprovecha para reafirmar el conocido apotegma “entre más obra más sobra”.

Es evidente que el gobernador ni sabe quién fue don Antonio Rocha (como no sea el nombre de una calle o el nombre de un retrato colgado en palacio), ni le interesa saberlo; no hay más. Quizá en unos años volvamos a la época en que el gobernador Cedillo impuso el nombre de su hermano Magdaleno, a la hoy avenida Carranza.      

Ya que andamos por esos rumbos, conviene enfatizar que no sólo su ignorancia sino también su voracidad queda manifiesta al decidir desaparecer el Consejo Consultivo del Centro Histórico, una dependencia que se había preocupado (ciertamente con algunas deficiencias que, como en cualquiera, era perfectibles)  por  recuperar paulatinamente el esplendor del secular espacio. Lo increíble es que su último titular, Juan Carlos Machinena, permitiera y contribuyera a la desaparición de lo que había llevado años construir, y de la que supongo él se dijo admirador (como siempre lo hace dado su formidable camaleonismo) cuando fue delegado del INAH.

La cuestión, se comienza a ver de una forma cada vez más descarada, es el manejo directo de recursos; desaparece el Consejo y se crea “un organismo público descentralizado que depende del gobernador”, es decir lo que se busca es el control directo, no del centro, no del patrimonio, y no del organismo (que seguramente no sabe ni para qué sirve) sino de los dineros,  no sea que le vaiga pasando lo que con los centavitos de Gogorrón en semana santa.   

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