Octavio César Mendoza
En política, todo tiempo pasado fue peor, y el presente se puede cambiar para mejorar en un futuro deseable de ensueño, o al menos de justicia social. Sociedades enteras son arrastradas de la esperanza a la desesperanza en cada cambio de gobierno cuyo líder ha prometido lo imposible con tal de alcanzar lo único posible, lo único deseable: el poder. “De mesías y ladrones, están llenas las instituciones”, decía mi padre que en paz descanse.
Cuando una nación se percibe a sí misma como derrotada, corrompida, indigna, se ejerce una democracia de venganza en cada proceso electoral. Se vota con las emociones y no con la razón, y eso lo saben los expertos en el marketing electoral, y por eso el diseño de las campañas de izquierda en el mundo han comenzado a basarse en una idea de justicia social casi estética que golpea en el corazón del votante con una premisa: los que gobernaron son unos desalmados, corruptos, perversos e ineptos, y eso no es lo que deseas para tus hijos. Tus hijos merecen esperanzas nuevas; tus hijos merecen Utopía.
Latinoamérica está a punto de ser un continente de izquierda, merced a la incapacidad de las ideologías de centro y derecha de convencer a los electores de que no son tan malos como los pintan, ni tan corruptos, ni tan incompetentes, y también a una forma irracional de aferrarse a dogmas que ya no forman parte del sentir colectivo. Todas las ideologías arrollan al ser pensante por el mismo motivo: se agotan, cansan, hartan y fastidian porque limitan las libertades.
Del brazo conservador que ofrecía a las minorías los privilegios que no eran accesibles a las mayorías porque estas se conformaban con mentarle la madre al gobierno, la derecha se hizo del poder y gobernó durante décadas haciendo uso de una amenaza básica: la izquierda es de revoltosos, marihuanos, revolucionarios, anti-clericales, gays, intelectuales, obreros, artistas, estudiantes, madres solteras, lesbianas, feministas, y un largo etcétera de minorías rechazadas por un sistema inventado por ese poderío compuesto por la uniformidad de los empresarios, maestros, sindicatos pro gobiernistas, la iglesia católica y la “sociedad civil”.
En alguno de estos últimos encajaban los primeros, o alguien de sus parientes. Y los medios de comunicación lo advertían: “esos” son un peligro para la nación, para la paz social, la estabilidad económica y el progreso. Entre Jacobo Zabludovsky y Héctor Suárez se pitorreaban de los oprimidos, dándoles falsa información y falsa crítica. Televisa presenta.
Un día, esas minorías comenzaron a darse cuenta de que, sumadas, conformaban una mayoría, dado que la economía, las oportunidades de desarrollo y las libertades de esas minorías segmentadas y opuestas entre sí eran limitadas, pobres pero, sobre todo, injustas.
Las minorías, unidas, jamás serán vencidas; esto porque los agravios en contra la población más vulnerable son el alimento de las promesas de campaña de los liderazgos de izquierda: aquello que te negaron, lo recibirás hoy mismo. No hay mañana. La esperanza que te vendo, es la del presente. Hoy habrá comida en tu mesa, atención médica y educación gratuitas, y una lista de beneficios que serán tan tuyos como lo serán de tus hijos, pero que por desgracia no fueron de tus padres o tus abuelos. He aquí la redención inmediata de tu pecado de no haber votado por nosotros. No te culpo: te salvo.
Sin embargo, los billetes tienen que salir de algún lado: recursos naturales, impuestos a la clase media, disminución de la burocracia, combate a la corrupción, inversión extranjera o, en el peor de los casos, deuda externa.
La imaginación para prometer da para mucho. Hay un Disneyland en la mente. La realidad, por otro lado, dice que lo que más fácil se va es aquello que fácil viene. Pregunten a quien se sacó la lotería hace tres años y hoy vive en un Oxxo.
El problema no es que la derecha o los gobiernos de centro le hayan fallado a las mayorías, que lo hicieron, sino que creyeron estar haciendo lo mejor mientras disimulaban que abusaron con singular alegría al momento de distribuir la riqueza, y promovieron la idea de que los gobernantes eran una casta despreciable por sus excesos, pero inalcanzable, aunque tuviesen la visión de futuro necesaria para construir infraestructura productiva, modernidad y condiciones ideales para la inversión.
Para eso los educaban en el extranjero, faltaba más. Favor que nos hacían al tomarse la molestia de gobernar. El asunto político, luego entonces, era de negocios, tema inaccesible a los no entendidos, los pueblos indígenas, los sectores vulnerables, y los que ignoraban el poder de su firma -la “equis” masiva en la boleta electoral.
Entre gobernantes y gobernados había una estructura endeble como lo es un andamio entre el suelo y el techumbre de una construcción en obra negra. Por un tiempo sostiene esa parte superior, pero se necesita retirar para terminarla y que realmente sirva al propósito para el cual fue dispuesta.
De ese andamio se sujetaron los olvidados durante el tiempo que gobernaron los privilegiados; y por eso ahora estos últimos observan con asombro que la izquierda tome el poder aludiendo a un simple principio de justicia por empatía: a ti, que no te han dado nada, te debemos todo. Tómalo. Lo que no se ha dicho es: hasta donde alcance, amiguito votante, porque mi familia también come de lo mismo.
Bien: las utopías han sido alcanzadas. Bravo. Ahora, hay que construir realidades. Las libertades se fueron dando como parte de la democratización de las sociedades, de la inclusión y la participación; pero hay un detalle: ¿esas libertades también pueden ser ejercidas en la miseria, o resultan útiles ante el hambre, el desempleo, la inseguridad?
Se dice que Cuba tiene un sistema de salud y una educación de primer mundo; pero la mayor parte de su población apenas vive con lo indispensable. El control del gobierno es absoluto. No existe la disidencia; esto es: el ejercicio de las libertades. Y estas son lo que menos importan cuando se tiene hambre. Mejor comer en una prisión, que gritar en una mesa de banquete, pero sin un chícharo que depositar en el estómago.
Esa izquierda que ha alcanzado el poder en Latinoamérica debe ser mucho más visionaria y también mucho más responsable que la que accedió al control militar en Cuba o en Venezuela. Que no nos decepcione su inteligencia y no se acuse a nuestra ingenuidad de llevar al poder a un sector popular al poder, oremos. Y más vale advertirlo desde ahora.
Regalar no es un acto de justicia social. Nadie debe tener en mente recibir algo sin dar otra cosa a cambio. El intercambio también tiene que ser de ideas, de propuestas de solución a los problemas no a corto sino a largo plazo. Y de eso somos responsables quienes nos cansamos de derechas voraces y centros corruptores: los revoltosos, los revolucionarios, los intelectuales, los gays, las feministas, los obreros, los enojados, los despojados, los rencorosos, los hartos de comer esperanzas, las inmensas mayorías que suman los agraviados, y que hoy están llevando al poder a los que hace mucho tiempo deseaban llegar a él para (ojalá que sí) hacer justicia social. Justicia y libertades para todos.