Octavio César Mendoza
Los desastres naturales y la aparición de nuevas enfermedades no son fáciles de prevenir; pero el surgimiento de conflictos entre pueblos y naciones sí. Basta un botón, una orden, una afrenta, para desatar el caos y la destrucción del hombre y de su entorno. La naturaleza humana es, de este modo, tan temible como la naturaleza misma; aunque esta última no oscila entre la racionalidad y la estupidez, como sí lo hace la primera.
Lamentablemente, el avance de las tecnologías de exploración y explotación de nuestros recursos naturales nos están colocando ante el paredón; y es la ambición y la necesidad de aprovechar dichos recursos (y los ajenos, claro) lo que también nos está colocando como parte del pelotón de fusilamiento. Se trata de la paradoja moderna de la supervivencia de las naciones y sus culturas, incluso de la civilización misma.
De lo macro a lo micro, de la escasez de Cerveza Corona derivada del corte de suministros derivado a su vez de la guerra de Rusia contra Ucrania, vemos cómo “ciertos personajes” de Nuevo León y Tamaulipas (vecinos y hermanos) ya están hablando de tomar el agua del estado de San Luis Potosí para llevarla a sus molinos agrícolas e industriales, a lo que Ricardo Gallardo Cardona responde que el agua del Potosí es para los potosinos.
Sea de quien sea la responsabilidad de distribuir los recursos de las cuencas hídricas de nuestra Nación, y aunque estamos lejos de estar en condiciones de entrar en una guerra civil, lo que sí podemos percibir es que el discurso de crisis está empezando a tejer planos absurdos de la realidad por parte de esos “ciertos personajes”; ante lo cual es válido preguntarse cómo asegurar legalmente la propiedad y repartición del agua, por si las dudas.
Observando que la crisis nacional de inseguridad no la ocasionamos los potosinos, ¿cabría preguntar si también van a reclamar la denominación de origen de “ciertos grupos” criminales? Igual nos podemos preguntar si ese “aire de superioridad” de hermano mayor nos pondría en el futuro a enfrentar “solos” una catástrofe natural, una pandemia peor que la del COVID, o un estado de indefensión ante el crecimiento exponencial del crimen.
La falta de solidaridad tiene como origen una carencia previa de empatía: “De que lloren en tu casa a que lloren en la mía…” es una frase que conecta con esa miserable realidad. Y así como los ladrones planean el asalto a una casa-habitación, hay “ciertos personajes” tan inteligentes (es ironía) que pretenden remediar sus males aprovechando los recursos del vecino. El problema es que esa mentalidad es el verdadero mal endémico de este país.
Aquí de lo que se trata es de analizar las causas del “a ver quién me chingo” y su por qué. Y existen varias tesis: desde que San Luis Potosí fue “su papá” hasta que perdimos Texas y eso creó un trauma de infancia, pasando porque en Semana Santa hay más regiomontanos que potosinos en el Río Tampaón, y llegando al punto en el cual, creo yo, se basa esa “ideota”: que San Luis Potosí no es una potencia económica y está “desarmado”.
¿Qué mejores armas que las de la razón? Por eso tenemos un Gobernador que entiende de épicas narrativas, y esto le puede venir muy bien para consolidarse como defensor de su pueblo ante el intento de avasallamiento de “ciertos personajes” y diferenciarse de ellos no sólo en el discurso, sino hasta en la motivación ontológica de dicha defensa: no van a saquear a quienes ya han debido resistir el saqueo que nos tiene hundidos en la pobreza.
Y si bien es cierto que los potosinos no poseemos el poderío económico de Nuevo León o Tamaulipas, también es cierto que sí poseemos una riqueza cultural enorme, un capital intelectual suficiente, y una moral solvente para defendernos en conjunto, seamos de Soledad o del Pedregal. No olvidemos que nuestros ancestros defendieron con arcos y flechas su oro y su plata durante medio siglo hasta que los españoles tuvieron que negociar con ellos.
Hoy es importante advertir que entre los mismos potosinos no debe haber división porque el gobernador no es de los grupos que fueron expulsados del poder. A estos también afectaría, en sus negocios e industrias, en sus fraccionamientos de lujo y sus casas de campo, que el agua de San Luis Potosí se fuera a otro lado. A ver con qué riegan los campos de golf –y no por esto me vayan a dejar de invitar de vez en cuando a jugar “pocito”.
Pero, sobre todo, es necesario comenzar a convocar a la solidaridad nacional, y empezar a trabajar en las crisis que se ven venir en el horizonte apocalíptico de los últimos tiempos. Hay que hacer planes para saber cómo vamos a actuar ante desastres naturales más poderosos que los que hemos visto, ante crisis de recursos no sólo de este lado del Río Bravo, ante pandemias que son más amenazantes si no acabamos primero con la pobreza y el hambre.
El crecimiento “disparejo” de México obedece a ese “colonialismo” al que los privilegiados se acostumbraron al extremo de crear una nueva rama de la filosofía, esa “lógica samuelense” del junior que dice “¿Y qué tal si desviamos las cascadas de Tamul a Monterrey y ¡pum!, resolvemos la sed de los regios” –y no la de estos, sino la de industrias voraces y contaminantes que, hasta hoy, son más parte del problema que de la solución.
Son las crisis las que pueden unir a los pueblos que integran a una Nación, y ahí se necesita incluso a los que siguen suspirando por el poder político perdido a pesar de ser parte de la “liga de la decencia”. De hecho es necesario desobedecer al prejuicio de “lo diferente” para instalarse en el juicio de la razón: si desde hoy anticipamos el futuro como País, y no como Estados, no como clases políticas o sociales, seremos más fuertes.
Podemos empezar a intentarlo empezando por ver con empatía a nuestro prójimo, preguntando al vecino o al hermano qué le hace falta, en qué le ayudamos, retomando nuestra identidad nacionalista sin perder nuestra idiosincrasia localista, borrando de la mente las fronteras internas para fortalecer nuestras fronteras externas, convocando a los expertos y a la sociedad a pensar: ¿Qué deberíamos hacer como mexicanos si…?
Nació en San Luis Potosí en 1974. Ganó el Premio Nacional de la Juventud en Artes en 1995 y el Premio 20 de Noviembre en 1998 y 2010. Ha publicado siete libros de poesía y uno de cuento. Fundador de las revistas Caja Curva y CECA, también colaboró en Día Siete, Tierra Adentro, entre otras. Asesor de Marcelo de los Santos Fraga de 1999 a 2014, siendo él presidente municipal, gobernador y director de Casa de Moneda de México. Actualmente es director de Publicaciones y Literatura de la Secretaría de Cultura, y también dirige la Casa del Poeta Ramón López Velarde y la Editorial Ponciano Arriaga.