Octavio César Mendoza
Los valores no requieren adjetivos porque representan lo que significan, y viceversa. La libertad, la democracia o la verdad que se cruzan con los adjetivos dejan de ser leales a sí mismas, se prostituyen, se pervierten. Así, la “libertad absoluta” es una falacia, la “democracia representativa” es antidemocrática y la “verdad histórica” una mentira.
Cuando un grupo de personas se reúne para crear un escenario que justifique su incompetencia, su perversión o su maldad, suelen surgir dichas asociaciones de conceptos que pretenden justificar las tesis que sustentan tal escenario: pieza por pieza se va creando un andamiaje de narrativas, personajes y psicologías que lo explican todo.
Los juicios sumarios, las explicaciones sin falla y los métodos científicos de rigor preciso pretenden socavar la duda; pero esta persiste, se filtra como la humedad en los muros, corroe con su salitre los cimientos y derrumba aquello que se pretendía sólido. Los escombros caen sobre los arquitectos de una realidad que de pronto deja de serlo.
En rigor, no se trata de llegar al fondo sino de mantener las apariencias. Para el que miente, o para quienes mienten en conciliábulo, la complicidad es el único acto de lealtad válido; contrario sensu, revelar la verdad es cometer perjurio contra la complicidad. Las amenazas se vierten como se puede verter la sangre, y los beneficios de callar se pierden si se habla.
Para ocultar una verdad se necesitan dos, o muchos más, como ocurrió en torno a los hechos aún no revelados de Ayotzinapa, que es como la punta del iceberg de una serie de noches trágicas que han dejado en luto a grandes porciones de nuestro país. Estremece porque se trata de autoridades civiles y militares, científicas y policiales en entredicho.
¿Cuántos personajes perciben el sabor amargo en sus gargantas al sentirse responsables directos o indirectos de tales noches trágicas? De avanzar las investigaciones en torno a este y otros actos que han manchado de sangre nuestro territorio, saldrán a relucir muchos más nombres de personajes que se creían intocables, o salvados por el olvido o por el poder.
Lo cierto es que, así como sus víctimas lo fueron porque estaban indefensas, hoy los victimarios están indefensos ante el peso moral de las acusaciones porque se saben culpables, y comenzarán a disparar acusaciones en redondo. Se viene una revolución, un intercambio de roles de poder, una larga noche para los culpables de crímenes realmente graves.
Si faltaba un acto de legitimación política a la 4T, ésta ya surgió con la acusación de los creadores de la “verdad histórica” como responsables y corresponsables de un crimen de lesa humanidad. Obedecer órdenes, conspirar, traicionar la encomienda de servir a la patria, ocultar la verdad, encubrir a criminales, es algo que pesa más allá de la sospecha.
No se puede desaparecer ni asesinar la verdad. Y cuando esta surge, no necesita adjetivos. En cuanto comiencen los juicios de Ayotzinapa, comenzarán también la exigencia de llevar a juicio a los involucrados en otros eventos de los cuales muchos no desean que se hable más, porque prefieren fingir decencia antes que mirarse en el espejo de su consciencia.
Para los familiares y amigos de las víctimas, solidaridad y justicia. Así, sin adjetivos.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no representan la postura de Astrolabio.
Nació en San Luis Potosí en 1974. Ganó el Premio Nacional de la Juventud en Artes en 1995 y el Premio 20 de Noviembre en 1998 y 2010. Ha publicado siete libros de poesía y uno de cuento. Fundador de las revistas Caja Curva y CECA, también colaboró en Día Siete, Tierra Adentro, entre otras. Asesor de Marcelo de los Santos Fraga de 1999 a 2014, siendo él presidente municipal, gobernador y director de Casa de Moneda de México. Actualmente es director de Publicaciones y Literatura de la Secretaría de Cultura, y también dirige la Casa del Poeta Ramón López Velarde y la Editorial Ponciano Arriaga.