La historia alimenta demasiadas fantasías nacionalistas y eso es gravísimo: Juan Carlos Ruiz Guadalajara

Profesor investigador del Colsan y del SNI, ha combinado el trabajo académico con el compromiso social.

José de Jesús Ortiz

Primera de dos partes

De niño soñaba con ser piloto y volar aviones. También, tuvo intención de estudiar medicina y ayudar en comunidades marginadas. La vida como es, lo llevaría por el camino de la historia y al estudio particularmente del pasado novohispano en México. Su paso como estudiante en la Universidad Nacional Autónoma de México —en una época de gran movilización con la lucha del Consejo Estudiantil Universitario por la defensa de la gratuidad de la educación — sería definitivo en su concepción del mundo y en la formación de un pensamiento crítico, quizá uno de los rasgos principales que lo distingue como historiador y como activista de diversas causas sociales en las que ha participado.

Juan Carlos Ruiz Guadalajara (Ciudad de México, 1963), dice que la historia es uno de los rincones más complejos de la mente humana, pues tiene que ver con la reconstrucción del pasado, el por qué y para qué se reconstruye una etapa determinada. También, advierte que durante muchos años en San Luis Potosí se impuso una visión dominante de la historia, decimonónica, en la que el desarrollo civilizatorio en la región comenzaba con la evangelización hispánica y excluyó procesos históricos que no encajaban en esa visión. No tiene dudas sobre el uso político de la historia como una tentación y práctica discursiva desde el poder, algo que cuestiona desde la trinchera que le toca a nivel académico y desde espacios en los que colabora como sus artículos en el periódico La Jornada. 

Profesor investigador de El Colegio de San Luis, además de su trabajo y producción académica como parte del Sistema Nacional de Investigadores, ha sido durante las dos últimas décadas una voz fundamental desde el compromiso social con procesos de resistencia como el que se libró en Cerro de San Pedro en contra del proyecto depredador de la Minera San Xavier, al igual que en la defensa de la Sierra de San Miguelito asediada por los proyectos inmobiliarios que estaban (están) en marcha impulsados por las élites económicas locales. Un atributo, el del compromiso público, escaso en el mundo de la academia y la intelectualidad en San Luis, habitualmente medrosa de asumir un apoyo abierto a diversas causas.

En su casa en el barrio de San Sebastián, rodeado de libros y documentos, un sábado por la mañana se da tiempo para reconstruir pasajes de su historia personal, de su proceso formativo en la academia y de su activismo en distintos procesos de lucha social, en los últimos años enfocados de manera particular a través del movimiento pacifista OraWorld Mandala, una extensión en México de la Gujarat Vidyapith, la universidad que fundó Mahatma Gandhi, desde el que trabaja proyectos para la paz y la no violencia.

La UNAM, escuela de formación social y política

Proveniente de una familia compuesta por ocho hermanos, con un padre que era profesor normalista, se recuerda como un buen estudiante a quien las materias relacionadas con las ciencias sociales se le daban con facilidad, aunque su vocación por la historia —como una actividad profesional— la definiría ya en la etapa final del bachillerato, en la Preparatoria 9 de la Ciudad de México.

En su infancia transcurrida entre los años 60´s y la primera mitad de la década siguiente, le interesaban demasiadas cosas, en particular los aviones y la aventura de volar en un contexto en el que el viaje a la luna había sido ya posible, con Neil Armstrong. “Quería ser piloto, esa fue siempre mi intención, de hecho, coleccionaba aviones, investigaba mucho de la historia de la aviación, me fascinaba irme a ver aviones, era un enamorado de la aventura de volar de la humanidad. Tenía muchas ganas de ser piloto, pero en una familia de ocho hermanos y con un padre profesor pues imposible”.

También, en algún momento tuvo la intención de estudiar medicina, una disciplina que le interesó inicialmente por la posibilidad de ayudar a los enfermos y dice que de haber mantenido ese deseo seguramente estaría en la sierra, organizando brigadas de salud en comunidades marginadas. Tiempo después, se impuso su interés por entender el proceso histórico. Su ingreso en 1979 a la Preparatoria 9 de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), le abrió un horizonte no conocido y una incipiente politización, además de que al concluir el bachillerato le permitió contar con el llamado pase automático a la Universidad, definitiva en su formación y su manera de entender el mundo.

En esa etapa le tocó participar de manera directa en la gran movilización estudiantil que irrumpió en la UNAM en defensa de la educación gratuita a través de la lucha del Consejo Estudiantil Universitario (CEU), acaso el primer movimiento victorioso en la Universidad desde la brutalidad del ´68, en el que participaron estudiantes como Claudia Sheinbaum o Jesús Ramírez Cuevas, hoy figuras centrales de la llamada Cuarta Transformación, con quienes mantiene relación más de 30 años después de aquella lucha.

Astrolabio: En tu paso por la UNAM te toca vivir el movimiento estudiantil que se da en los 80’s con el Consejo Estudiantil Universitario y la huelga para defender la gratuidad de la educación y echar abajo el aumento en las colegiaturas, ¿cómo viviste aquella etapa y qué tan importante fue tu paso por la UNAM?

Juan Carlos Ruiz Guadalajara: A la UNAM le debo todo, fue la que permitió incluso entrar en una vía de ascenso social. Yo me pregunto ahora ¿cómo es que puedo vivir como historiador? Y eso es gracias a la UNAM, a todo lo que aprendí ahí y a todos mis profesores. Fue para mí una escuela de politización, no solamente por lo que se discutía en los pasillos y en las clases, sino también por lo que se prefiguraba como la posibilidad de organizarnos para defender a la UNAM y eso salió justo cuando a Jorge Carpizo (el rector en aquella época) se le ocurre decir que va a cobrar cuotas y que viene una reforma universitaria. Eso nos arrastró a todos.

“El CEU fue una escuela muy importante porque ahí estábamos todos, custodiando las puertas de las escuelas, verificando que no hubiera saqueo en los laboratorios, sellándolo todo; el riesgo era que nos acusaran de saquear a la Universidad, pero todo fue perfecto. Fue un movimiento muy exitoso: doblamos a la autoridad, abrogaron la reforma universitaria, se acordó un Congreso Universitario, pero más allá de eso ya no vi nada, como que todo volvió a la normalidad… mal que bien, la Universidad quedó resguardada de cualquier intento de mercantilización”.

 

A: En aquella época, que fue la segunda mitad de los años 80´s, ¿militaste o simpatizaste con algún proyecto político, más allá de la lucha estudiantil en el CEU?

JCRG: No, como militante no. Yo tenía una bronca con el PRI tremenda y con mi padre eran discusiones todo el tiempo, porque mi padre era priista, era amanuense de candidatos y yo decía ‘¿qué partido es ese?’. Pero mi padre venía del magisterio, de los 50´s, era de esas generaciones del milagro mexicano que confiaban en el PRI y veían en ese partido al gran constructor del país. Yo entiendo esa parte, lo que no entiendo es la de que justifiquen un partido único con toda esa corrupción y los abusos. Siempre hubo ese debate en casa, yo me burlaba del PRI, mi padre me decía que yo no entendía. Todo eso se vino a transformar en 1988, con la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas, no milité, pero sí estuve al lado de Cárdenas, participé en marchas, en todo lo que fue el Frente Democrático Nacional.

Con la distancia del tiempo, considera que aquella movilización electoral de 1988 fue un parteaguas en la lucha democrática del país. También, en aquella lucha pudo conocer y entender la importancia simbólica del general Lázaro Cárdenas en todo el país: “Mucha gente siguió a Cuauhtémoc por agradecimiento al general, venían de Michoacán pueblos enteros se organizaban en camiones para venir a apoyar al hijo del general Cárdenas, de muchos lugares, de La Laguna igual”.

La vigencia y continuidad del marxismo

Historia y cultura forman parte de su preocupación académica, que inició desde los primeros años 90’s en el Colegio de Michoacán —fundado por el gran historiador Luis González y González — y ha continuado en los últimos 20 años como investigador del Colegio de San Luis. Sin ser un historiador marxista, utiliza algunas categorías de análisis que proceden de esa tradición teórica, como la noción de hegemonía, central en la obra del italiano Antonio Gramsci.

Dice que el marxismo como una teoría de análisis de la sociedad y la historia es una de “las cosas más serias” que se han hecho en la teoría social no solo en Occidente, por lo cual se debe reivindicar como una corriente de estudio necesaria. También, considera que hay dos Marx: uno, el científico-social, y el otro el político, el hombre de acción que llevó sus ideas a la lucha revolucionaria. Esta última versión, la del Marx político, es la que ha prevalecido.

“Hay que entender que Marx tuvo un ciclo, su análisis el más fuerte que es El Capital y todas las críticas que hace a la teoría política, toda esa parte tiene una vigencia extraordinaria en términos analíticos, como herramienta de interpretación histórica y sociológica. Como herramienta de análisis es una teoría muy poderosa y vigente, ha tenido continuidad en varios pensadores, de hecho, David Harvey, un geógrafo muy reconocido, habla del materialismo histórico-geográfico que es un concepto que estamos aplicando mucho para cuestiones de historia ambiental, por ejemplo. Tiene grandes continuadores esa teoría, ha tenido grandes aportes, pero sigue con el estigma de ser el sustento de lo que fue el socialismo real, me parece absurdo que no se estudie”.

A: ¿Fue muy determinante para ti el marxismo en tu formación como historiador?

JCRG: Sí, pero no fue lo único. Yo no soy un historiador marxista, trabajo mucho la historia cultural, pero hago un diálogo todo el tiempo con categorías marxistas… Lo que hago es tratar de establecer cómo la cultura orienta también diversos procesos sociales que son determinantes en la estructura. Hay un diálogo dialéctico y en muchos sentidos la estructura material es más débil que las ideas que están por encima de la estructura material. Esa parte Marx ya no la vio.

A: Antonio Gramsci sí la aborda.

JCRG: Gramsci sí, con las cuestiones de hegemonía. Toda la parte de la contrahegemonía a mí me encanta, eso ya no es cosa de Marx. Para mí Marx es una base fundamental de cualquier científico social, quien no lo tenga claro está blofeando sinceramente. Si quieres entender la globalización y lo que pasa actualmente, hay que leer El Capital, claro después se pueden leer otras cosas, pero ahí están todos los principios de la teoría del valor… Es una teoría poderosísima, ha sido fundamental en dos sentidos: para el avance de la ciencia social y también para la formación de regímenes políticos totalitarios.

En su paso por la UNAM, en una época en la que el marxismo como perspectiva teórica aún era predominante en las escuelas y facultades de ciencias sociales en México, con la utopía de la revolución aún viva, recuerda que había enormes debates entre diversas tradiciones teóricas: el materialismo histórico, el historicismo y la historia de las mentalidades. “Poco a poco, en los 80´s irrumpieron una cantidad importante de escuelas de interpretación histórica que también tuve que abordar, sobre todo la escuela francesa y el giro lingüístico de los gringos que dieron materia para discutir muchas otras cosas. El problema es que por más que te quieras deshacer del materialismo histórico, pues es muy difícil porque Marx sí sentó las bases de un análisis social basado en elementos que son comunes a cualquier proceso”.

La historia debe servir para liberarnos

Egresado de la UNAM y luego de la Maestría en Historia en el Colegio de Michoacán, Ruiz Guadalajara cursó el Doctorado en Ciencias Sociales con especialidad en Historia en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social de Occidente (CIESAS). Desde 2001 es profesor investigador del Colegio de San Luis, del Programa de Historia, y también desde ese año es miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

Reconoce que, pese a su trabajo de casi tres décadas, la respuesta de qué es la historia sigue siendo la más difícil pues tiene que ver con la memoria y la reconstrucción del pasado desde el presente. Un ejercicio que considera siempre complejo.

“La memoria de los hechos del hombre es quizá uno de los aspectos más peligrosos de la vida social, pues está sujeto a un espacio de tremendas invenciones… La historia es uno de los rincones más complejos de la mente humana, porque implica la pregunta de para qué recordar, para quién recodar, para quién reconstruir el pasado, qué objeto tiene reconstruirlo, si hay o no una enseñanza en este asunto. Es una pregunta complejísima que si me da tiempo intentaré responder en algún momento de mi carrera”.

A: ¿Cuál consideras que es el papel y la tarea del historiador? Dice Edward Carr que la función del historiador no es “ni amar el pasado ni emanciparse, sino dominarlo y comprenderlo como clave para la comprensión del presente”, ¿coincides con esta idea?

JCRG: En general sí, lo que pasa es que ojalá fuera así y que Edward Carr hubiera tenido razón… el problema es que del pasado tenemos 10 versiones, muchas explicaciones del por qué las cosas que están pasando ahorita, de dónde vienen. Nunca hay una versión del pasado y esas versiones del pasado todo el tiempo están en proceso de actualización, porque el interés de la sociedad o la mirada desde el presente poco a poco cambian. En términos generales coincido con lo que dice Carr.

A: ¿Y cuál es el papel del historiador?

JCRG: Yo, a diferencia de lo que plantea Edward Carr, creo que sí hay que liberarnos de la historia, porque con la construcción de versiones sobre el pasado muchas veces se establecen cinturones de fuerza sobre el presente… Yo estudio historia para comprenderla y para liberarme de ella en el presente, por ejemplo: todo el tiempo los mexicanos andan con el rollo de cuando nos conquistaron los españoles, cuando acabaron con nuestra cultura, pero ¿por qué lo seguimos viendo como si nos hubiera pasado a nosotros?, ¿por qué la expansión e invasión europea a distintos ámbitos del mundo en esa primera globalización se sigue viendo bajo el prisma de la historia nacionalista, cuando no tiene nada que hacer para explicarnos aquellas cosas? Mientras se siga viendo bajo el prisma nacionalista y esencialista, pues se seguirá creyendo que unos españoles llegaron y conquistaron México, cuando no existía nada de eso.

“La historia alimenta demasiadas fantasías, sobre todo de carácter nacionalista, y eso es gravísimo porque por de ese uso político de la historia han surgido guerras, desencuentros terribles. La historia nacionalista me interesa como objeto de estudio, pero yo no la practico ni la divulgo, no me interesa. Creo que, si estudiáramos historia y la pudiéramos transmitir bien, sin todos esos efluvios nacionalistas, podríamos entender mucho mejor las cosas y vivir mejor, sin esa esquizofrenia de sentir que vinieron y nos violaron hace 500 años cuando tú ni estabas ahí, ni tenías que ver con eso. Lo mismo pasa en un montón de tradiciones históricas nacionalistas, pasa en muchos lados, hay un uso político de la historia, una interpretación política de la historia, para enaltecer, para inflamar el fervor nacionalista”.

A: ¿Lo que se está haciendo desde el Gobierno federal es igual que lo que hizo el PRI durante 70 años?, ¿la construcción desde el poder una historia oficial nacionalista?

JCRG: Sí, una narrativa oficial, eso fue la SEP, eso fue el sistema de educación. Yo veo un peligroso fortalecimiento de todas esas corrientes nacionalistas. Ya tuvieron su papel, ya cumplió una función esa educación, yo fui hijo de esa educación, del niño artillero, de los niños héroes, del pastorcito de Oaxaca. Andrés Manuel López Obrador es hijo también de esa historia, pero él la quiere prolongar y tiene un equipo enorme de gente que lo está haciendo, entre ellos el mismo Paco Ignacio Taibo desde el Fondo de Cultura Económica.

Literatura e historia, ramas del mismo árbol

En su memoria, la literatura fue el camino que lo llevó al campo de la historia. Se recuerda rodeado de libros desde la infancia, a través del trabajo de su padre como profesor. Es a través de la novela histórica que comienza a desarrollar una cierta vocación por la actividad que asumiría ya a nivel profesional.

Historia y literatura como un sendero que se separa a partir de las licencias del escritor para recrear pasajes de un suceso y el rigor del historiador para sustentar el hecho histórico. La ficción —señala— permite llenar aquellos espacios, huecos, a los que no puede llegar el historiador a partir de la imaginación del escritor y de sus propias intencionalidades, sin más límites que la verosimilitud del relato.

A: ¿Qué relación encuentras entre la literatura y la historia, y en este campo qué autores, desde la literatura, fueron determinantes en tu trabajo como historiador?

JCRG: Son primas hermanas la historia y la literatura, de hecho, muchas de las vocaciones como historiadores se definen a través de novelas históricas. Para mí, La guerra y la paz, de Leon Tolstói fue fundamental; también Benito Pérez Galdós, los episodios de Trafalgar, mucha novela histórica, pero ante todo Tolstoi porque precisamente es quien intenta penetrar en las intencionalidades del alma humana, que son las que muchas veces le dan el empuje a ciertas acciones atroces, el personaje cuenta, claro, no son cuestiones solamente estructuradas; también Marguerite Yourcenar con Las memorias de Adriano; Robert Graves, con Rey Jesús o Los mitos Griegos; oGore Vidal, con Juliano el apóstata. En mi casa había también mucha novela de la Revolución Mexicana. Yo me enamoré de la historia a través de la novela histórica, no tanto de libros de historia.

Puntualiza: “De hecho muchos historiadores, cuando ya no quieren asumir los límites de la profesión dan el brinco a la novela histórica, porque ahí sí te puedes dar todas las licencias del mundo. Hay cosas que como historiador solo puedes plantear como posibles escenarios porque no tienes suficiente información, testimonios, documentos, vestigios materiales… como historiador siempre tienes que estar todo el tiempo poniendo notas a pie, diciendo esto se dijo en tal fecha en tal documento, esta afirmación la tomé de tal archivo, esto lo tomo del libro tal. Siempre tienes que estar metiendo los amarres a todo lo que dices, como en todo texto científico, para que no digan que te lo inventaste. Cuando quieres hablar más allá de ello, pues métete de novelista, ni siquiera tienes que poner notas y ahí sí te tomas todas las licencias que quieras”.

A: ¿Es lo que hace Fernando del Paso?

JCRG: Fernando del Paso es maravilloso con sus Noticias del imperio, aunque tiene mucha fuente documental, mucho trabajo de investigación, pero claro hay muchas cosas que los documentos no te dicen: qué se dijeron en el baile dos mujeres o cómo fueron las miradas, todos esos son elementos que en la novela histórica sí puedes reconstruir, el historiador no puede hacerlo, puedes darte algunas licencias siempre y cuando seas honesto y digas ‘es posible o pudo ser’, ‘se me antoja que pudo pasar esto, pero no tengo pruebas’. Esa es la diferencia entre el historiador y el que hace novela histórica.

A: ¿Has tenido alguna vez la intención de explorar ese camino?

JCRG: Estoy en eso, estoy pensando en meterme en la novela histórica, pero si lo hago lo quiero hacer bien. Estoy muy determinado en escribir novela, voy a comenzar con libros de cuentos y luego me sigo con la novela… Quiero escribir novela histórica como una herramienta de divulgación de la historia, es decir: no voy a escribir un libro de historia ficcionado, voy a escribir una ficción literaria que permita a una persona que la estudie entender una época histórica, aunque sea a través de una historia ficticia. Ando en esa ruta, uno de mis objetivos de madurez es estudiar un Doctorado en Letras. Ahora que la vida me ha cambiado mantengo el objetivo, pero voy paso a paso. Lo quiero hacer en la UNAM, otra vez regresar ahí, sigo haciendo planes como si fuera a vivir 100 años.

En SLP prevaleció una visión única de la historia que nadie cuestionaba

Juan Carlos Ruiz Guadalajara llegó a San Luis Potosí a principios de la década del 2000 por uno de los muchos azares de la vida, la ciudad nunca estuvo entre sus planes como una posibilidad para establecerse y desarrollar aquí su trabajo académico. Años atrás había estado contratado en el Colegio de Michoacán, donde hizo la Maestría en Historia, y luego ingresaría becado al CIESAS para cursar un programa de Doctorado. Es ahí donde conoció a Isabel Monroy y Tomás Calvillo —como compañeros del mismo programa—, que desde años atrás dirigían el Colegio de San Luis.

En aquellos años de principios de la década del 2000, antes de terminar el doctorado, a propuesta de Calvillo y Monroy, alguna de las clases que recibían en el CIESAS fue trasladada en el Colsan. Luego de eso, a su entonces pareja, una antropóloga integrante del Sistema Nacional de Investigadores, se le planteó la oferta para que se integrara al grupo de investigadores del Colsan, mientras que en su caso le llegaría al poco tiempo una propuesta del CIESAS. “Intervino gente del Colegio de Michoacán que no querían que fuera al CIESAS y querían que me quedara en los colegios porque estaban haciendo una red de colegios, movieron acá cosas y cuando ya estaba a punto de irme al CIESAS es cuando me avisan que me acababan de autorizar la plaza aquí en San Luis”.

Dice que, ya instalado en la ciudad, asignado inicialmente junto a su expareja para diseñar el Programa de Antropología en el Colsan, poco a poco comenzó a involucrarse con la zona y estudiar las posibilidades o áreas de investigación académica, recorriendo las diversas regiones del estado, en particular la Huasteca y luego lugares como Cerro de San Pedro, que sería fundamental en su trabajo.

A: Has tenido durante muchos años una postura crítica de la historia que durante muchos años se hizo en San Luis Potosí y que fue dominante, ejemplificada sobre todo en la figura de Rafael Montejano ¿qué opinión tienes de esa historiografía conservadora en San Luis y cómo fue tu relación con él?

JCRG: Mi relación con el padre Montejano fue nula, por fortuna. A su muerte, me di cuenta perfectamente que representó un cambio sustantivo en el acceso a informes, el acceso a archivos, se destensó el asunto, eso fue un primer punto. Un segundo aspecto es que cuando me puse a revisar la historiografía potosina para ponerme al tanto de lo que yo podía hacer aquí, me di cuenta que había como una sola versión de los hechos y había muchísimos libros de Montejano que valían nada, nada, los únicos libros buenos que le conozco son El valle de Santa Isabel de Armadillo, una monografía de Real de Catorce y uno que otro por ahí, pero tiene como 30 libritos chiquitos que son basura, tiene uno de minería que de verdad es para dar vergüenza.

“Me di cuenta que había como una versión muy consolidada de lo que era la historia de San Luis Potosí, que empezaba a hacerme sentido con la falta de presencia de esta región en el proceso histórico novohispano, al menos en los estudios que yo hacía… no se hablaba de San Luis porque durante décadas lo que hizo Montejano fue apuntalar la visión de Primo Feliciano Velázquez —de todo mi respeto— sobre el proceso histórico en esta región… ¿Qué decía Primo?, por ejemplo, elaboró mucho la versión de que en Cerro de San Pedro ya para 1620, casi 30 años después de que se descubren las minas, se había acabado el mineral, se había agotado, había habido una depreciación minera que había puesto en peligro la permanencia de estas fronteras, ¿qué es lo que salvó estas fronteras?, ¿qué fue lo que salvó que estas fronteras siguieran en manos del Rey de España? Pues la evangelización, fueron los franciscanos, la Iglesia diocesana la que logró asegurar estos territorios para el Rey de España y la misión civilizatoria de los frailes. Esa es la versión de Montejano”.

Agrega: “(Rafael Montejano) tiene un libro que se llama Los teatros en la ciudad de San Luis, donde dice que ‘del periodo prehispánico no hay que decir nada porque estos bárbaros ni siquiera sabían divertirse’. Eran bárbaros, como animales. Después, obviamente consolida esa versión de que esos bárbaros fueron civilizados por los cristianos: el cristianismo es la civilización. Esa misma versión es la que se tragó Philip Powell en su libro de la Guerra Chichimeca, de hecho, Powell le agradece a Montejano, tuvo que pasar por él para poder tener acceso a todos esos documentos… Montejano como buen hispanista, como buen cristiano, tiene el mismo discurso de los frailes del siglo XVII que plantea que esta región se salvó gracias a la Iglesia Católica, a la religión ¿y la minería? ¿y la ganadería? ¿y la expansión hacia el norte? ¿y la articulación regional a partir de un nodo urbano como San Luis? ¿dónde está la explicación histórica de todo ello? Nada de eso dice y esa versión la repitieron y repitieron y no había otra. Era una versión hegemónica, prácticamente no había forma de contradecir a Montejano”.

“Una vez que muere Montejano, ya con el Colegio de San Luis que empieza a traer investigadores de otras zonas —que no van a repetir lo que él dijo— y una vez que están abiertos los archivos y con investigación nueva, toda esa versión se derrumbó”.

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