Octavio César Mendoza
Disclaimer: la presente columna sugiere una lectura concentrada para ser comprendida como un divertimento intelectual, tomada en serio como una reflexión filosófica, y estudiada como un micro ensayo político. ¡Eso, eso, eso!
La oscilación perpetua es un efecto propio de las relaciones interpersonales en cuanto estas ocurren, derivada de la traslación de la energía: el individuo y su grey (ya sea manada o cardumen, familia o comuna, religión o partido político) experimentan diversos periplos en torno a aquello que se convierte en el núcleo de concentración de la suma de dicha energía, hasta ser expulsados o, eventualmente, convertirse en el eje articulador de dicho fenómeno.
Esta explicación es necesaria porque, para abordar lo que ocurre en toda aglomeración de personas (desde una pareja hasta una humanidad llamada nación) en torno a una actividad específica, hay que hacerlo desde la óptica de las posiciones de poder que ocupan, generan, comparten, distribuyen, pierden o restan. Así, cualquier organismo social se desenvuelve circularmente en la suspensión de capas jerárquicas súper e interpuestas que, si se friccionan, se funden o se rompen, lo cual modifica el comportamiento de la energía de las esferas que se aglomeran, y volvemos al primer punto expuesto.
De alguna forma, la sociedad es un reflejo del universo cuando elevamos la mirada hacia el nocturno cielo despejado: entre las millones de diminutas pero potentes luces, existen muchos millones más de rocas llamados planetas, con sus satélites y sus anillos de hielo, sus gases y sus atmósferas, y otros cuerpos rocosos menores llamados asteroides, que danzan al ritmo de la gravedad dentro del tejido del espacio-temporal.
La energía que da brillo a unos, es la misma que atrae a otros que, de otra forma, no brillan ni giran y se pierden en la nada. La intrascendencia es el peor destino individual de todo ser humano. Pasa lo mismo en el plano existencial colectivo: vivimos en la era cristiana porque, hasta la fecha, no hay otro hijo de Dios que nos haya venido a decir verdades mayores a las que nos reveló Jesús de Nazaret, y sabemos de la grandeza de las civilizaciones por el enorme poder que ejercieron sus emperadores, reyes, líderes, pensadores, escritores y artistas. Si el genio destaca por sobre la mediocridad que representa la materia oscura de todo lo que habita en el vasto cosmos de lo humano, es porque el genio es guía, constructor, líder, gobernante y, en su pináculo, artista o poeta.
Así se definen las peculiaridades de cada individuo que integra el corpus social, y por sus obras los conoceréis. Ahí está el cerebro, allá el corazón, y acullá el hígado; pero también hay órganos que vienen en par por si falla alguno, y están los músculos con su estira y afloja, los nervios y tendones y los huesos que articulan, y todos ellos compuestos de millones de células: 30 millones de millones de células; el 84 por ciento de las cuales son glóbulos rojos conductoras del oxígeno que permite funcionar toda la sabrosura que nos conduce al placer carnal para el cual fuimos creados como animales, aunque nos concibieran como querubines.
El peso real, el brillo del individuo o la importancia del órgano representado en sus capacidades y la gestión de los recursos (el oxígeno, por ejemplo; o el peso gravitacional sumado a la irradiación de la energía, idem) que alimenta al organismo social es, en política, lo que magnífica su importancia en el concierto del poder. Así, y hablando de conciertos, la majestuosidad de las maderas, los metales y las cuerdas en el Concierto para piano número 1 de Tchaikovsky (mi compositor favorito y que cumple 120 años de nacimiento este 2023) superan en emocionalidad al propio dentado bicolor protagonista que lleva el nombre de la obra; sin embargo, sólo uno de los miembros de la orquesta tiene la batuta y, sin hacer ruido, maneja el oleaje de esta poderosa sinfonía desde su atril. Los que quieran oír, que escuchen.
Permitidas las anteriores analogías y licencias poéticas, me refiero al antiguo préstamo del etrusco “títulus”, que en términos ejecutivos es el acto de utilizar una vara para escribir sobre la tierra y que de ahí nos venga lo telúrico y lo entramados; y también el sine que non del por qué grimorios hablo de pesos reales y contrapesos escenográficos en esta humilde columna del barroco posmoderno.
Pues resulta que esta mañana iba a haber una manifestación de taxistas que vendría a desquiciar la ciudad en la que habita este ermitaño de la socialité, ante lo cual el peso real del ejercicio del poder negociador del Ejecutivo, el secretario general de Gobierno José Guadalupe Sánchez Torres, evitó lo que era inminente para la mayor parte de la sociedad: tener que salir de sus casas a las 5 de la mañana para llegar a sus centros laborales antes de las 6 horas de la citada conflagración de esta Capital del Sí donde no hay taxis cuando se necesitan y sobran cuando se manifiestan sus dueños y conductores, merced a la extrapolar actuación del contrapeso escenográfico del titular de Comunicaciones y Transportes, el buen amigo Leonel Serrato.
Cosa similar es la que pasa con la kermés que le organizaron al amigazo Galindo, el preciso de la capirucha del chance y sí, a lo mejor, quién sabe y puede ser, cuando los extintos priistas que lo arroparon al rojo vivo como a Santa Claus le dedicaron las del Buki, aunque a él le gusta José Alfredo y vive en una casa azul que también es revolucionaria y tiene conciencia popular, como las clásicas nieves del Chavo del Ocho (apellittare: llamar repetidamente por una cualidad o característica a una persona o un lugar hasta que se toma por nombre propio y se escribe con mayúscula inicial dicho “apellido”) que son de fresa aunque están hechas de limón pero saben a tamarindo. Total que la fiesta bien bonita como Día de Muertos, y los bellos recuerdos del dedazo, la corrupción como premio gordo de la cercanía con el tiburón mayor, y la amenaza de borrar la memoria histórica de la desgracia que significaron décadas y décadas de abusos hacia el pueblo. ¡Qué viejos tiempos, señor Echeverría!
Aquí, el peso real (porque tiene el hueso mayor) estuvo adornado por los contrapesos escenográficos de una comparsa que recordó a la michoacanísima danza tarasca por excelencia; pero aplaudiendo en lugar de dar brinquitos -ni se vaya a romper el bastón de mando o se vayan a caer del ladrillo de supervivencia.
Finalmente, contra el peso real de AMLO, el contrapeso escenográfico de la oposición llamado Movimiento Ciudadano, decidió que siempre no va por Coahuila ni por el Estado de México, porque está más interesado en ver que el Titanic prianista acabe de naufragar en el 2023, para que el submarino naranja emerja en el 2024 con un misil nuclear como nuevo ídolo juvenil de las masas -¿será melón García o sandía Colosio?-, jingle pegajoso incluido, para darle pelea a un Marcelo Ebrard carnal del peje y amigo de EUA y Europa y la Sudáfrica del Elon Musk, a una Claudia Scheimbaum (¿así se escribe?) amiga de Israel pero ya no tanto de las mujeres, o a un Adán López, amigo de Macuspana, y dejar el festejo del regreso del Todopoderoso priismo para la segunda venida de Jesucristo.
Así las cosas, amigas y amigos. Y anuncio: puede que ocurra en el ámbito laboral o en el lecho conyugal, que el peso real y el contrapeso escenográfico que genera equilibrios y desequilibrios e invierte los papeles, no nos agarre confesados ni con buen colchón y mejor crisma. Por eso es mejor llevar las fiestas en paces, porque luego ahí andamos en la imaginadera de cosas buenas que parecen malas, y en la hacedera de cosas malas que parecen buenas, sin haber rezado previamente la Oración de la Serenidad, ni haber leído con atención este consejo que les doy: seamos felices haciendo lo que nos hace felices, pero sin fastidiar al prójimo. Vistamos de Cuaresma todo el año.
En cuanto al clima que nos espera sólo puedo agregar que la temperatura asciende antes de tiempo, seguirán los vientos ocasionales que hacen volar carpetas de investigación y desarman espectaculares proyectos políticos y elevan figuras de cartón por los aires y se llevan hojitas de los árboles como estas Historias Paralelas que, seguramente, serán ceniza de tinta electrónica pasado mañana.
Merci!
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Nació en San Luis Potosí en 1974. Actualmente es director de Publicaciones y Literatura de la Secretaría de Cultura, y también dirige la Casa del Poeta Ramón López Velarde y la Editorial Ponciano Arriaga. Ganó el Premio Nacional de la Juventud en Artes en 1995 y el Premio 20 de Noviembre en 1998 y 2010. Ha publicado siete libros de poesía y uno de cuento. Fundador de las revistas Caja Curva y CECA, también colaboró en Día Siete, Tierra Adentro, entre otras. Asesor de Marcelo de los Santos Fraga de 1999 a 2014, siendo él presidente municipal, gobernador y director de Casa de Moneda de México.