Octavio César Mendoza
Para las Cofradías de la Procesión del Silencio, en solidaridad.
Andrés Lecuanda es una simbólica estatua de ceniza de todo aquello que terminó de arder con la derrota electoral de la ultraderecha potosina y su hasta entonces último “activo” político, llamado Octavio Pedroza, de quien se sigue esperando presente la corrección de su declaración patrimonial desde aquella fracasada campaña a la Gubernatura del Estado.
Movido por la venganza, por el odio hacia el gobierno popular que encabeza Ricardo Gallardo Cardona, Lecuanda tomó decisiones en contra de la iglesia católica y en contra del pueblo, al negar el préstamo de las imágenes que obran en posesión de “Tradiciones Potosinas”, una organización que hizo de la Procesión del Silencio su coto de poder; al extremo de pedir hasta las escrituras de sus casas a los cofrades que, año tras año, sostuvieron diversas imágenes sin que mediara contrato alguno entre las partes, cuando Guadalupe Romo aún sostenía el mando interno de dicha agrupación. Con ella inició y con ella termina esta época, cierto.
Eran, dicen los propios cofrades, tiempos donde bastaba la palabra, pues como se sabe, las Cofradías procesionan por fe y no por lucro. Esto último es lo que a todas luces defiende Lecuanda, que tiene el poder del Rey Midas, pero a la inversa, y hoy ha llevado a la confrontación a la casi extinta organización con quienes, quieran o no, son los actores principales del evento potosino cívico-religioso por excelencia: el pueblo, los cofrades, la Iglesia católica, y el turismo que nos visita en estas fechas. Pareciera ser que la premisa de la ultraderecha es traicionar lo que les falta por traicionar: su propia convicción religiosa, con el favor de Luzbel mediante.
Al día de hoy, para nadie es saber ajeno que la “herencia maldita” no sólo robó dineros públicos sino que, también, quiere robarse el patrimonio cultural; o al menos tenerlo bajo secuestro, al impedir que la Procesión del Silencio se lleve a cabo sin su sacrosanta voluntad de hacer negocio. Expuestos por las propias decisiones de un tambaleante Lecuanda que sonríe con ironía en un vídeo que le fue tomado mientras decía que incluso las lágrimas de la Virgen de la Soledad son propiedad de Tradiciones Potosinas, los “amigos” del clero y del pueblo y de las propias tradiciones, los fervientes prianistas de los últimos días se lanzaron contra quienes pensaron que les habían quitado el poder, sin mediar los necesarios tres minutos de reflexión entre su encendida pasión de soldados romanos y su disminuida razón de turba enfurecida contra el justo y defensora de los ladrones.
Y no, no fue la secretaria de Cultura del Gobierno del Estado, Elizabeth Torres Méndez, una mujer cuya inteligencia y valentía le han dado el respeto de muchas personas; y tampoco fue Carlos Reyes, el director general del Desarrollo Cultural, quien hoy encabeza el equipo de trabajo que llevará a efecto el acto procesional y está entregando su mejor esfuerzo; y tampoco fue Ricardo Gallardo Cardona, hoy gobernador del Estado, quienes les arrebataron la voluntad del pueblo en su momento y también ahora: fueron los ciudadanos, los cientos de cofrades, las mujeres y los hombres libres que ya no quisieron ser objeto del lucro de personajes que no pierden oportunidad de protagonizar una que otra calamidad política por vocación natural. Si hay culpables en este infierno llamado “derrota moral” del PRIAN en San Luis Potosí, son los propios prianistas, que se dieron a la tarea de darle en la madre al futuro de todas y todos los potosinos, por favorecer el suyo y el de sus familias.
Precisamente por ese tipo de “aliados” fue que la aberración llamada PRIAN comenzó a ser objeto de derrotas electorales puntuales como el amanecer y hoy, en plena debacle, también pretenden desestabilizar un acto de fe, una tradición que no es la suya; porque lo suyo, lo suyo, se ajusta más bien a lo que se puede denominar como “Traiciones Potosinas”; donde por cierto también tengo entendido que participa Alejandro Lasso de la Vega, cuya esposa (me dicen algunos cofrades) es cuñada del ex presidente municipal de San Luis Potosí, Xavier Nava, así como otros militantes de la ultraderecha que, desde esa oscuridad de la manipulación política, han tomado los días de guardar como su campo de batalla. Diablejos.
Mal hicieron al pronunciarse Octavio Pedroza y otros compinches de la ultraderecha potosina en torno a la supuesta defensa de la organización que se adueñó de la Procesión del Silencio durante siete décadas, y peor aún en respaldar a Lecuanda por treinta monedas de chocolate, pues con eso sólo mostraron que sí pueden ocupar un lugar en la historia, claro, y tener un monumento merecido aunque efímero durante la celebración de la quema de Judas. No coman ansias, ni prójimo. Respeten la Cuaresma y la fe del pueblo, o de perdido váyanse a confesar que la cagaron gacho.
Dicen que mucho ayuda el que no estorba, y ojalá sus demonios internos les hagan el milagro de ser un obstáculo serio del cambio, o al menos adquieran la estatura moral suficiente para intentar parecerlo, porque ahorita no levantan una pastorela ni comprando todos los borregos. Así van a concluir de manera menos triste su lucrativa carrera en el sector público, pues en el 2024 terminarán de salir de los gobiernos que hoy ocupan todavía, gracias a su constante labor destructiva. Sí, exactamente como echaron a perder el triunfo de Sonia Mendoza en su momento, propiciando el rezago que representó su todavía secreta alianza con el PRI de Toranzo y Carreras -hay un Dios que todo lo ve con su software celestial y nadie está a salvo; excepto los cínicos diogenicos y los espíritus librepensadores.
Pero volvamos a lo que importa, y yo que no soy fan de la Procesión del Silencio tengo más ganas de ir a presenciarla hoy que cuando era un niño. Imagino qué significativo será ver procesionar a los cofrades sin imágenes, pero llenos de toda la fe del mundo, esa que proviene de su corazón y de su espíritu y que pesa más que cualquier objeto sagrado. La fe más allá de los símbolos, el pueblo como Jesucristo azotado por los últimos 39 látigos de la ultraderecha potosina, la fe que en verdad los hará libres de creer que una organización tiene la propiedad histórica de algo que está mucho más allá de cualquier politiquería fugaz. Qué poético será este evento, cuando la Virgen de la Soledad, sola en el rincón del edificio que también va a perder la organización autodenominada “Tradiciones Potosinas” llore lágrimas de oro, y sólo esté ahí Andrés Lecuanda para recogerlas.
Sublime.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Nació en San Luis Potosí en 1974. Actualmente es director de Publicaciones y Literatura de la Secretaría de Cultura, y también dirige la Casa del Poeta Ramón López Velarde y la Editorial Ponciano Arriaga. Ganó el Premio Nacional de la Juventud en Artes en 1995 y el Premio 20 de Noviembre en 1998 y 2010. Ha publicado siete libros de poesía y uno de cuento. Fundador de las revistas Caja Curva y CECA, también colaboró en Día Siete, Tierra Adentro, entre otras. Asesor de Marcelo de los Santos Fraga de 1999 a 2014, siendo él presidente municipal, gobernador y director de Casa de Moneda de México.