Octavio César Mendoza
Toque de fondo y punto de quiebre son lugares comunes que se suelen utilizar para retratar el momentum en el cual se conocen los máximos alcances de la resistencia tensional de la materia más humana, que es el espíritu; por consecuencia, inhumano es aquel que vive sin presión externa o interna, sin necesidad de huida, sin temor, sin alzar los estandartes de la ira o la tristeza, sin llevar dentro de sí la estructura del dolor físico, mental, espiritual o existencial; es decir, sin vida. De hecho, la experiencia entre el nacimiento y el fallecimiento, en otro término más comúnmente conocida como “vida”, no es otra cosa que la itinerancia de aquellos planos de sufrimiento que nos enseñan a valorar (presente), anhelar (futuro) o añorar (pasado) las cimas de la felicidad, que resultan por alternancia opuesta los verdes paisajes de sus contrapartes: salud, paz, bienestar, seguridad, crecimiento, satisfacción, plenitud. ¿Ejemplos? “Soy feliz y estoy agradecido”, “Espero que todo mejore” y “Esos fueron los mejores años de mi vida”. Del presente al futuro, estamos en constante construcción de ese pasado que es todo lo que hemos sido hasta hace apenas un instante.
Por ello, y porque las mejores historias son aquellas donde los personajes vencen primero al adversario más temible y peligroso, que es su propia personalidad, y que en algún momento son considerados como débiles, tratados como inferiores, o torturados como Jesucristo, se vuelven nietzcheanamente más fuertes; y hasta sabios en algunos casos; pero, sobre todo, invariablemente fuertes y, por ende, supervivientes. Hablaré de dos que son referentes personales en este momento, y se ganaron mi admiración al observarlos no por la relación que sus personas guardan con la mía, sino por la fascinación que me causa su andar por el sendero que han atravesado para llegar a donde están, y también a esta columna.
Comenzaré por mi hermana Raquel como primer ejemplo, pues ella carga cuatro años y medio con la alforja de una lucha vitalista contra el cáncer que ya representó una mastectomía, dos cirugías del corazón y pleura, la colocación de una vena artificial que va de su pierna al cuello, el despunte de la necrosis de las yemas de sus dedos, las muchas exposiciones a quimio y radioterapia, los millares de pastillas y compuestos químicos ingeridos, los millones de pesos gastados, los 500 días y las 500 noches en cama de hospital, y las mil más en la cama de su casa, llenas de angustia y temor.
Pero el asombro, esa cualidad de los optimistas, no tiene límites cuando sabemos que la metástasis cancerígena ocupa pulmones, columna vertebral, y otras zonas y órganos de su cuerpo; que su cuerpo que ha tocado el fondo de la etapa cuatro y resiste el punto de quiebre de un dolor que se multiplica con cada mordedura de ese perro que un día, no se sabe cuándo, entró al templo de su cuerpo y comenzó a oficiar los rituales de la destrucción; que el pronóstico abierto y reservado de médicos que han fallado en la mesa de póquer, son elementos cruciales de su historia. El asombro, hoy, es contemplar que el tejido necrótico que recorría de sus codos a sus manos en pose de oración se ha revertido. El asombro es, hoy, saber que Raquel sobrevive de milagro, pero de milagro en milagro; tantos y tan notoriamente seguidos que van desde la señal de la Santa Cruz hasta completar la vuelta de un rosario.
Yo la recuerdo: esa niña que jugaba al fútbol en el patio de Julio Peña 230, esa muchacha que estudiaba leyes en la Facultad de Derecho, esa mujer viajera que trabajaba en el ayuntamiento y que ahora labora en una empresa de transportes como conductora, es también ese extraordinario ser humano que ha impulsado una acción social llamada “Aventón Rosa” para ayudar a otros enfermos de cáncer que necesitan trasladarse de su casa a su centro de tratamiento, y viceversa, y ese ejemplo de resiliencia que la ha llevado a entregar el balón de inicio de un juego de fútbol profesional, que ha sido tan generosa para con los demás que esto del cáncer es una metáfora de lo que sucede cuando una persona ha entregado todo lo mejor de sí misma a los demás, al amor, a la experiencia de la vida. De igual forma, en el apoyo a otras mujeres enfermas de cáncer, como enlace de la Fundación Alma, o como promotora de la obtención de juguetes para hijas e hijos de otras luchadoras.
Más allá de todo eso, mi hermana Raquel (lo digo con orgullo) es feliz porque sabe que la vida es breve, y eso la vuelve maestra de nosotros los resentidos y amargados, los que a veces nos despertamos sin ganas de salir de la cama, los que ciegos de soberbia dejamos de agradecer lo que somos y tenemos. Ella, en su quehacer de ángel, celebra que los demás estemos a salvo, que permanezcamos juntos, que luchemos por nuestros ideales, que trabajemos para construir nuestra realidad de cada día.
Por ello creo que es indispensable expresar esta admiración. Y a quienes resulte posible ayudar a seguir solventando el aspecto económico de Raquel, les dejo los datos de su cuenta bancaria y su número telefónico. Ella compartirá con otros soldados del amor lo que reciba, yo lo sé, pues su corazón es un extenso campo sembrado con las semillas de la bondad.
No. Cuenta
60-59386103-5
Tarjeta
5579 0700 7902 1427
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Nació en San Luis Potosí en 1974. Actualmente es director de Publicaciones y Literatura de la Secretaría de Cultura, y también dirige la Casa del Poeta Ramón López Velarde y la Editorial Ponciano Arriaga. Ganó el Premio Nacional de la Juventud en Artes en 1995 y el Premio 20 de Noviembre en 1998 y 2010. Ha publicado siete libros de poesía y uno de cuento. Fundador de las revistas Caja Curva y CECA, también colaboró en Día Siete, Tierra Adentro, entre otras. Asesor de Marcelo de los Santos Fraga de 1999 a 2014, siendo él presidente municipal, gobernador y director de Casa de Moneda de México.