Óscar G. Chávez
Hay uno, entre los diversos, múltiples y decadentes males políticos generados por el gobernador Ricardo Gallardo Cardona que la ceguera provocada por su carácter autocrático y megalómano no le permite ver; los agravios infligidos al pueblo que gobierna. El mismo que le otorgó el triunfo que hizo de él gobernador.
No son ya sólo las humillaciones a burócratas y funcionarios de pasadas y presente administraciones, no es tampoco el desprecio a los habitantes del ejido colindante con el área natural del xalapasco llamado La joya, ni los vecinos de la avenida Himno Nacional que buscaban proteger sus amenazados árboles, tampoco son los organizadores de la Procesión del silencio; ni los vecinos de San Miguelito que salvaguardan el entorno histórico y arquitectónico de su barrio; los ultrajes a la población civil (sin considerar los hechos a políticos que convierte en adversarios o enemigos) ya suman decenas. La calumnia, el desmerecimiento, el desprestigio, la falsedad, y la ofensa, son herramientas indispensables en su cotidianeidad como gobernante.
Posiblemente su calidad temporal de gobernante le haga olvidar, aunque quizá no repare en ello por desconocerlo, que llegará un momento en que las deudas contraídas con todos aquellos a quienes ha ido desacreditando diariamente buscarán las más diversas formas de hacerle pagar con réditos. Muy posiblemente, en el mejor de los casos para él, el costo será sólo político, pero también podría ser punitivo.
La reflexión surge adelantándonos un poco al inicio de la orgía que será el próximo proceso electoral y en el que de no calcular de manera adecuada, el gobernador potosino puede estar seguro que comenzará su caída. Dicho de otra forma: es fácil percatarse que las relaciones de éste con Morena, el partido que lo llevó al poder, no atraviesan por su mejor momento; habrá quienes consideren que podrían mejorar, sin embargo esto es poco probable considerando que Ricardo Gallardo es el propio enemigo de Ricardo Gallardo y que, acostumbrado a no escuchar voces ajenas a la suya, difícilmente rectificará sus acciones.
Que el partido Verde ganara la mayoría de las alcaldías e incluso la totalidad de ellas de nada le serviría de no contar con el respaldo del Congreso y, a como pintan las cosas, es muy posible que en las elecciones locales ese partido no vaya en alianza con Morena, quizá con el del Trabajo, que poco cuenta en San Luis Potosí. De ahí que sea altamente probable que los partidos de oposición pacten por debajo de la mesa con el partido presidencial en la medida que esto les permita mantener a raya al gallardismo.
Consideremos la distancia que de éste han marcado algunos otrora aparentes aliados como Gabino Morales y Leonel Serrato, quienes todavía hace unos meses no se atrevían a hacer señalamientos ni directos ni indirectos sobre el gobernador, por otro lado no se puede pasar por alto la disyunción notable fijada por la delegada estatal de Morena y la línea dura a la que se encuentra vinculada. Además, los lazos de sangre no sólo la hacen intocable sino que, además, la vuelven de absoluta confianza al incardinarla al círculo rojo presidencial.
Ricardo Gallardo puede pensar que las tiene todas con él, pero bastaría que en un ejercicio retrospectivo mirara y analizara los porqués, y la forma, en que su padre perdió la reelección en la capital cuando todo parecía indicar que de nueva cuenta arrasaría en las urnas.
A diferencia del presidente de la República que cuenta con unas muy sólidas bases populares, en la que en nada influyen los programas sociales, a pesar del desprecio a las instituciones y la desacreditación a las críticas, reclamos y solicitudes populares, Ricardo Gallardo carece de éstas en la medida que con todo y que sean compradas, no le garantizan el voto en la medida que no será él quien aparezca en la boleta y que no contará con el apoyo directo (abierto o matizado) de Morena.
Más allá de la indignidad, y quizá por la propia esencia de su naturaleza, los políticos poseen muy particulares formas de adaptarse a la crítica, a la ofensa, y al señalamiento de los propios políticos. Éstos por conservar u obtener algún cargo son capaces de soportar toda clase de humillaciones, de perdonar y de olvidar; pero si hay alguien que no perdona ni olvida, son los pueblos agraviados, y éstos siempre cobran las deudas con muy altos intereses.
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