Mariana de Pablos
¿Qué pasa por la cabeza de un adicto, un preso o un enfermo mental? Tratar de responder a esta interrogante significa toparnos de frente con una puerta que muchas veces permanece cerrada, incluso para ellos mismos. Es desde aquí que el arte, en cualquiera de sus formatos, se vuelve una llave de libertad desde el encierro; una posibilidad de enunciación y de comunión con uno mismo.
Así lo demuestra el maestro Alfonso Ramírez a través de su obra, en la que es posible percibir que del caos y el desorden emerge la locura con profunda claridad y lucidez para contarnos su más interno sentir. Entre símbolos trascendentales, figuras oníricas, tonalidades caóticas, gamas armónicas y pedazos de fierro y madera, Alfonso despeja el camino para permitirse y permitirnos entrar a su mente y a su corazón por medio de los colores y las formas con las que pinta su alma.
Al quehacer artístico Alfonso se ha dedicado desde 1995. La exposición pública de su obra, sin embargo, es relativamente reciente, pues ha sido parte de un proceso personal complejo, en el que el dolor, la tristeza y el miedo siempre han ocupado un papel protagonista.
“Yo había estado siempre anónimo, escondido. La primera vez que salí, que enseñé lo que había hecho, yo me sentí muy mal, deprimido. Porque enseñé lo que no quería enseñar: mi corazón. Hoy ya todo está bien, con gusto quiero compartir, pero no fue fácil”.
La muestra del pasado miércoles 13 de septiembre, “El arte como recurso terapéutico”, llevada a cabo en la Comunidad Terapéutica Vista Hermosa con la asistencia de integrantes de varios centros de rehabilitación, forma parte de estas ganas del autor de compartir con el mundo quien es en realidad; y lo que ha significado para él su relación con el arte.
Con la compañía de obras como “Tormenta”, “Reformatorio”, “Suicidio”, etc. y algunas de sus piezas de escultura, Alfonso cuenta que durante más de la mitad de su vida de sobriedad el arte le ha permitido canalizar su necesidad de comunicarse.
Señala que es precisamente ahí donde radica el carácter terapéutico del arte, pues de esta forma “los drogadictos hablan”.
No ha sido solo su propia experiencia la que le ha permitido reconocer las posibilidades del arte como terapia, sino también las vidas con las que ha coincidido, principalmente en centros de rehabilitación, y con las que ha podido compartir lo enseñado y lo aprendido durante este largo recorrido.
Alfonso recuerda en especial a un joven de 19 años adicto al éxtasis y al que, apenas le dieron una hoja de papel, “vació todo lo que traía”.
La importancia de compartir con el mundo, en especial con otros adictos, enfermos mentales y presos, la forma en que el arte le permitió transformar su propia vida le hace recordar de inmediato a su maestro Wenceslao Rodríguez, a quien describe con cariño como “un motivador”.
“Él me decía que fuera original en lo que armara”, recuerda Alfonso, “pero me miraba inseguro. Me agarraba las manos y me decía ‘estás helado, estás lleno de miedos. Así no vas a llegar a ningún lado’”.
Para Alfonso, el maestro Wenceslao Rodríguez es y será por siempre un pilar fundamental de su crecimiento.
“Él trabajaba en el penal y lograba que los presos fueran libres por medio del pincel. Y eso hizo conmigo. Me destrabó”.
Alfonso le debe gran parte de quien es hoy, pues es gracias a él que ahora, a donde sea que vaya, hay vida porque hay arte.
La invitación a hacer del arte una forma de vida no es algo que Alfonso hace a la ligera. Requiere de un compromiso personal de autodescubrimiento, autonomía y construcción de la identidad.
“Entrarle a esto requiere de parte de uno, todo. Para entrarle a este quehacer hay que ser extremadamente honestos, sinceros, ¿para qué? Para que pueda aparecer algo esencial de uno mismo“.
El encuentro consigo mismo a través de los colores y los sueños; a partir de la oscilación entre la vida y la muerte; y en este navegar constante entre figuras surrealistas y el movimiento de las texturas no son solo elementos característicos de su obra, sino más bien un fiel retrato de su propio sentir.
Si bien este viaje le ha traído recuerdos de dolor y ha sido la causa de que se vuelvan a abrir cicatrices olvidadas por el tiempo, Alfonso no se arrepiente de nada, pues la capacidad de conectar esos sentimientos con el cuadro “es algo maravilloso”.
Si bien él no pidió sufrir tristezas y vivir grandes tormentos, el arte ha sido una vía alterna de libertad, alegría y rebeldía, pues le ha permitido transformar esas vivencias en inspiración para pintar.
“Esto me gusta, esto me encontró, lo encontré, nos encontramos y no lo cambiaría por nada”.