Mariana de Pablos
Entre hormonas, cine y muchos cuentos, el amor romántico se cuela en nuestras vidas de forma casi desapercibida y se instala en la base de las violencias machistas que se expresan en las relaciones de pareja. Desde el siglo XVIII y hasta nuestros días, la violencia ha sabido disfrazarse de amor a través de mitos como la “media naranja” o el “final feliz” y, de esta forma, subsistir. De ahí que resulte urgente, frente a las alarmantes cifras y casos de violencia en este ámbito, comenzar a pensar las relaciones de pareja entre hombres y mujeres como relaciones de poder, o bien, como un elemento clave del entramado heteropatriarcal.
En el marco del 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, vale la pena dedicar unos momentos a reflexionar acerca de una de las formas más reconocidas de violencia —la de pareja—, cuya manifestación representa un problema social, de salud pública y de derechos humanos, pero cuyo trasfondo (no el único) permanece normalizado: el amor romántico.
La Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (EDIREH) considera como parte de la violencia en el ámbito de la pareja a los actos abusivos de poder u omisiones intencionales que tengan por objetivo dominar, someter, controlar o agredir de manera física, verbal, psicológica, patrimonial, económica o sexual a las mujeres. Esta violencia se suele perpetrar por personas con quienes las mujeres han tenido una relación de matrimonio, concubinato o incluso una relación de hecho.
La más reciente publicación de esta encuesta reveló que, entre octubre de 2020 y octubre de 2021, en México más de 18 millones de mujeres sufrieron violencia en pareja, siendo la violencia psicológica la más experimentada (35.4%).
Sin embargo, una característica esencial de la violencia en pareja es su capacidad para escalar, pues según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), alrededor de 47 mil mujeres y niñas de todo el mundo fueron asesinadas por su pareja u otros miembros de la familia en 2020.
¿Las causas? De acuerdo a la doctora en Psicología por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Claudia Ivethe Jaen Cortés, se pueden señalar varias, que van desde la baja autoestima, vivir maltrato dentro del núcleo familiar y crecer en un ambiente de delincuencia, marginación y ausencia de políticas públicas; hasta cuestiones sociales y culturales que remiten a un orden patriarcal hegemónico, donde al hombre se le otorga mayor poder en comparación con la mujer.
Es precisamente en la última de estas causas donde se pretende centrar la atención, pues es cuando hace su entrada el amor romántico.
La Real Academia Española define al amor como un sentimiento de afecto e inclinación por otra persona, hacia quien siente una gran atracción emocional y sexual.
Si bien se trata de una emoción, la forma en que se piensa y vive es resultado de una construcción social y cultural. Así, para romper con la concepción esencialista del amor, es preciso comprender, en primer lugar, que se trata de un fenómeno químico, hormonal, sexual, y, sobre todo, político.
Desde los aportes de la teoría feminista, la idea del “amor romántico” surge para reforzar los roles que desde el sistema sexo/género han sido impuestos históricamente a hombres y mujeres. Así, como explica la maestra en Estudios Feministas, Mónica Saiz Martínez, en su tesis “Amor romántico, amor patriarcal y violencia machista. Una aproximación crítica al pensamiento amoroso hegemónico de occidente”, dentro de este ideal las mujeres cumplen con el rol tradicional de novia amorosa, esposa devota y madre abnegada.
Todo ello dentro de un sistema de heterosexualidad obligatorio y monógamo como el que ha llegado hasta nuestros días y en el cual, los cuentos, las películas, las novelas, la música, etc. juegan un papel primordial.
Siguiendo a Coral Herrera, doctora en Humanidades y Comunicación Audiovisual conocida por su análisis y crítica al mito del amor romántico, todos estos productos culturales enseñan a las mujeres, desde la niñez, las conductas y los valores que se esperan de ellas no solo en una relación, sino en la sociedad misma. Es decir, “todo aquello que las vuelve atractivas, deseables”, y que además se conectan directamente con la forma en que idealizan sus relaciones amorosas.
Por lo que es posible ver que, en palabras de la maestra Mónica, “cuando hablamos de amor, hablamos de patriarcado y cuando hablamos de patriarcado, hablamos de una distribución desigual del poder entre hombres y mujeres”.
Esto se ha traducido en relaciones asimétricas y violentas, pues de esta distribución arbitraria del género es de donde se desprenden algunos mitos del amor romántico, entre los cuales la psicóloga Brenda Magali Gómez Cruz destaca el de “el amor lo puede todo”, con lo que se refuerza la falsa idea de la afinidad entre el amor y el maltrato, y se normaliza el conflicto.
O “el amor es exclusividad”, que hace referencia a la posesión que muchas veces suele ser romantizada, principalmente a través de películas o canciones.
Frente a este panorama es fundamental la deconstrucción del amor romántico. Construir lo que Marcela Lagarde, reconocida antropóloga y feminista mexicana, considera un nuevo “paradigma amoroso”: un modelo de relaciones igualitario que ponga al centro de la vida de las mujeres nuevos valores que prioricen el autocuidado y el amor hacia una misma.
En palabras de Sheyla Fuertes Lara, comunicóloga y maestra en Estudios de Género:
“Las mujeres deben comprometerse con ellas mismas, tener voz propia, deseos y anhelos. Se debe propiciar la construcción de relaciones igualitarias; buscar negociaciones equitativas; establecer pactos y autonomía económica, y tratar con criterios de justicia. Para amar, las mujeres no debemos tener carencias, necesitamos estar empoderadas. Hay que amar con libertad.”