María Ruiz
En un rincón modesto de la ciudad, Alba Ortiz se levanta antes del amanecer. Sus manos, curtidas por más de 15 años de trabajo, se preparan para enfrentar una jornada que va más allá de la rutina. Alba no solo limpia casas, también lucha por la dignidad y los derechos de quienes desempeñan esta actividad, que para muchos es invisible.
El despertar de Alba
Alba Ortiz no eligió ser trabajadora del hogar. La vida la condujo a este camino y en él encontró su propósito. Desde sus primeros días en el oficio, Alba aprendió a leer entre las líneas la injusticia social que rodea este trabajo y descubrió las necesidades de las mujeres que, como ella, se enfrentaban a la discriminación y al menosprecio.
“No somos solo polvo y escobas, somos seres humanas con sueños y esperanzas. Merecemos respeto y reconocimiento”.
La lucha silenciosa
En el marco del Día Internacional de la Mujer Trabajadora del Hogar, el cual se conmemora cada 30 de marzo, Alba Ortiz alza su voz. No es una voz estridente ni amenazante, pero lleva consigo la fuerza de cientos de mujeres que barren, trapean y cuidan los hogares de esta ciudad sin que nadie las vea.
En un mundo donde los derechos laborales parecen un lujo reservado para otros, ella y sus compañeras se han organizado para unirse al Sindicato Nacional de Trabajadores y Trabajadoras del Hogar, una organización que lucha por los derechos de quienes desempeñan esta actividad.
“Es que tenemos muchas carencias”, confiesa Alba, quien dice que incluso en la actualidad, los empleadores se resisten a otorgarles derechos básicos, pues no hay contratos ni seguro social, además trabajan horas extras sin remuneración.
Enfatizó en que algunas de ellas laboran siendo menores de edad, atrapadas en jornadas interminables siendo explotadas, incluso violentadas física, psicológica y hasta sexualmente.
El precio de lo invisible
Alba explicó que las trabajadoras del hogar en San Luis Potosí provienen de lugares remotos como Ahualulco, algunos municipios de la zona y de Pino, Zacatecas.
Su salario, añadió, es una burla: menos de 400 pesos por tres días de trabajo. Lavan, cocinan, cuidan a niños, niñas y a personas adultas mayores. Sus manos, invisibles, sostienen el peso de hogares ajenos.
“Ganamos poco, pero luchamos mucho. Nuestro trabajo es vital para la sociedad, pero nos relegan a las sombras. No queremos caridad; queremos justicia”.
La esperanza en cada escoba
Alba Ortiz no se rinde. En su mirada hay una chispa de esperanza; sabe que la lucha es larga y ardua, pero también que no está sola. Cada vez que alza la escoba, también alza la bandera de la dignidad, y aunque su nombre no aparece en los titulares, su voz resuena en los corazones de quienes creen en un mundo más justo.
“No somos invisibles. Somos luchadoras y nuestra lucha no se detendrá hasta que cada trabajadora del hogar sea reconocida y valorada”.
No obstante, Alba no está sola en esta lucha. La asociación civil Lúminas es su aliada silenciosa.
Detrás de las puertas de una pequeña oficina, también un grupo de mujeres apasionadas trabajan incansablemente para cambiar, junto a ella, estas realidades, pues Lúminas se ha convertido en un espacio donde las voces de mujeres como Alba se escuchan y se valoran.
Alba Ortiz es una mujer que encontró su voz en el silencio de las casas ajenas. Porque la verdadera revolución no siempre está en las calles; a veces está en el brillo de una casa, en el calor de una comida, en las manos que limpian, en las mujeres que crían a otros hijos y que se encuentran atrás de un puerta que a veces intenta ocultarlas.