Carlos Rubio
En aquellas lejanas elecciones de 2018, Ricardo Gallardo Cardona lucía como un auténtico candidato de derecha, abanderado por el PRD, el PAN y Movimiento Ciudadano. Hoy, como gobernador, lo sigue siendo, pero ya con un disfraz de izquierdista, aunque en el fondo represente a la derecha mejor que nadie en San Luis Potosí.
Autonombrarse como opositor del PAN no es suficiente para ser de izquierda. Uno podría hasta odiar a todo el Consejo Directivo Estatal y aún así desear que se privatice el agua y la luz.
Mucho menos es oposición si por debajo del agua existen pactos. ¿O cuándo hemos visto al PAN criticar directamente al gobernador? ¿Cuándo se le ha escuchado al dueño de Acción Nacional exigirle cuentas al mandatario?
En realidad, Ricardo Gallardo es un viejo amigo para el panismo y en el fondo hasta lo quieren. Comparten esa misma visión de que la administración pública es una empresa de la que se deben obtener ganancias.
Hoy son como dos exnovios que públicamente terminaron una relación, pero que se siguen viendo a escondidas.
Al menos en el 2021 y ahora en el 2024 los morenistas potosinos han pedido deslindarse del gallardismo. Y aunque su lucha no ha rendido frutos por los pactos de la dirigencia nacional, sí pueden decir que no se convirtió en gobernador siendo candidato de Morena, como sí se hizo diputado federal en 2018 como candidato del PAN, justo cuando todos sus escándalos seguían frescos.
No puede entenderse cómo desde la izquierda se le puede llamar progresismo al despilfarro de dinero en estructuras metálicas hechas pasar por puentes atirantados. Eso suena más a una obra del panismo, como aquella famosa estela de luz del expresidente Felipe Calderón.
No olvidar tampoco aquella propuesta del gobernador de la castración química a violadores. El punitivismo en su máxima expresión. También muy derechista, como la propuesta de Xóchitl Gálvez de construir una mega cárcel de máxima seguridad en México, emulando lo hecho por Nayib Bukele en El Salvador.
Gallardo tampoco puede esconder su fiel relación con los empresarios potosinos. Los ningunea, los escupe y los ha nombrado como la herencia maldita, pero negocio es negocio y por algo, tres años después, siguen detrás de él, de la tan ansiada Vía Alterna.
Y no la puede esconder principalmente porque él es uno de ellos.
Gran parte de la industria privada se construyó sacando provecho de los recursos del Estado. Hoy son esos grandes magnates que devastan cerros. Algo así como el origen de ya saben quién en Soledad.
Podrán no haber nacido en las mismas colonias, pero hoy se sientan en la misma mesa.
Y por más distancia que quieran marcar del gobernador, con expresiones hasta clasistas, la realidad es que comparten los mismos genes, visión e ideales. La misma ambición. Y eso sólo los pone en el mismo costal.
Quizá lo único que diferencia a Gallardo de la clase empresarial potosina, es que él sí gana elecciones.
No nos equivoquemos. No hay oposición en San Luis Potosí porque todos son iguales. Públicamente fingen rechazo, pero en el fondo se estrechan las manos y tienen el mismo propósito de alcanzar sólo sus intereses personales a costa de toda una ciudad.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Actualmente es jefe de información de Astrolabio Diario Digital, con interés y experiencia en Transparencia y el Derecho de Acceso a la Información Pública. Formó parte de la tercera generación del MásterLab en edición de investigaciones organizado por Quinto Elemento Lab.