Por: Diana López.
Ayer, una señora me llamó para pedirme ayuda al cruzar la calle. La tomé del brazo y lo primero que hice, fue voltear al suelo para prevenirla sobre la altura de la banqueta; entonces me percaté de lo roto del calzado que llevaba. Ella se aferró a mí y me contó que hacía tiempo había sufrido un accidente que la había dejado parcialmente ciega, por lo que caminaba a tientas, necesitando casi siempre ayuda para atravesar.
“Es la hora que voy a pedir aquí al Walmart”, me dijo, mientras de a poco caminábamos, “Pero como sólo veo de un ojo y mis piernas ya no me responden bien, casi siempre ando molestando gente para que me ayude”.
Con un nudo en la garganta, le pregunté si tenía hijos, o algún familiar que se hiciera cargo de ella. Se quedó callada. Luego, con la voz algo quebrada me dio las gracias por haberla auxiliado…
Con paso lento y aferrándose a los postes y paredes que tenía cerca, se alejó.
San Luis Potosí, un estado viejo.
Los datos de proyecciones del Consejo Nacional de Población (CONAPO) Arrojan que en San Luis Potosí hay más de 200 mil personas mayores de 65 años, cifra que representa poco más de 8% de la población total del estado, por lo que puede decirse que es una entidad envejecida.
Para este grupo, considerado frecuentemente como vulnerable, existen programas sociales de apoyo que tratan de mantener sus condiciones de vida favorables.
Sin embargo, muchas de estas personas sufren abandono por parte de sus familias. En el mejor de los casos, quedan recluidos en instituciones donde esporádicamente, reciben la visita de algún familiar, mientras que en muchas otras ocasiones, terminan sus días llenos de soledad y tristeza ante el desamparo de sus parientes.
A esta situación, se le suman las lamentables condiciones en las que muchas instituciones públicas que prestan servicios para el adulto mayor sufren: deficiencia en las instalaciones y el personal o falta de éste, así como carencia de servicios de calidad y actividades que promuevan el bienestar de estas personas. Por otra parte, aquellos que son de corte privado tienen un costo sumamente elevado, al que no todas las familias tienen acceso pues, por obvias razones, el cuidado y las atenciones que se reciben son de mucha mejor calidad.
Es así como muchos ancianos terminan en la soledad de sus casas, olvidados por su familia o abandonados a su suerte en las calles de la ciudad…
Casos de personas de la tercera edad en la calle son muchos, pero otro de los que más presente tengo es un señor en muletas que en ocasiones estaba en la salida a la lateral de Salvador Nava, sobre el Boulevard Españita, a la altura de Soriana el Paseo. Siempre limpio, con pantalones de color claro, camisa, huaraches y un sombrero, el señor se apoyaba de sus muletas en medio de las dos filas de carros que se detenían para salir a la avenida. En algún momento llegué a escuchar que era un ex maestro al que sus hijos dejaban cada mañana para que pidiera dinero en un par de cruceros; que al caer la noche lo recogían y se lo llevaban. La veracidad de esto nunca la tuve…
El inicio de la tercera edad.
En 1982, en el marco del Plan de Acción de Viena, la Asamblea Mundial de Envejecimiento determinó que a partir de los 60 años, una persona puede considerarse como un adulto mayor. Quien alcanza esta edad es considerada como una persona única, histórica e irrepetible, en quien hay un deterioro biológico, intrínseco e irreversible, pues muchas personas tienden a padecer de enfermedades crónicas, por lo que pierden autonomía física y dependencia.
El adulto mayor debe cambiar el papel que es considerado normal en la evolución del ser humano, aunado a la separación e independencia de los hijos que los llevan a la disminución de actividades domésticas y laborales.
Además, estudios señalan que los procesos de industrialización, urbanización y modernización han modificado el estilo de vida del adulto mayor y de la familia, que ahora se enfrenta al debilitamiento de los lazos de solidaridad familiar, sobre todo al carecer de un cuidado femenino, que era común en el hogar, debido a la inserción de la mujer al área laboral y a la reducción del número de hijos. Ya no se está preparado para cuidar a las personas mayores en el núcleo familiar como era tradicional.
Otro factor importante que lleva a las personas de la tercera edad a la calle o al abandono familiar es el panorama sombrío de aquellos adultos que no tienen derecho a seguridad social por haber tenido un trabajo en el sector informal o en las actividades de campo, por las que no se percibe ingreso económico por jubilación.
La etiqueta social y laboral.
Muchas personas que llegan a los 60 años, se declaran capaces de seguir laborando y teniendo una vida productiva activa. Sin embargo, las empresas se niegan a contratar personas incluso por arriba de los 45 años, lo que crea una baja autoestima en este sector de la población, que se suma al abandono paulatino de la familia.
Algunas tiendas comerciales han comenzado a implementar programas de ingreso laboral para estas personas, que aún tienen mucho que ofrecer y les ayuda a disminuir el pensamiento de ser “una carga” o una persona “inútil” por ser parte de la población de la tercera edad.
Sin duda, en el campo de la atención a los adultos mayores se encuentra muy rezagado. Es necesario continuar con la labor de sensibilización ante la sociedad, para que todas las familias que tengan un adulto mayor en casa lo cuiden, protejan y respeten.
El impulso demográfico que empuja hacia el envejecimiento es inevitable e irreversible y representa uno de los mayores desafíos que enfrenta la sociedad en la actualidad, especialmente, en cuanto a la prestación de servicios sociales y de salud.
El día del adulto mayor se celebra desde 1982, designándose el 28 de agosto para tal homenaje a esas personas llenas de sabiduría y conocimiento que debemos valorar, tolerar y respetar, porque en algún momento dieron mucho a la sociedad. Y a las que pocas veces se les logra retribuir por completo.
Son casi las 10 de la noche en la esquina de la calle Capitán Caldera y Cuauhtémoc. El frío azota con un viento fuerte después de la lluvia de la tarde. Un hombre con algunos ramos de rosa en una mano y una muleta de la cual se apoya en el otro lado, recorre lentamente los carros que esperan la luz verde del semáforo. Ninguno baja la ventanilla para comprarle, y su condición no permite que recorra más de tres vehículos en lo que estos avanzan, por lo que se queda parado mientras los coches avanzan. Con cuidado, vuelve al camellón y espera que una nueva fila se forme ante la presencia del color rojo del semáforo.
Entonces vuelve con paso lento y camina entre las luces de los autos, a la espera que alguien baje la ventanilla y compre uno de los ramos de rosas en esa noche fría después de la lluvia…