Óscar G. Chávez
Patética, degradante e indigna fue la imagen proyectada por cientos o miles de burócratas estatales obligados a habilitarse como simpatizantes del partido Verde para ayudar a que luciera abarrotada la plaza Los Fundadores durante el cierre de campaña de sus candidatos. Playeras verdes y banderines del partido fueron el distintivo de quienes un día sí y al otro también son humillados por este gobierno estatal. Sí, los mismos a quienes hace recisión de contrato (para acomodar a sus allegados), no paga sus jubilaciones o deja sin servicio médico.
No es eso, con lo dramático que pueda sonar, lo que llama la atención, sino que el “mejor gobernador” (según dijo su esposa, ahora candidata al Senado de la República) tenga que recurrir al acarreo, a pesar de pretender tener una popularidad similar a la de su compadre Julión. Ni en los peores años de la “maldita herencia”.
Sin embargo y haciendo de lado el acarreo de burócratas, de doñas y dones de los más diversos códigos postales, de las fuerzas vivas del Verde y de las masas de feligreses que aportaron algunos generosos candidato de oposición, la concurrencia desbordó la plaza. Y cómo no, quien podía resistirse a los centavitos, a la mochila verde o de plano ante la amenaza de no llegar con trabajo a la siguiente quincena. ¿Para qué buscarle?
Pero, como de dignidad no se come, seguro habrá quienes opten por el frío plato de la venganza; todo se paga y estas humillaciones no serán excepción, antes bien, se sumarán a la cauda de agravios que ha sufrido el pueblo potosino.
Los resultados de estas elecciones no sólo mostrarán la popularidad y aceptación de la que dice gozar el gobernador, sino también pondrán en evidencia las malquerencias que ha cosechado en estos tres años las cuales se incrementan durante este proceso y seguirán durante los próximos tres años. Resultados que también mostrarán cuál será el derrotero de sus relaciones con el gobierno central.
Es casi seguro, dado el sumiso carácter de los potosinos en los últimos años, que el proceso electoral y sus secuelas no generen ninguna inconformidad y los actos de violencia que ocurran durante los comicios, seguro serán generados por los propios testaferros de la gallardía. Precisamente esto es lo que hace confirmar que por eso el gobernador necesitaba un director de Seguridad y una fiscal a modo, quienes garantizarán su tranquilidad y la de sus allegados.
Insisto, el gobernador (aunque puede ser también extensivo para el alcalde con licencia de la capital) no las tiene todas con él, ya no sólo es el desgaste y las malquerencias, sino también la falta de capacidad de sus operadores y de las propias instituciones que le sirven de parapeto, así como en distanciamiento que tuvo con la instancia federal encargada de los apoyos sociales.
Quizá se relacione con esto el que desde hace unos días se mantenga vigilancia permanente, con elementos de la Guardia civil bien armados, sobre la puerta trasera de la Secretaría de Desarrollo Social estatal, en la calle Díaz de León esquina con Iturbide. Nunca antes, en los tres años que van de este gobierno se había visto y eso que la dependencia ha sido la encargada de construir y afinar las redes clientelares y su edificio el centro principal de operaciones.
Mañana desde temprano comenzará la instalación de casillas y la llegada de los primeros votantes; después, durante el resto del día y hasta la hora del cierre continuará la liturgia del consabido proceso; nada nuevo. Pero más allá de todo esto, será conveniente analizar el funcionamiento de las redes de cohecho y corrupción del voto que para la alcaldía y legislaturas comenzarán a operar, la geografía de los resultados será un referente, sobre todo en zonas populares y marginales.
La lucha por mantenerse se le hace, pero con todo y las despensas que repartan tirios y troyanos, el electorado (ése sí, que nunca se equivoca y no por sabio ni bueno sino por rencoroso) acabará decidiendo. El lunes lo veremos, el lunes lo sabrán.
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