Mariana de Pablos
El pulso latiendo a toda velocidad en lo más alto de la garganta. Posiciones listas. El corazón y la vista fijas en la meta. Suena el balazo y Lorena empieza a correr lo más rápido que puede. Entre zancada y zancada, ambos pies se separan de la pista; parece que vuela. El mundo está en silencio, ha enmudecido por completo. Solo hay mil 500 metros de suelo color rojo ladrillo frente a ella. Con la fe en la mano de Dios, Lorena solo corre y su corazón sonríe mientras lo hace.
Atleta de medio fondo, graduada con honores de la licenciatura en Sistemas de Plantas y Suelos en la Facultad de Agricultura de la Universidad de Luisiana (LSU) y consagrada como la mejor mediofondista de esta institución con un tiempo de cuatro minutos, nueve segundos y seis centésimas, Lorena Rangel es, sobretodo, una joven alegre y compasiva que ha encontrado en el correr su más grande pasión.
A través de la pantalla y desde su habitación en el Centro Nacional de Desarrollo de Talentos Deportivos y Alto Rendimiento (CENAR), platico con una joven de ojos alegres y sonrisa radiante, Lorena Rangel de 22 años de edad está en camino a convertirse en una de las más grandes atletas del mundo.
Ha participado en importantes competencias a nivel nacional e internacional entre las cuales destaca la Olimpiada Nacional 2019; el Mundial de Atletismo en la categoría Sub 20 que se llevó a cabo en Kenia en 2021; y el prestigioso Campeonato Nacional de la Asociación Nacional Deportiva Universitaria (NCAA por sus siglas en inglés) en Estados Unidos, donde se congregan las deportistas más destacadas del país.
Sin embargo, para Lorena el atletismo es mucho más que medallas y premios. Este ha sido un camino de autodescubrimiento y crecimiento personal que le ha permitido conocer el mundo y acumular experiencias de todo tipo; que le ha regalado una hermana y le ha hecho posible vivir el día a día con un propósito y una motivación. Hoy Lorena se prepara para el Nacional de Atletismo en México, última oportunidad que tiene para obtener la marca mínima necesaria para competir en los Juegos Olímpicos París 2024.
La energía está a tope, y el corazón como si estuviera en la línea de salida.
Surge una atleta
El sueño de una niña está haciéndose realidad. En ese corazón de niña de 11 años que pisó por primera vez una pista de carreras y que permanece dentro de la mujer que es hoy, habita un mundo de sueños y anhelos. Portar la bandera de México en los Juegos Olímpicos es por lo que ha trabajado todos estos años y a tan solo un paso de lograrlo, Lorena está feliz.
Con un brillo de nostalgia en los ojos y una sonrisa en el rostro, Lorena recuerda su primer encuentro con el atletismo. Era el año de 2012, a su mamá le encantaba ver las olimpiadas en la televisión y ese año lo hicieron juntas. Después de haber intentado otros deportes y tener una experiencia decepcionante con ellos, descubrió el atletismo a través de los más grandes en una de las competencias más importantes del mundo.
“Y dije ‘pues ese está fácil. Se ve sencillo. Nada más necesitas un par de tenis y ya’”, ríe de su joven inocencia. “Lo comparé con natación, gimnasia, con clavados, así con todos esos deportes que tienen demasiados elementos y me parecieron demasiado complicados. Y dije, ‘bueno, lo voy a intentar con el atletismo’. En 2013, cuando tenía 11 años, mi mamá me llevó a la pista y ahí empezó básicamente”.
El viaje inició casi sin darse cuenta. Lorena solo corría, gozando de la adrenalina y del reto personal de superación.
“Yo me acuerdo que al principio no ganaba, que cuando empecé nunca fui así como una prodigio, pero siempre disfruté demasiado correr”.
Comenzó a participar en competencias locales, después estatales, nacionales y cuando menos se dio cuenta, en 2018 viajaba a Argentina para los Juegos Olímpicos de la Juventud.
El año de 2019, recuerda, fue muy bueno, “quedé campeona en dos campeonatos de 400 y 800 metros; y en un campeonato quedé en tercer lugar; y rompí el récord mexicano sub 18”.
Sus tiempos aparecieron en el ranking de la World Athletics, hecho que llamó la atención de Houston Franks, entrenador en la Universidad de Luisiana (LSU), quien no perdió tiempo en contactarla y ofrecerle una beca para estudiar en la universidad y ser parte de su equipo.
Pese a las dudas y miedos —y en medio de la pandemia por covid-19—, Lorena escogió una carrera que se mantuviera acorde a sus preocupaciones medioambientales, tomó sus maletas y se fue.
Si bien los obstáculos no faltaron, Lorena enfatiza en que el apoyo y el soporte incondicional de su familia fue básico para tomar la decisión. Desde entonces, ha crecido y madurado mucho. Estos cuatro años le han cambiado la perspectiva por completo, tanto por el hecho de valerse por sí misma, como por el cambio de entrenamiento y el aumento en la exigencia.
En México, cuenta, era una atleta de 400 y 800 metros, y en Estados Unidos se convirtió en atleta de medio fondo, es decir, de 800 metros para arriba.
“Hace cuatro años, no sabía que iba a poder hacer tiempos muy buenos en el 800 y el mil 500 [metros]. Y cada año he estado subiendo peldaños. He tenido esa consistencia de mejorar, de trabajar en distintos aspectos de mi carrera y me ha hecho madurar mucho el estar allá; cuidar de mí, de mi cuerpo”.
Hace tan solo un par de meses, en mayo, Lorena concluyó una de las etapas más importantes de su vida: se graduó de la licenciatura con honores y cerró su temporada al competir en el Campeonato Nacional Universitario NCAA División 1 en la prueba de mil 500 metros femeniles, su más grande objetivo desde que entró en la universidad.
Amor y trabajo, las constantes
Son esa energía, fe y disciplina los que la han acompañado desde el principio. Reconoce que lo más difícil de su carrera no son tanto los logros o las competencias, sino la constancia y el esfuerzo que implica mantenerse siendo el mejor.
“Te preparas, tienes un objetivo y cuando llegas ahí tienes que seguirle, y entre más nivel alcanzas como que mayor es el reto para mantenerte ahí”.
Para Lorena, la presencia de Dios es fundamental. Reconoce que hay muchas cosas que, a pesar del esfuerzo y el corazón puesto en ellas, no dependen de uno mismo, sino que están en manos de Dios y es de Él la voluntad de que sucedan o no.
Así, pese a la distancia con su familia, Lorena nunca se ha sentido sola. Cuenta que desde su llegada a Estados Unidos ha estado acompañada y ha sido recibida con brazos cálidos.
Además, ha hecho grandes amistades, algunas de las cuales, considera que durarán para toda la vida. Como es el caso de Michaela Rose, la única atleta en la historia de correr más de siete carreras de 800 metros debajo de los dos minutos, “que es algo muy muy increíble”.
“Es padrísimo entrenar con ella, siempre soñé con tener una amiga, una chica que estuviera ahí conmigo sufriendo. Somos yo creo que las mejores amigas y las mejores rivales”.
Su licenciatura terminó, pero su carrera como atleta apenas comienza a agarra la fuerza con la que Lorena ha soñado toda su vida. Por ahora y por los siguientes años su plan es continuar con sus estudios de posgrado en LSU, con una maestría en Plant pathology, que inicia en este próximo agosto.
Se le ve entusiasta y emocionada por los siguientes retos que se aproximan. Está a tan solo una semana de competir por un lugar en los Juegos Olímpicos, y aunque no sabe lo que el destino le depara, su corazón está lleno de agradecimiento por la oportunidad de intentarlo.
El futuro es desconocido, pero su fe certera.
“Esto ha sido lo que soñaba desde chiquita: estar ahí en la bolita de los que pueden ir y tener la oportunidad de representar a México”.
La clave de su trabajo está en ser paciente, constante y saber por qué haces las cosas, “decir: esta es mi motivación. Muchos dicen que no hay que tomárselo tan en serio. A mí me cuesta un poco de trabajo eso, puedo ser muy estricta conmigo mismo, pero después cuando ves que los resultados se dan; cuando le pones el amor y el esfuerzo necesario las cosas funcionan y cada vez te acercas más a tu meta”.