Texto: Marcela Del Muro
Fotografías: archivo familia Godínez
Entre frondosos árboles verdes que sombrean la pista pavimentada en forma de U conocida como el Circuito de la Oreja, en la entrada principal del Parque Tangamanga, las niñas Godínez aprendieron a andar en bicicleta. La pequeña Marce tenía unos siete años y, como toda infancia que empieza a dominar este medio de transporte, en uno de sus primeros paseos dominicales se cayó. Llorando y con una pierna raspada, anunció que no podía. Su papá la levantó, la subió de nuevo a la bici y la alentó a seguir intentando.
“La bicicleta le enseñó la tenacidad. Mis papás nos fomentaron eso de intentarlo e intentarlo, nos enseñaron a decir, ‘sí voy a poder”, dice Laura, la mayor de las hermanas.
Marcela Godínez rodando en su bici es un recuerdo frecuente cuando preguntas por ella. Godi, como le dicen algunas de sus amigas, también es recordada como una mujer alegre, sarcástica y empática; una artista soñadora y visionaria; un bálsamo de cariño y cuidado para la gente que la frecuentaba; una luchadora social y defensora de derechos humanos con sentido crítico y conciencia social; una persona que no temía expresar lo que pensaba y sentía. Ella, como activista y defensora, ocupó muchos espacios en distintas colectivas; pero su casa, su lugar seguro y de enseñanza, desde donde creó programas de incidencia y defensa, fue Educación y Ciudadanía A.C., Educiac, junto a su maestra Alma Nava, la fundadora de esta organización.
“Es que pensar a Marcela como defensora de derechos humanos, feminista o activista me lleva a hablar inevitablemente de ella en casa, en la calidez de nuestras conversaciones, en la casa que compartimos, porque ahí en lo privado de nuestras habitaciones tejíamos sueños de un mundo mejor, de otras posibilidades de hacer las cosas o de cuidarnos entre nosotras, de crear comunidad, de sostenernos”, escribe Alejandra Balduvin, amiga, roomie de Marce, compañera de trabajo en Educiac, gestora cultural y activista.
La Godi tiene esa magia, cuando escuchas sobre ella inevitablemente sientes el cariño profundo de quien la recuerda. A siete años de su muerte, el pasado 13 de julio, la ausencia de Marce sigue doliendo, pero su recuerdo y su trabajo son un faro, un legado y una guía constante para quienes la aman.
Marce “en una bici que te lleve a todos lados”
Por ahí del 2016, La Bicicleta, de Carlos Vives con Shakira, se encontraba en el ránking de canciones más escuchadas en México y, también, era la canción favorita de Godi.
A tu manera, descomplicado
“Era común encontrarse a Marcela Godínez en la zona perimetral de SLP, se trasladaba en bici del Centro a Himno Nacional, Morales, Pedro Moreno. Su bicicleta era icónica. Mentita, con una canasta delantera donde guardaba sus cosas y un timbre estruendoso”, recuerda Nydia Morales, amiga que trabajó con ella en Educiac y también activista.
En una bici que te lleve a todos lados
“Para mí era impactante porque, en ese entonces, yo no me acuerdo tener amigos que se movieran en bici y ella siempre lo hacía, con esa libertad que te da la bici para moverte a todos lados sin tener que gastar en ponerle gasolina o en el camión. Entonces eso se me hacía revolucionario”, cuenta Iván Alonso, mejor conocido como Pake, quien conoció a Marce en la universidad y se hicieron grandes amigos trabajando en Educiac.
Un vallenato, desesperado
Nydia recuerda que iba con ella a las manifestaciones feministas, donde usaba la bici de escudo protector para bloquear coches o como valla, cuando era parte del equipo de seguridad de los contingentes.
“A ella le tocó cuando empezó a surgir esto de las rodadas. En ese entonces había mucha cercanía con Vida sobre Ruedas y, además, era su medio de transporte. Por eso estaba tan metida en ese tema”, dice Pake.
“Veía el uso de la bicicleta desde una perspectiva muy emancipadora, como contra el sistema, con toda esa argumentación de lo que la bicicleta representa. Tenía mucho interés en participar en estos temas (de la movilidad), entendiéndolo desde lo particular y también viéndolo muy político, incidiendo para hacer un cambio”.
Una cartica que yo guardo donde te escribí
No podemos saberlo pero, seguramente, si Marce siguiera aquí, sería una de las activistas impulsando la Ley Santi. Educiac, su casa, en una parte motivados desde el recuerdo de ella, es una de las organizaciones aliadas de esta propuesta de ley ciudadana de movilidad, que busca garantizar la seguridad, inclusividad y accesibilidad en el estado.
Mientras Nydia corea en su cabeza la estrofa favorita de Marce, la recuerda también cantando, poniéndole mayor énfasis en esa última frase:
Que te sueño y que te quiero tanto.
Amiga, artista, feminista, defensora, activista…
“A Marcela la recuerdo siempre corriendo. Casi un vuelo. Muy temprano a rodar en su bici al parque, tras su dosis de aire puro, el desayuno era un ritual veloz, apenas un preludio de la maratón que la esperaba: Educiac o un tiempo, Música para la vida, a las 2 y cachito comería con alguien que quería contarle una idea, vendría corriendo a casa pasaditas las 5 a tomar un baño, salir a nadar, ir a la colectiva, luego a la batucada, cena de jochitos obligada con las compas y rumis… ¿Y después? ¿Una fiestita? En la vorágine de su agenda, Marcela siempre encontraba un momento, oasis de calma, para vernos a los ojos, para tocarnos las manitas, contarnos la vida, amores, dolores, sueños”, escribe Alejandra Balduvín.
Pake platica que la empatía y sensibilidad de Godi le permitían leer el estado de ánimo de sus amigxs y compañerxs, sabía cuándo y cómo acercarse: un mensaje, un abrazo, una plática, un “te quiero” al final de la jornada, estaba siempre presente, siempre al pendiente en momentos complicados.
“Esa empatía también la tenía en el trabajo. Por ejemplo en los proyectos, preguntaba, cuestionaba y situaba la mirada en los demás, ponía la mirada en los contextos de las personas. Nos invitaba a pensar de manera distinta, de colocar esa mirada desde el ejercicio de los derechos humanos, siento que es algo que ya traía interiorizado”, dice Pake.
“Su trabajo en la defensa de derechos humanos siempre giró en distintos espacios, pero Educiac siempre fue su guarida, el lugar a donde acudir para pensar, rebotar ideas, encontrar alianzas, hacer un eco más profundo de las necesidades que identificaba, sentirse acuerpada y comprendida frente al adultocentrismo que enfrentaba en los espacios donde incidía de manera individual o como representante de Educiac. Hablar de Marcela implica también hablar de Alma Nava, su maestra y maestra de las generaciones de personas jóvenes trabajadoras en la organización de 2004-2018”, comenta Nydia.
La empatía, el interés por la defensa de derechos humanos y el impulso por el trabajo colaborativo, además del cariño, unió a Marcela y a Alma, que junto con personas como Nydia, Alejandra, Laura, Pake, entre muchas otras, construyeron los cimientos de Educiac. Lau Godinez cuenta que en la organización, desde sus inicios, hay dos grupos que se complementan: los creativos, que proponen las ideas más increíbles y los racionales, que aterrizan esas propuestas y piensan en las formas de ejecutarlas. Marce era del primer grupo.
“Era soñadora, pero realista. Decía esto sí se puede o esto no se puede. Y, a veces, mirábamos que Alma y ellas decían, ‘no se puede, pero hay que buscar cómo sí se podrá. Aunque no sea de la forma en la que queramos’. Y de otra manera sí podíamos llegar. Era muy creativa. Quizá, no conseguía algo en el momento, pero en el futuro pues ahí sí”, dice Lau y cuenta que esa creatividad la explotaba y la seguía cultivando desde el arte: desde la foto, el dibujo, la serigrafía y el teatro.
“Ella era muy buena en lo que hacía, una gestora cultural con una personalidad, era cercana a la gente, cuestionando todo el tiempo y sobre todo haciendo comunidad”, cuenta Gladis Estrella Ávalos, que como muchas también construyó amistad con Marce por Educiac y después se eligieron familia.
A través del arte, el feminismo y su interés por la defensa de los derechos culturales, Marcela Godínez promovió, impulsó y colaboró en distintos espacios colectivos con niñxs, juventudes y mujeres.
Trabajar desde lo colectivo, priorizando el cuidado
“Pienso también en los colectivos en los que coincidimos, en La Colmenita, allá por 2010 o 2011. Todos los sábados jugábamos a ser peces de asfalto en bicicleta, montábamos un desfile de marionetas viviente en las calle de El Sauz, y esperábamos a un fiel grupo de niñas y niños que nos invitaban, a su manera, a hacernos presentes en “las canchitas”, un espacio público en su colonia que un grupo de adultos había decidido arbitrariamente que no cabían más las infancias, como un acto de resistencia nos hicimos presentes, las niñas y niños del Sauz triunfaban haciendo suyas las canchas y nosotres, adultos horribles, nos preguntábamos ¿qué queríamos ser de niñxs?”, escribe Balduvín.
La Colmenita, relata Gladis, era un proyecto social multidisciplinario en la colonia El Sauz, un espacio donde se jugaba al teatro, que contribuía al desarrollo personal y comunitario de los niños. Lau Godínez cuenta que a su hermana siempre le gustó trabajar con niñxs, escucharles, tomar en cuenta sus decisiones y apoyarles, darles el peso y el poder a eso que deseaban realizar, apoyarles mientras se enfrentan a este mundo adultocentrista, que ella también vivía.
Con sus amigas también se integró a espacios colectivos críticos, como el YoSoy132. “Pero ella sabía cuándo irse, cuando algo ya no le estaba funcionando, cuando la demanda ya no le hacía bien o cuando veía algo que no le parecía, ella decidía cerrar su participación y alejarse. Se cuidaba y también cuidaba mucho lo que sentía y defendía su opinión. Ella aplicaba el autocuidado”, dice Lau.
Godi está muy presente en los proyectos y planes de sus amigas, como un faro. “Nos recuerda dónde hay que estar para no soltarnos. Ella desde donde está nos dice por dónde, para no perdernos entre el mar de cosas y ver lo verdaderamente importante: la libertad para andar, sentir, amar y la libertad de nosotras como mujeres diversas, pero con alta capacidad para conectarnos y acompañar”, cuenta Nydia.
Gladis dice que la Godi no nada más está presente en su grupo cercano de amigxs y compañerxs de trabajo, también dejó una semillita en todas las personas con las que hizo comunidad, que aún guardan el recuerdo de su mirada crítica y empática, desde la escucha. El construir comunidad desde “la terca convicción de que es posible un mundo mejor”, como ella lo decía.
“Al final busco dibujar a Marcela como un fueguito vivo. Marcela era un torbellino pero también un remanso de paz, un faro que iluminaba caminos para la justicia y la igualdad, un recordatorio de elegir la opción mas amorosa para una misma, compañera de lucha, amiga entrañable, confidente leal ‘mujer consecuente, ahora y siempre…”, escribe Alejandra.