Mariana de Pablos
Discreto y dejándose iluminar por su propia magia, en el número 710 de la calle Ignacio Zaragoza se encuentra un lugar que, luego de más de 35 años de existir, ya forma parte de la historia de San Luis Potosí: El Bazar del Libro. Quienes lo conocen, lo frecuentan, y quienes lo descubren en sus paseos por la peatonal, no pueden evitar cruzar sus puertas y maravillarse con el desplegado de libros que se extiende a lo largo y ancho del local. Oscuro como una cueva del tesoro, los aventurados que entran lo hacen con la antorcha de la ilusión por descubrir algo nuevo.
Desde las vitrinas del exterior es posible observar la gran cantidad de libros que ahí habitan. Aquí se les da hogar a todos: a los releídos, a los olvidados, a los viejos, a los que ya no caben en la maleta. Las personas entran al Bazar a curiosear, a buscar algo en especial o, en la mayoría de los casos, a explorar; a sumergirse en las profundidades de un mar desconocido y perderse en tierras lejanas con el firme propósito de encontrar algo que no sabían que estaban buscando.
Se trata de un lugar de historias, y no solo aquellas que moran entre las líneas que conforman a cada uno de estos libros, sino también las que cuentan sus portadores: libros heredados, prohibidos, amados. Entre sus olorosas hojas amarillas y delicadas, casi como un secreto, habitan las historias de las personas que tocaron, las vidas que cambiaron, los lugares y épocas por las que transitaron.
Su guardiana es la señora Raquel Vázquez. Es ella quien, junto a sus hijas, da a estos libros otra oportunidad de cumplir con su propósito. Son más de seis mil ejemplares los que ocupan las estanterías del Bazar, entre los cuales destacan las novelas y los cuentos, pero también es posible encontrar libros de texto infantiles, académicos de nivel universitario, enciclopedias de arte y cultura general, así como obras en idiomas como inglés, francés, alemán y húngaro.
Sin embargo, no siempre fue así, pues en sus comienzos, hace tres décadas, el Bazar estaba conformado únicamente por las novelas del señor Juan Miguel García, esposo de la señora Raquel, quien decidió poner a la venta su amplia colección conformada por más de 8 mil libros.
Desde entonces la dinámica de venta es la misma: los libros están a disposición de los clientes para que puedan explorarlos y libremente escoger alguno que les llame la atención.
“Como es un bazar, la mayoría de las personas vienen a buscar. Hay muchas personas que vienen por un libro en específico que si yo recuerdo haber recibido y sé que lo tengo o que lo he visto aquí o acá, o que se lo puedo buscar, lo hago. Pero yo aquí dejo que todas las personas vean los libros, los tomen, los lean y ya si les interesan lo compran”.
La búsqueda es parte del encanto del Bazar del Libro. La señora Raquel tiene gratos recuerdos de asiduos clientes que dedican grandes ratos de su tiempo a buscar algo que llame su atención, como es el caso del padre Peñalosa, quien “venía buscando un libro y si no lo encontraba se llevaba otro y se iba bien contento”.
Aunque las ventas han bajado con el paso de los años, especialmente desde que es posible encontrar la información de las enciclopedias en internet y muchos de los libros están en formato digital, la señora Raquel disfruta gratamente de su tiempo en el Bazar que, con el paso de los años, se ha convertido en su “segundo hogar”.
Entre atender clientes y mantener el espacio limpio, el día a día de Raquel y su hija lo dedican a marcar los libros con sus respectivos precios, último para lo cual suelen investigar su costo en el mercado y, partiendo de ese punto, reducirlo a la mitad. De ahí que los libros del Bazar sean muy accesibles, “tengo libritos desde cinco pesos hasta 100 y 200, pero casi no más”.
Todos son lectores en la familia, siguiendo el ejemplo, claro está, del más ávido de todos: su esposo Juan Miguel García. Oriundo de la Ciudad de México, desde los seis años comenzó a leer. Concluyó sus estudios superiores en ingeniería civil y años más tarde se mudó a San Luis Potosí, donde conoció a Raquel.
Durante su vida compartida en el municipio de Ciudad Fernández, se dedicaron a sembrar chile, jitomate y maíz. Y posteriormente, ya en la capital, abrieron el Bazar.
Los libros de Juan Miguel junto con cientos y cientos más de origen ignorado, nutridos en sus páginas por las aventuras de sus vidas pasadas, hoy aguardan en la tienda para ser encontrados; mientras que otros han continuado su rumbo en una dirección siempre desconocida. Esa es precisamente la filosofía con la que Juan Miguel y Raquel iniciaron el negocio: darles una nueva vida a sus libros para que encuentren otros destinos, otros lugares dispuestos a explorarlos.
En la vida hay que andar como en los bazares: con la mente y el corazón abiertos. Es importante conocer nuestras preferencias, por supuesto, pero el arte de vivir está en reconocer las bondades de lo inesperado.