Carlos Rubio
En el auge de las redes sociales, las campañas negras cada vez son más comunes y fáciles de iniciar. Cuando antes se requería del uso de los medios de comunicación tradicionales (televisión, radio y prensa escrita), hoy basta con un acceso a Facebook, el cual está al alcance de cualquier persona, y un conocimiento mínimo de redacción y manejo de la plataforma.
Hoy es relativamente sencillo crear una página, hacerla pasar por un medio de comunicación y comenzar a publicar cualquier tipo de información disfrazada de noticia. Esto lo entendieron rápidamente las empresas, que de inmediato comenzaron a especializarse y ofrecer este servicio, cuyos principales clientes son candidatos y partidos políticos durante los procesos electorales.
También lo entendieron los gobiernos, que no satisfechos por acaparar toda la narrativa a través de los medios de comunicación a los que les pagan publicidad, también se dieron a la tarea de crear sus propias páginas de Facebook que publican lo que ellos les plazca.
Para alguien que trabaja en medios de comunicación, identificar una campaña negra debería ser fácil: están llenas de afirmaciones que carecen de sustento, atacan al actor y no a los hechos y, su objetivo no es informar, sino propagar datos con intereses personales y no periodísticos.
Es complicado llegar a estas conclusiones con solo ver una publicación de Facebook, y aunque la capacidad de distinguir entre información falsa y real debería ser inherente a cualquier profesional, la realidad es que podemos encontrarnos a cualquier médico cirujano, especialista en otorrinolaringología, que comparte impactado (y enojado) la noticia de que a partir del 2025 nos cobrarán un impuesto por tener mascotas. O al magistrado con 10 años de experiencia, que reenvía la cadena de WhatsApp que afirma que México está a punto de recuperar Texas.
El propio Instituto Nacional Electoral identifica las campañas negras como una amenaza al poder de decisión de un votante. Según una capsula del organismo, estas campañas se identifican porque atacan la “imagen, carácter e historia” de un personaje.
Durante las últimas semanas, a través de redes sociales, hemos visto una embestida de información en contra de la familia Maya Zulaica. Lo impactante de esto no es lo que se dice, puesto que gran parte de los dichos carecen de sustento y cumplen con las tres características antes mencionadas de una campaña negra; lo impresionante son los números que hay detrás.
En una revisión detallada de Facebook fue posible identificar al menos 90 publicaciones distintas que propagan un mínimo de seis narrativas diferentes acerca del propio Miguel Maya Romero, dueño de Astrolabio, o de algún miembro de su familia. Todo esto en páginas que se hacen pasar por medios de comunicación, pero que en su mayoría difunden publicidad oficial de gobiernos. Además, carecen de un directorio y un domicilio, por lo que sus autores son imposibles de identificar.
El mismo análisis arrojó al menos 21 páginas web diferentes que se encargan de difundir la misma información.
Pero la alarmante situación no termina aquí, ya que también se encontraron al menos 19 anuncios pagados en Facebook, los cuales difunden esta misma información. De acuerdo con la biblioteca de anuncios de esta red social, se han invertido más de 5 mil pesos en publicidad para esta campaña.
¿A quién le sobran 800 pesos en su cartera para pagar una pauta en Facebook en contra de Miguel Maya?
Viéndolo desde este ángulo… no a cualquiera.
Este tipo de campañas son complejas, no se trata de un simple post; analizan la vida de cada persona y aprovechan cada tropiezo o mal entendido para maximizar su ataque. Son dirigidas por quienes conocen el entorno político y social de donde se desarrollan. Conllevan publicaciones escritas en redes con narrativas que a veces rayan en lo simple, pero de vez en cuando se ponen creativos; también elaboran videos, memes y hasta infografías. Publican en páginas web para lucir una historia más real.
El problema de estas campañas es que están basadas en el dinero; una vez que dejan de recibir recursos, se detienen, la conversación que se genera alrededor no es orgánica, viene propiciada de oscuros intereses.
Cuando se accede a información en cualquier fuente, siempre habrá que poner en duda su veracidad y exigir hasta la última prueba posible que ofrezca credibilidad.
Las opiniones aquí expresadas son responsabilidad del autor y no necesariamente representan la postura de Astrolabio.
Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Actualmente es jefe de información de Astrolabio Diario Digital, con interés y experiencia en Transparencia y el Derecho de Acceso a la Información Pública. Formó parte de la tercera generación del MásterLab en edición de investigaciones organizado por Quinto Elemento Lab.