Pocos cuentos han llegado a ser tan clásicos como el de La Bella y la Bestia. Seguramente, sólo con escuchar este título pienses de inmediato en la conocida película de Walt Disney, estrenada en 1991 y ganadora de dos Oscares de la academia, uno a mejor canción original y otro por banda sonora.
Esta producción de dibujos animados siguió la misma línea tradicional que la que se conoce en Europa desde el siglo XVIII. Apenas se han sucedido cambios o variaciones desde entonces, cuando en realidad, su verdadero origen se encuentra en una historia algo tétrica, escabrosa y doctrinal de nuestro medievo.
¿Quieres conocerla? Prepárate para sorprenderte entonces.
Las distintas versiones de La Bella y la Bestia.
Se sabe que el cuento de La Bella y la Bestia dispone de muchísimas variantes; que encierra un mensaje moral universal para todas las generaciones, y eso, es lo único que no ha cambiado.
Algunos expertos indican que su origen podría provenir del propio Apuleyo y su obra “El asno de oro”, con su relato “Eros y Psique”, aunque no queda nada claro.
Es un relato de fuertes connotaciones folklóricas, se extendió a lo largo de Europa, manteniendo una idea esencia, pero variando en gran parte de sus aspectos secundarios. El eje básico de que las apariencias engañan, y de que una persona notable puede esconderse bajo una imagen bestial, es el único aspecto que se mantiene como pilar central.
La primera versión que encontramos, pertenece a Giovanni Franceso Straparola. Bajo el título Le piacevoli notti (las noches agradables), apareció en 1550 la historia de una joven que conoce a un ser deforme y extraño bajo el cual, se esconde un buen hombre.
Más de un siglo después, en 1697, sería el conocido y ya inmortal Charles Perrault, quien trajo de nuevo este relato para incluirlo en su colección “Cuentos de mamá ganso”. Pero fue otra persona la que finalmente, asentaría las bases del cuento tradicional que llegaría hasta nosotros ya sin ninguna variación más. Fue una aristócrata francesa llamada Jeanne-Marie Le Prince de Beaumont, quien en 1756, estando en Inglaterra decidió recoger relatos clásicos europeos para publicar una especie de antología.
Se encontró entonces con el cuento de La Bella y la Bestia. Lo redujo a sus elementos más básicos y lo adornó de un trasfondo emocional donde no faltara un final feliz. La Bestia era una auténtica bestia mitad humana-mitad animal, y no un hombre deforme o lleno de harapos.
Transformó a la Bestia en todo un caballero, tanto, que su transformación al final en “príncipe azul” casi se nos hace innecesaria. Fue entonces la dama francesa Jean Marie de Beaumont, quien cinceló el cuento que todos conocemos… ¿Pero cuál era su auténtico origen?
La verdadera historia de ‘La Bella y la Bestia’
Su origen se nutre de un relato puramente moralista de la Europa Medieval. Aquí no hay príncipes, ni caballeros cultos y galanes con los que bailar en una gran sala iluminada por candelabros. En absoluto; en esta historia hay hambre, muerte y piedad.
La historia empieza con tres hermanas, ahí donde dos de ellas, son realmente malvadas, como no podía ser de otro modo. La tercera es utilizada para hacer las más penosas tareas, desde limpiar la casa, hasta prostituirse para que las hermanas obtengan rentabilidad por mantenerla en el hogar.
Cada noche es atada en una lóbrega habitación donde observa la vida exterior. Esa vida que jamás podrá tener porque a ella se le ha vetado la libertad. Un día, asoma por esa ventana un leproso.
Lleno de enfermedad y miseria, le clama a esta muchacha algo de piedad, tiene mucha hambre y sólo desea un simple pedazo de pan.
Nuestra protagonista le invita a entrar, dejando que coja aquello que desee a cambio de que, simplemente, le quite las cadenas que lleva al cuello y que sus hermanas le han puesto para que no escape, algo a lo que el leproso accede. Quita las ataduras de la joven y después sacia su hambre.
Cuando las hermanas vuelven y ven sus alacenas vacías de comida, culpan a su hermana de haber robado. Puesto que la ven sin sus cadenas, no dudan en culparla y castigarla. Cruelmente, la azotan casi hasta la muerte y la encierran en el sótano cuando ya está agonizando.
Al día siguiente, el leproso vuelve a la casa, se asoma por la ventana en busca de la muchacha que tan amablemente lo había ayudado. Pero no está. Preocupado, llama a la puerta y las hermanas lo reciben con desdén y repugnancia al ver su aspecto. El mendigo leproso entra en la casa y se quita sus harapos, mostrándose ante ellas como lo que en realidad es: la propia muerte.
Les indica las malvadas hermanas que ha dejado el inframundo porque sabía de la existencia de una mujer enormemente desdichada, maltratada por sus propias hermanas. Y que ha decidido acudir al mundo terrenal para castigarlas, para llenar sus cuerpos de pústulas e inmundicia, de suciedad y enfermedad y ofrecerles la muerte más lenta y dolorosa posible, por hacer daño a tan noble mujer.
Una vez aplicado el castigo, la Muerte baja hasta el sótano para tumbarse junto a la muchacha que lo ayudó, ofreciéndole un descanso plácido y un paso al más allá lo más dulce posible…
Como puedes ver, tampoco queda exenta una leve y sutil pincelada de romanticismo.