“El exorcista”, el caso real

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¿Sabías que la historia de El Exorcista tiene una base real y terrorífica? El siguiente artículo te presenta los hechos que inspiraron la novela en que se basó este clásico del horror en el que el mal está muy presente.

Una película perturbadora muy real.

En 1973 se estrenaba una película que haría germinar el miedo en el alma de muchísimas personas. “El exorcista” (The Exorcist) provocó reacciones brutales en las salas de cine como desmayos y vómitos, e incluso hubo personas que quisieron abandonar la sala, pero se vieron incapaces por el miedo que les atenazaba. Un verdadero hito en el cine del terror que, aún hoy hoy, a pesar de las mejoras que ha experimentado el cine, sigue resultándonos perturbador.

El año de su estreno entre el público de un cine de Missouri, en Estados Unidos, se encontraban dos sacerdotes jesuitas de la zona: William Bowdern y Walter Halloran. A ellos no sólo les resultó escalofriante, sino que eran plenamente conscientes de que lo que veían no era únicamente fruto de la imaginación de un genio del guión, sino que ellos mismos habían sido testigos de la historia que inspiró esta película. Ambos conocieron y exorcizaron a Roland Doe. Nombre que seguramente, después de leer esto, no podrás olvidar.

El caso Roland Doe.

El autor William Peter Blatty, escritor de la novela de “El exorcista” (1971), libro en el que está basado la película, se inspiró a su vez en el caso de Roland Doe, del que oyó hablar en la Universidad de Georgetown, dirigida por Jesuitas.

Bien, pongámonos en contexto. Roland Doe era un niño solitario e hijo único, unido especialmente a una de sus tías: Harriet. La tía Harriet era espiritualista (creía en la doctrina del espiritualismo), y siempre animaba a Roland a jugar a la Ouija. Hasta que ella murió, esto resultó algo inofensivo, un dato curioso que distinguía un poco a Ronald de otros niños, pero que parecía no tener consecuencias.

¿Eres tú, tía Harriet?

En Enero de 1949, la tía Harriet muere. Entonces, la casa de los Doe empieza a convertirse en n hervidero de crujidos y susurros, algunos procedentes incluso del colchón de Roland. Todos pensaron que se trataba de una infestación de ratones. Sin embargo, éstos no son capaces de mover muebles ni objetos por el aire. Tampoco podrían seguir a Roland hasta el colegio, haciendo que su pupitre se empotre contra los de los otros alumnos, hiriéndoles, ni provocan que un niño antes normal, empiece a balbucear cosas sin sentido y a comportarse de forma violenta.

¿A qué conclusión llegaron sus padres? Lo más posible era que la tía Harriet hubiera poseído a Roland. Así que llamaron al pastor luterano de su parroquia para que los ayudara. Este pastor, tras ver a Roland, se dirigió directamente a la Iglesia Católica asegurando a los padres del chico que “ellos saben sobre cosas como esta”. ¿Qué pudo asustar tanto a este pastor?

No, no soy la tía Harriet…

Un sacerdote católico de la zona decidió visitarlos. Cuando entró a ver a Roland, éste le gritó: O sacerdos Christi tu scis me esse diabolum, lo que significa en latín “O Ministro de Cristo, sabes que soy el Diablo”.

Tras esto, Roland fue internado en el Hospital de la Universidad de Georgetown, llevada por Jesuitas, en el que realizaron los primeros intentos de exorcizarlo. Tras cinco noches haciendo todo lo posible por echar al demonio, Roland o más bien quien lo había poseído, golpeó al sacerdote en el brazo con un muelle en la cama con una fuerza tan brutal que lo mutiló.

El verdadero desenlace.

A Roland no le daba vueltas la cabeza ni se subía por las paredes de forma natural, pero los Informes que la Iglesia mantuvo ocultos durante muchos años decían que en la piel de Roland solían aparecer mensajes escritos con sangre que decían “Infierno”, “Mal”, y a veces algo tan absurdo como “Hola”.

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Fue entonces cuando entró en acción el padre Bowdern. Roland sentía aversión por lo sagrado y ya hablaba con una voz gutural y escalofriante. Había que hacer algo, le estaban perdiendo. Lo trasladaron al Alexian Brothers Hospital y durante cuatro semanas, cada noche, el padre Bowdern acompañado de otro sacerdote, el padre Halloran, exorcizaron a Roland sin descanso. El padre Halloran fue el elegido para este cometido, ya que era un hombre muy atlético capaz de retener físicamente al chico poseído.

Le preguntaron una y otra vez cuál era su nombre hasta que confesó que respondía al nombre de Spite, que significa “rencor”, “resentimiento” o “deseo de hacer daño”.

Una noche, de pronto, el chico profirió llorando: “¡Satán, soy San Miguel! ¡Te ordeno que abandones este cuerpo ahora!”. Tras un espasmo, el chico dijo: “Se ha marchado”.

Roland nunca volvió a comportarse así, ni de ningún otro modo que pudiera levantar sospechas. Tampoco recordaba nada de lo ocurrido.

Algunos estudiosos aseguran que se trató de un caso psiquiátrico, y no de una posesión, no obstante, esta no es la opinión de los sacerdotes que lo exorcizaron, quienes estaban completamente seguros de que fue una posesión real.

 

 

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