EE.UU, (30 de Marzo).- Acaba de cumplir 32 años y ha rozado el cielo financiero de Wall Street, pero hasta hace poco Julissa Arce pudo haber sido deportada de Estados Unidos en cualquier momento: era otra mexicana indocumentada.
“Quiero contar mi historia para toda la gente que se encuentra en la situación en que yo estaba. Que no dejen que un papel los limite, ni que las leyes les indiquen hasta dónde pueden llegar. Quiero ayudar a cambiar la percepción que este país tiene de los inmigrantes”, afirmó en entrevista.
Además de hacerle vivir atemorizada, su condición migratoria le hizo renunciar a buenas oportunidades laborales por no poder abandonar EU, así como tomar la decisión “más dura de su vida”: quedarse en Nueva York y no despedirse de su padre cuando estaba a punto de fallecer en México.
Arce vivió en Taxco hasta los 11 años, cuando sus padres decidieron que se trasladaría con ellos San Antonio, Texas, un cambio que supuso mucho más que despedirse de una vida acomodada, con asistenta y escuela católica.
“Yo no era consciente de los sacrificios que mis padres estaban haciendo para que yo pudiera tener todo lo que tenía en México”, explicó la joven, que pasó de ver a sus progenitores como unos extraños que le traían regalos, a vivir con ellos en un pequeño apartamento que distaba mucho de la idea del sueño americano.
Vivir con miedo
Cuando cumplió 14 años se le acabó el permiso de turista y comenzó un “miedo” que la persiguió por mucho tiempo. “Un día mi madre me dijo que no podíamos ir a México porque mi visa había expirado y si fuéramos quizás no podría regresar. Me pregunté, ¿qué más significa eso?”.
En ese momento de su vida, las mayores consecuencias de su nuevo estatus migratorio pasaban por no poder acceder a estudios superiores. Afortunadamente, una ley estatal recién aprobada le permitió ser aceptada en la Universidad de Texas, en Austin, donde su esfuerzo y ambición la seguían premiando con las mismas excelentes notas que obtuvo el instituto.
“Al empezar nos mandaron a una orientación y a mí me citaron en la de estudiantes internacionales. Yo decía que era estudiante internacional de México “, recordó.
La construcción de un museo en San Antonio la obligó a cerrar el puesto de churros con el que pagaba la universidad. Sin papeles no podía trabajar y sin empleo no podía seguir estudiando.
Fue entonces que decidió comprar papeles falsificados, con lo que aumentaba su temor a ser descubierta. “No solo es el miedo del día que vas y los compras, es el miedo cada vez que los usas y el saber que en todo momento alguien te puede pedir más información”, afirmó.
“Pero la deportación era solo lo práctico; mi mayor miedo era no poder cumplir mis sueños “, resaltó Arce.
El fruto de estudiar
Arce tenía papeles que la podían llevar a la cárcel; sin embargo, le permitieron finalizar sus estudios con éxito y acabar siendo seleccionada para trabajar en Goldman Sachs, uno de los principales bancos de inversión y símbolo de Wall Street, donde creció profesionalmente hasta tener grandes responsabilidades.
“Mis padres me daban aliento. Me decían que siguiera adelante, y que no dejase que mi estatus migratorio me limitase ni que el gobierno me dijese hasta dónde podía llegar”, insistió.
En 2009, 12 años después de que venciera su visa, se casó con un ciudadano estadunidense que conoció en la universidad, pudo conseguir un permiso de residencia y después la ciudadanía, con lo que , aseguró, volvió a respirar.
“Tal vez mucha gente pueda ver mi historia y pensar que se me hizo muy fácil —aseguró—, pero no lo fue, las consecuencias pudieron ser muy graves”.
Arce dejó Goldman Sachs y, tras reflexionar durante un tiempo, decidió que quería ayudar a las personas que sufren la situación que la atemorizó durante tantos años.
Ahora trabaja en Define American, una ONG que se propone cambiar la cultura del lenguaje y la percepción hacia los inmigrantes en Estados Unidos.
En sus planes también está escribir un libro, y quizás algún día vuelva a la “ambición sana” del mundillo financiero: “Siempre he sido una mujer de negocios, desde chiquitita. Veía que la gente que cargaban la verdura y los abarrotes no tenían nada que comer, y decidí venderles tortas y jugos”, concluyó entre risas.
Fuente: Milenio