Costa de Marfil, África (30 de mayo de 2016).- En Port-Bouët, un barrio de Abiyán, la capital económica de Costa de Marfil, vive una gran comunidad de rastafaris.
Su religión, el rastafarianismo, nació en los años 30 y se presenta como una evolución del cristianismo. Los rastafaris de Costa de Marfil, muy devotos, viven en la orilla del mar, en la sombra que les proporcionan los cocoteros, y sus únicos ingresos provienen de sus actividades artesanales y musicales.
Profesan la paz y la convivencia entre los pueblos, un escenario al que sólo se puede llegar si se siguen los preceptos dictados por Hailé Selassié I, el emperador de Etiopía que consideran como la segunda encarnación de Jesucristo.
El nombre rastafarianismo proviene de Ras (rei) Tafari Makonnen Woldemikael, el emperador que en 1930 ascendió al trono de Etiopía bajo el nombre de Hailé Selassié I con una larga lista de títulos, incluyendo Rey de Reyes, León Conquistador de la Tribu de Judá, Luz del Mundo y Elegido de Dios.
Después de su coronación, muchos vieron en él a Jesucristo en una segunda venida a la Tierra. Nacido en Etiopía, el rastafarianismo se ha establecido gracias al movimiento etiopista, extendido entre la diáspora africana en el territorio de Estados Unidos y de Jamaica a principios del siglo XX, que veía a Etiopía como un símbolo de la resistencia a la opresión y el racismo de todo el continente africano.
Los etiopistas, guiados por Marcus Garvey -un sindicalista y escritor jamaicano que se había mudado a los Estados Unidos-, predicaban la llegada de un Mesías que redimiría a la atormentada Etiopía.
En 1930, asistiendo a su toma de posesión como emperador, vieron en Hailé Selassié I al largamente esperado salvador y a un supuesto descendiente directo de la tribu de Judá. La doctrina del rastafarianismo se basa en la obra de Hailé Selassié I, una figura, de acuerdo con los historiadores, muy cuestionable debido a la violenta represión contra sus oponentes políticos.
Los rastafaris creen en los Diez Mandamientos y en las enseñanzas de Jesucristo, y según ellos el propio Hailé Selassié I es el hijo de Dios que ha vuelto de acuerdo con las exigencias del hombre moderno.
Reconocen como válido el principio de milenarismo, es decir, la idea de que Cristo debe establecer un reino terrenal antes del fin del mundo y del Juicio Final, de acuerdo con los dictados del apóstol Juan: Hailé Selassié I vendría a la Tierra para realizar esta profecía.
Los rastafaris hacen un llamamiento a los africanos deportados, que deben rendir honor a sus orígenes: la idea de la repatriación, que es importante para Hailé Selassié hasta el punto de poner a disposición de quien quiera regresar a África un extenso terreno en Etiopía, se convierte en un punto esencial de la doctrina rastafari.
A lo largo de las décadas el rastafarianismo ha conseguido una difusión modesta. No hay estimaciones oficiales, pero una de las organizaciones rastafaris más importantes, la del Reino Unido, habla de unos 15 millones de fieles en todo el mundo.
Con la excepción de Jamaica, donde reside la comunidad rastafari más grande, los estados africanos son los que albergan el mayor número de creyentes. “Nuestra comunidad tiene una historia bastante reciente.
En el barrio de Port-Bouët estamos presentes desde hace quince años. Al principio no vivíamos en comunidad. Antes nuestro pueblo estaba a un centenar de metros de aquí, pero en 2012, al final de la guerra civil de Costa de Marfil, unos señores ricos pagaron a unos delincuentes para que quemaran el pueblo y nos alejásemos”, explica Salomón, encargado de prensa de la Asociación Rastafari de Artistas de Costa de Marfil (ARAACI).
“Estaban interesados en el terreno en el que nos habíamos establecido. La policía no hizo nada, por lo que nos vimos obligados a desplazarnos unos metros más allá. Al final no hay nada en esos terrenos, hoy sólo quedan escombros. Ese fue el único contraste, si podemos llamarlo así, con la sociedad marfileña.
Los rasta (abreviatura de rastafaris) sólo queremos vivir en paz, nos llevamos bien con todo el mundo y no molestamos a nadie”, enfatiza. La comunidad rastafari de Port-Bouët cuenta con unos 800 miembros, pero los “rastas de verdad”, asegura Salomón, son sólo unos 50. Los más devotos viven en unas coloridas cabañas de madera que están aisladas, mientras que la mayoría ocupan las habitaciones de tres edificios abandonados.
También es de madera la pequeña iglesia que hay en construcción, dirigida por un anciano sacerdote que se hace llamar JA y que habla, al ritmo de una cantinela hecha de susurros, una lengua hecha de palabras inglesas, francesas y criollas.
En todas las paredes del pueblo rasta están dibujadas las caras de Hailé Selassié I, de Marcus Garvey y de Félix Houphouët-Boigny, el primer presidente de Costa de Marfil. Los rastafaris, por lo general personas muy pobres, sobreviven gracias a las ganancias que les proporciona la venta de sus productos artesanales.
Prince Ambassada es, en opinión de sus hermanos, el mejor artesano de la comunidad. “Me gusta decir que me ocupo de los aspectos culturales de nuestra asociación, que se traducen en productos como sandalias, collares, pomadas y champús naturales. También vendemos prendas de ropa, todas hechas por nosotros.
No disponemos de maquinaria moderna, todo lo que hacemos con lo poco que tenemos. Y lo hacemos para promover la cultura”, afirma. Los rastafaris son conocidos por las rastas, unos mechones duros y largos que caracterizan el aspecto de muchos fieles. Predican no cortarse el pelo y no lavarlo con jabón, ya que podría tapar los olores y por lo tanto alejar a los fieles de su estado natural.
Recomiendan hacer actividad física y rechazan las drogas, a excepción de la marihuana utilizada con fines meditativos para llegar más fácilmente a la contemplación de Dios. Los más conservadores también cuestionan la medicina moderna, porque no es natural.
Dentro del pueblo hay una pequeña tienda con las paredes azules. Su gestor, Bonu Bunton, explica las directrices de la alimentación rastafari: “Practicamos la cocina Ital, una palabra rastafari que deriva de ‘vital’, que significa que el que habla está en unión con toda la naturaleza”.
“Se trata de una cocina vegetariana, donde la comida debe ser lo más natural posible, sin aditivos. Para nosotros incluso el alcohol está prohibido, ya que puede conducir a la degeneración del género humano.
Comemos sano y, por tanto, estamos llenos de fuerza”, agrega. La música nyabinghi es la forma más antigua de música de los rastafaris e incluye percusión, cantos y bailes. Se toca durante las ceremonias religiosas.
Natural Man es un joven sacerdote rasta que se ha convertido en uno de los líderes de la comunidad gracias a su fe. Tiene una voz profunda y cavernosa que contrasta con su delgado físico: “Al menos una vez al día los hermanos y yo celebramos a Jah (Dios) al ritmo nyabinghi que tocamos nosotros mismos.
Cantamos todos juntos la alegría del mundo, el mayor regalo que nos ha hecho Jah. Las letras de estas canciones son oraciones de la Biblia y del libro sagrado para los rastafaris y la Iglesia ortodoxa de Etiopía, el Kebra Nagast. Yo recito los versos y mis hermanos me siguen haciendo un coro.
La magnificencia de Jah se grita a todo pulmón”. La música reggae, que nació varios años después que el rastafarianismo, fue, sin duda, el medio por el que esta religión se extendió por todo el mundo.
El reggae destacó al principio de los años 70 gracias a artistas de renombre internacional como Bob Marley, cuyas canciones se escuchan día y noche a todo volumen dentro de la comunidad. ARAACI tiene su propia compañía de producción discográfica, la Faya Love Studio, en el interior de una polvorienta y oscura cabaña pintada de rosa.
La dirige Negosso Sisco, que cuenta con una larga carrera como DJ: “Hace años en nuestro antiguo pueblo tenían lugar festivales de música reggae.
En nuestro escenario han actuado artistas de renombre internacional como Alpha Blondy, Tiken Jah Fakoly, Ijahman Levi e Ismael Issaac. “Por aquel entonces la Faya Love Studio tenía un mejor equipo, pero hoy tenemos que arreglárnoslas con lo que tenemos.
Es todo mucho más difícil, pero tratamos de colocar en el mercado las canciones de los artistas de la asociación. Sin embargo, llevamos a cabo nuestra misión, liberar a África de las cadenas difundiendo el mensaje de paz de Hailé Selassié I a través del arte y la cultura”, dice contundente.
Fuente: 20 Minutos.