Ciudad de México (06 de enero de 2017).- A sólo unos metros de “la línea”, cientos de connacionales no buscan el sueño americano, su anhelo es la calma y la paz.
En los últimos años la llamada puerta de ingreso a Estados Unidos es una esperanza para mujeres y hombres que huyen de la violencia en sus comunidades.
Los cárteles, las pandillas y la inseguridad los obligaron a abandonar sus hogares, a ser desplazados, a buscar asilo político en la Unión Americana.
“Vengo de Guerrero, de Lagunillas. Hay mucha delincuencia allá. Mataron a mi esposo por no querer trabajar con la gente de ahí. Me quedé sola. Me amenazan con mis niñas, que no me quieren ver ahí, y no tengo otro lugar a dónde ir. No puedo regresar. Me dijeron que me iban a matar y que se iban a llevar a mis hijas. Abusan, porque saben que una está sola, se aprovechan de eso”, comenta Laura, madre de dos menores.
La joven de 18 años es una de las connacionales que en los últimos años han buscado asilo político en la Unión Americana por la violencia del crimen organizado.
Abandonó su hogar por los homicidios, extorsiones, secuestros y desapariciones en el lugar donde habitaba. Sus dos hijas y ella fueron amenazadas de muerte.
En México no existe un estudio que dimensione la problemática. Este año, la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) presentó los avances de una investigación sobre el tema. Sin embargo, el organismo reconoció que se trabaja para tener datos más seguros.
Según los registros preliminares de la CNDH, en el país 35 mil 433 personas fueron desplazadas de las comunidades donde habitaban por la violencia en los últimos años.
Sinaloa, Michoacán, Guerrero y Chihuahua son las entidades que presentan el mayor número de personas en esta situación, según la CNDH.
El estudio “La migración forzada mexicana hacia la frontera norte. ¿Y nuestra solidaridad?”, de la Coalición Pro-Defensa del Migrante, indica que cada mes 300 connacionales acuden a la garita de San Ysidro para solicitar asilo en Estados Unidos.
Casas de migrantes y organizaciones civiles en Tijuana mencionaron que, a partir de 2013, las personas desplazadas por la violencia en México son una de las tres principales causas de atención.
“Ellos han venido porque son desplazados por la violencia. Vienen de los estados donde hemos escuchado que hay más violencia, que son Guerrero y Michoacán. Se les están uniendo lo que es Veracruz, Nayarit y Chiapas, son otros estados que se han ido acumulando, pero siempre han ido a la cabeza Guerrero y Michoacán”, comenta la madre Alomeli Limas, integrante del Instituto Madre Assunta.
“Tenemos tres tipos de migrantes. Primeramente, los que son deportados de Estados Unidos, y la segunda clase son los que vienen huyendo de la violencia de Guerrero y Michoacán, especialmente, y el tercer grupo son los que vienen buscando oportunidades de trabajo o mejores salarios”, explica el mayor Andrés Saldaña Tavares, representante de la organización Ejército de Salvación.
Bajo el yugo del crimen organizado.
“Acabo de llegar, tengo unas horas. Me salí por la ola de la delincuencia. Mucha muerte, balaceras, secuestros, amenazas de muerte por parte del crimen organizado. Tiene como diez años que comenzó”, narra Andrés, habitante de Ajuchitlán del Progreso, Guerrero, a quien el crimen organizado le pidió una cuota de 15 mil pesos mensuales.
El joven padre de familia recuerda que, a pesar de la presencia de las autoridades, las organizaciones criminales han tomado el control de la zona donde vivía.
“Empezaron a meterse a mi pueblo. Llegaban en camionetas con mucha gente armada. Se empezaron a llevar a la gente, les exigían que les dieran de comer, que les dieran cuotas para que se armaran de armas”, recuerda.
A sólo unos días de llegar a Tijuana, en la búsqueda de asilo político, explica que la delincuencia organizada asesinó a algunos de sus familiares.
Ante la inseguridad, prefirió abandonar todo y buscar la seguridad que el Estado no le puede garantizar.
“Llegaron a mi casa a decir que les entregábamos dinero para que nos dejaran vivir en paz. Si no entregábamos el dinero se llevaban a alguien de la familia o a uno de nosotros. Me pedían de 10 a 15 mil pesos cada mes. Así no se puede vivir tranquilamente, porque se van a llevar a alguien de tu familia o a ti mismo, o te pueden matar.”
Carlos, originario del municipio de Arcelia, Guerrero, es otro de los jóvenes que en los últimos días llego a la frontera.
Huyó de su casa, junto con la madre de sus dos hijos al ser amenazado de muerte por el crimen organizado.
“Nosotros salimos como hace tres días. Nos venimos en el día. Tomamos un autobús a Cuernavaca, y de ahí otro para Tijuana. En nuestro pueblo, en nuestra tierra nadie puede vivir. Hay balaceras, secuestros y pago de cuota. Si uno no da, matan a las esposas, a las mujeres, a los niños. Me pidieron de 15 a 20 mil pesos cada mes, y sin dinero, matan a los familiares”, refiere Carlos.
El joven comenta que las organizaciones criminales han comenzado a tomar a jóvenes y mujeres como forma de control, al llevárselas a la fuerza a cambio de dinero.
“Se las llevan a la fuerza, las sacan de sus hogares, o en el camino las agarran. Si uno se opone los matan. Yo siento que nunca se va a quitar, se va a poner más feo”, relata.
Pueblos fantasma.
La violencia y la inseguridad que se presenta en diferentes municipios del país ha originado un éxodo de personas de sus comunidades de origen.
En el país existen diferentes pueblos, como en el estado de Guerrero, Michoacán, Tamaulipas, donde los cárteles han originado el surgimiento de pueblos fantasma.
“Mi pueblo ya está vacío, ya casi no hay gente. La mayoría se está saliendo de sus casas, dejan todo por el miedo. La gente que está quedando ahí vive con el miedo por no tener los recursos para salir, están aguantando”, comenta Andrés.
“Hay una que viene de Guerrero y Michoacán. Le pedían cuota por su negocio, por lo mismo que se la pasan extorsionando gente. Allá son pueblos chicos que viven del turismo, pero con las balaceras, los muertos que hay, se están cerrando los negocios. Si no hay gente nos morimos de hambre porque no hay dinero. Yo me quedo aquí, yo quiero cruzar, arriesgarme el tiempo que sea necesario para llegar allá, pero no quiero regresar al lugar de donde vengo”, reconoce Laura.
Fuente: Excélsior.