Capital Política

Por Octavio César Mendoza Gómez

Hay una frase que lo mismo se adjudica a Confucio y a Bonaparte, que a Cervantes y Avellaneda: “Quien no conoce su historia, está condenado a repetirla”. En nuestro país, esa frase es un traje hecho a la medida de la idiosincrasia religiosa de nuestra sociedad, dado su permanente afán de someterse a los rituales del sacrificio electoral que, cual catástrofe prevista, se realizan cada trienio o cada sexenio. La historia de México es, en ese sentido, la memoria del fracaso colectivo de nuestra democracia; fracaso que, igualmente, se encuentra ligado a nuestra herencia cultural de conquistados-revolucionarios-nacionalistas, sin revisar los elementos cruciales que convierten en héroes a los delincuentes y en traidores a los intelectuales. Así, los mexicanos adoramos a figuras macabras como Benito Juárez –el “humilde” indígena que persiguió y masacró pueblos indígenas, y que estuvo a punto de vender la mitad de la mitad que quedaba de México- y a defenestrar figuras geniales como Porfirio Díaz –ese malvado sujeto de cuya admiración por la Cultura francesa y su afán por convertir a México en una potencia económica mundial no dependiente de los Estados Unidos ya nadie se acuerda-, mientras le mentamos la madre a José Vasconcelos –ese “maldito nazi” que fundó la Secretaría de Educación Pública- y le seguimos echando inmerecidas porras a Pancho Villa –ese “líder revolucionario” que cobró miles de vidas a ambos lados de la frontera norte de México-, bajo una confusa moral de que todos roban pero dejan algo, todos son delincuentes, pero hay unos delincuentes que ayudan al pueblo y por eso se salvan de ser condenados al infierno –ya que la impunidad garantiza que no pisen la cárcel.

San Luis Potosí no es la excepción: los potosinos, olvidadizos como somos de repente de nuestros fracasos político-gubernamentales –sobre todo cuando ya estamos hartos de la política y de los gobernantes- dejamos al azar el destino de todos. Así damos paso a la formación de grupos de poder que se asientan sobre las arcas públicas con el poderoso enroscamiento de una boa Constrictor, y que pervierten las sanas formas de convivencia tanto de la sociedad como de los sectores que se desplazan dentro de la misma, hasta volver insufrible la realidad: escaladas criminales de todos los fueros, oscurecimiento del ejercicio de recursos públicos, deficiente funcionamiento de las Instituciones, excesos de poder por parte de quienes lo detentan, sometimiento de la libertad de prensa y violación de las garantías individuales y los Derechos de personas, asociaciones y empresas, colapso de la gobernabilidad y, como final del acto, rebeldía y aplastamiento de los agraviados. Y a pesar de que hay ciertas señales previas, ciertos llamados de algo parecido a una consciencia común que nos indica que es un error conceder el poder a quien no posee vocación de servicio, no nos atrevemos a advertir a viva voz la inminencia del inicio de una era de terror, porque los potosinos también somos gente decente que habla a espaldas del prójimo y tiene miedo de perder su parcela de poder si digo algo, si te veo en la calle y de ti ni me acuerdo. Con brusca facilidad, pasamos de airados ciudadanos inconformes, capaces de echar abajo a un gobernador ilegítimo o a unos diputados corruptos, a sumisos partícipes de la transformación de la pluralidad en biliosa uniformidad monocromática. Caramba: cuando antes exigían, demandaban mejores ofertas políticas, muchos potosinos ahora se conforman con la incumplida promesa de que les rellenen el bache existencial y el garrafón enunciativo de su conformidad.

A lo largo de los dos años que lleva de ejercer el cargo como Presidente Municipal de San Luis Potosí, y de nueve hacer lo mismo –de facto- en el municipio conurbado de Soledad de Graciano Sánchez, la extraña simbiosis Gallardo-Gallardo ha sido objeto de la investigación de diversos medios, tanto locales como nacionales, y de instancias judiciales estatales y federales, que han cuestionado el fondo y la forma de ejercer el poder de la “gallardía” (sea lo que eso signifique, diría Leonel Serrato). El listado es largo, generoso en términos de narrativa histórica, casi de Novela Negra, y abunda en señalamientos de innegable raíz corrupta: desde el inexplicable salto cuántico en términos de posesión de bienes de lujo –como los autos de colección y las residencias y prósperos negocios de su propiedad-, hasta las concesiones de multimillonarias proveedurías de medicamentos a un personas cuya identidad sigue tras el velo del misterio, muy a la Mata Hari, pasando por la entrega de camiones recolectores de basura antiguos, pero adquiridos a precio de autos híbridos de última generación, así como de pagos extraordinarios a los cuerpos policiacos que éstos mismos acusan no haber recibido. Pero igual existen menciones de ocultamiento del destino de recursos federales por miles de millones de pesos, acusaciones de involucramiento en actividades ilícitas e, incluso, la gestión de festivales “culturales” de costos gigantescos no aclarados (excepto el de Letras en San Luis, claro, porque al cabo aquí ni el alcalde lee) y entrega indiscriminada de “beneficios y apoyos” a las bases de su clientela electoral. Y de egolatría mejor ni hablamos: quien se sienta superior a un Santo y crea su historia personal mayor a la de un pueblo, que imponga su nombre a una calle; y quien pueda celebrar su cumpleaños con una cascarita, que se traiga a la Selección Nacional al Alfonso Lastras.

Sin embargo, más allá de todo lo anterior, lo más preocupante es el hecho de que la simbiosis Gallardo-Gallardo, en su incontinencia, se haya desparramado en ataques, señalamientos, editoriales, comparaciones, burlas e incluso amenazas sobre un poder superior. Han sido dos años de una auténtica campaña de descrédito y guerra sucia contra el titular del Poder Ejecutivo del Estado, lo que sin duda ha abonado al desgaste de su imagen pública, pero que en con un golpe mediático magistral (la presencia de los hombres más poderosos de México en San Luis Potosí, dentro de la Cumbre de Negocios 2017) se quitó de la solapa. La desesperación y la lógica ilógica de tratar de acabar el sexenio de Juan Manuel Carreras López en un trienio, ha comenzado a tener efectos contrarios a los deseados por los fanatizados grupos empoderados por la “gallardía” (Op. cit., Leonel Serrato) quienes ya se sienten Secretarios de Gobierno y de Desarrollo Económico, de Turismo y de Cultura, sin percibir el arrastre del vector hacia las coladeras de la historia, pues hay otra potosinidad más consciente, mejor ilustrada, con mayores luces ante el riesgo de metástasis. ¿Y qué ocurre ante ello? Que de pronto emerge una figura de contraste, alguien que parece reconocer y reconocerse entre los que luchan y los que lucharon por un San Luis Potosí democrático, seguro, productivo, y que un día cualquiera te lo encuentras caminando, sin escoltas ni equipos de seguridad que causan más indignación que asombro al pueblo, en el Barrio de San Miguelito, y te invita a conversar acerca de lo que fue San Luis Potosí, y lo que puede ser, y que cuando se despide de ti lo hace deseando volver a verte. No, no es eslogan ni propaganda (quizás, sí, motivo de censura, pues estas líneas fueron la causa de mi adiós a otro medio caído bajo la fuerza del rayo gallardizador y de cuyo nombre no puedo acordarme) sino la leve luz de un recuerdo que, como me lo trajo el Maestro Oswaldo Ríos Medrano, lo aclaro como quien tuvo un sueño: hace cincuenta años, otro Nava estaba combatiendo a otro cacique, y sí: en aquel entonces, San Luis Potosí ganó, porque ganó la dignidad y ganó la democracia.

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