Por Alejandro Rubín de Celis
Por razones de principios ─si es que todavía los hay─, ¿no debe haber alianzas entre partidos ideológicamente opuestos? ¿Sólo se pueden concebir y aceptar si son de la misma ideología? ¿Es irreconciliable que uno sea conservador y otro progresista para efectos de gobierno?
En esta columna el pasado 8 de diciembre cuestioné la alianza PAN-PRD-MC movido por la incongruencia que existe entre un partido conservador como el PAN y uno de corte más liberal como el PRD (al menos lo es en el papel y en otro tiempo lo fue en su actuación). Aún sigo pensando que los principios y las posiciones políticas de ambos en temas como el aborto, la diversidad sexual, la familia tradicional y el matrimonio entre personas del mismo sexo son incompatibles y generarían severas diferencias y hasta conflictos a la hora de gobernar. Sin embargo, quizá estos diferendos podrían ser superados si se antepone un Programa de Gobierno que se comprometen a cumplir las partes que lo impulsan y promueven. Y aquí incluyo la alianza Morena-Partido Encuentro Social (PES)-PT.
En la coalición PAN-PRD-MC, llamada Por México al Frente, lo que ha prevalecido de cara a las elecciones de 2018 es un pragmatismo exacerbado en el que cada uno negocia en busca de obtener la mayor cantidad de cargos públicos para conservar espacios de poder y de privilegios ─y que provocará en campaña apoyos mutuos en algunas ciudades y estados y críticas en otros─, sin que medie una propuesta clara de gobierno que dé alguna certeza a los electores sobre el camino que piensa seguir esa alianza para sacar al país de la crisis en la que se encuentra.
Ese mismo pragmatismo sin proyecto de gobierno operó cuando PAN y PRD se unieron en las elecciones de 2010 para contender por las gubernaturas de Puebla, Oaxaca y Sinaloa, en las que obtuvieron el triunfo pero cuyos gobiernos resultaron desastrosos dadas las ambiciones de poder de sus mandatarios Rafael Moreno Valle, Gabino Cué y Mario López Valdez, respectivamente.
Muy diferentes fueron los gobiernos encabezados por el doctor Salvador Nava Martínez en el municipio de San Luis Potosí a fines de los años 50 y principios de los 80 en torno a los cuales el líder civilista supo aglutinar a ciudadanos de distintas corrientes políticas que lo apoyaron en campaña y luego en la administración pública porque había proyecto y una clara meta de gobierno: el bien común. Y ese proyecto y esa meta son los que no se ven por ningún lado en la alianza PAN-PRD-MC. Nava logró en 1991 lo que parecía impensable: unir al PAN y al PRD, junto con otros partidos y organizaciones políticas en una coalición para competir por la gubernatura de San Luis Potosí. La razón era la misma: gobernar para todos y al margen de intereses y protagonismos de personas, grupos y partidos, aunque finalmente un fraude les arrebató la victoria.
No basta con proponer, como lo hizo el candidato de Por México al Frente, Ricardo Anaya, un ingreso básico universal, que además de su cuestionable viabilidad financiera, no es más que una medida de política social pero no una plataforma integral de gobierno.
La alianza Por México al Frente no es una alternativa para los ciudadanos, no tanto por las diferencias ideológicas, particularmente entre dos de los partidos que la integran ─y que de alguna manera podría salvarse en el ejercicio del gobierno─ sino porque carece de un proyecto viable para los mexicanos y porque su objetivo está en alcanzar el mayor número de cargos públicos para conservar registros y espacios de poder, y no para proporcionar mayor bienestar al grueso de la población.
En el caso de la alianza Juntos Haremos Historia, conformada por Morena, PES y PT también existen significativas diferencias ideológicas entre dos de ellos, pues el primero es de corte progresista y el segundo conservador, pero al menos Andrés Manuel López Obrador de Morena ha presentado ya un vasto programa de gobierno que se han comprometido a cumplir tanto Encuentro Social como el PT y que se caracteriza por un enfoque social.
Por supuesto que Morena y Encuentro Social tienen que discutir desde ahora cómo van a resolver sus diferencias ideológicas ─que ya generaron protestas como las de la escritora Elena Poniatowska y la actriz Jesusa Rodríguez- para adaptarlas a ese programa de gobierno y al diseño e instrumentación de políticas públicas, por si el voto les favorece y llegan a la Presidencia de la República. Pero lo fundamental está en respetar y seguir al pie de la letra una plataforma de gobierno enfocada al progreso y el bienestar de las mayorías.
Es bajo esta perspectiva que los gobiernos de Salvador Nava Martínez tuvieron éxito y que alianzas entre derechas e izquierdas en varios países de Europa ─Holanda, Alemania, Austria, Italia, Bulgaria, Irlanda y Suecia, entre otros─, tanto en regímenes parlamentarios como presidencialistas, han logrado gobernar con estabilidad, más allá de sus diferencias ideológicas.