PRD, el ocaso y el frente

José de Jesús Ortiz

La primera imagen con Ricardo Anaya, de chaleco amarillo y la mano derecha con la V de la victoria, al igual que los principales jerarcas de las diversas tribus perredistas,  tiene la fuerza de un símbolo: el de la claudicación y el pragmatismo. En la imagen aparecen también Jesús Ortega, Jesús Zambrano, Héctor Bautista, Manual Granados, Guadalupe Acosta Naranjo. Todos vitoreando al político panista, quien acudió al histórico edificio del PRD para registrarse como precandidato presidencial.

En la segunda imagen, aparece un muy joven Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel López Obrador, Ifigenia Martínez, Heberto Castillo, y otros fundadores del PRD al momento en que se constituye ese partido (en mayo de 1989), casi un año después de la elección en que se impuso a Carlos Salinas. “Un gobierno de facto”, denunció una y otra vez Cárdenas, tras ser despojado de la elección presidencial de ´88.

Separan a ambas imágenes casi treinta años, un tiempo transcurrido en el cual se da el origen, crecimiento y ocaso del PRD, que fue en su momento la expresión más acabada de construir en México el mayor partido de izquierda, con una base social que venía de la tradición cardenista, de la disidencia priista pero también de las luchas sociales de los años 70’s, de los movimientos armados y la izquierda comunista, entre otras vertientes. Fue el mayor intento por articular una fuerza social de masas que, canalizada en la vía electoral, estuviera en condiciones de llegar al poder. De eso queda nada o queda algo por completo distinto al espíritu que le dio origen.

“Democracia ya, patria para todos”, fue la voz de orden, la consigna que resumía la agenda principal de ese partido. Una apuesta central por la democratización del país (la agenda principal en los 80´s y buena parte de la década siguiente) en la que el PRD desempeñó un papel crucial  para obligar al régimen a abrir los espacios de participación política. Un partido que enfrentó como ningún otro el autoritarismo salinista, que sufrió la persecución y eliminación de decenas de sus militantes a lo largo de ese sexenio (305 perredistas asesinados por motivos políticos, según los registros del PRD). Fue ese el partido fundado por Cuauhtémoc Cárdenas, por Heberto Castillo, Ifigenia Martínez, Porfirio Muñoz Ledo, Adolfo Martínez Verdugo, Andrés Manuel López Obrador, Gilberto Rincón Gallardo, Pablo Gómez, Raúl Álvarez Garín,  Alejandro  Encinas  y muchos otros dirigentes políticos y luchadores sociales del amplio espectro de la izquierda mexicana.  Todos ellos, como muchos otros, fuera ya del PRD.

Si algún perredista –como en Good Bye Lenin, la película alemana-  hubiese entrado en coma en 1990 o 1991, despertara ahora y viera  en lo que terminó el PRD y conociera a sus nuevos compañeros y aliados de partido, seguramente que el impacto sería brutal. En el camino, a casi tres décadas de su fundación, el PRD quedó como un intento fallido por consolidar al gran partido de izquierda que se imaginó. Quizá desde finales de los años 90´s daba ya muestras claras de su agotamiento como fuerza política, con la incorporación de muchos de los peores vicios de la política de partidos, atrapado en la lógica caníbal de sus corrientes internas.

Adolfo Gilly, también fundador del PRD y autor La Revolución interrumpida, advertía desde 2006 que ese organismo político se había convertido en  “un partido exclusivamente electoral y parlamentario. No organiza a nadie en el movimiento social ni le interesa hacerlo”. Una definición exacta para entender la dinámica puramente electoral  que terminó por regir la dinámica del PRD.

Para muchos, la imagen de Anaya con el chaleco amarillo representa la estocada final, la imagen de la claudicación del PRD, a remolque del PAN -su némesis ideológico-, siguiendo su agenda conservadora; en cambio, para otros, desde luego que dicha alianza a través es la expresión de una propuesta política legítima para derrotar al gobierno.

En sentido estricto, los partidos son instrumento esencial para alcanzar el poder, para articular a la  sociedad (agregar intereses) a partir de sus agendas y propuestas. Las alianzas son parte de la dinámica electoral de los partidos -sobre todo en regímenes parlamentarios- y hay múltiples experiencias exitosas en contextos de transición democrática para terminar con gobiernos autoritarios, que las justifican plenamente.

No es el anterior el caso de la alianza PAN-PRD, aunque sus promotores intentan justificarla con una narrativa que apela a la necesidad de derrotar al PRI para poder transformar de fondo al país. “Hicimos lo correcto, unir fuerzas, para derrotar al régimen corrupto”, expreso Anaya el pasado 10 de diciembre el World Trade Center al iniciar su camino como precandidato. Casi como una cuestión plebiscitaria: el cambio prometido  o la perpetuación del PRI.  La narrativa falla porque PAN y PRD fueron aliados del régimen a través del Pacto por México, soportes fundamentales para sacar adelante las reformas estructurales impuestas por los organismos financieros internacionales.  Desde la mercadotecnia política vende más ese discurso que el reconocimiento de la lógica pragmática que une a ambos partidos, parejas bien avenidas con un mismo propósito.

Finalmente, al paso de los meses, la imagen de Anaya en el edificio nacional del PRD podría reflejar el momento en que ese partido escribió su epitafio como fuerza política o por el contrario, en caso de resultar vencedor, será una imagen fundacional de algo por completo distinto a lo que representó ese partido. Un eventual triunfo de Andrés Manuel López Obrador podría representar el vaciamiento de lo que queda el PRD, de sus bases (en los hechos sucede ya), que lo colocarían como un partido testimonial, con presencias regionales y clientelas muy focalizadas como en San Luis.  

Los partidos políticos -parafraseando a Jaime Avilés, el gran cronista de la izquierda en México-, son “seres vivos que nacen, crecen, se reproducen,  envejecen y, por lo general, antes de morir, se pudren”. Es el caso del PRD aunque no es el único, en la circunstancia actual de la política mexicana todas las fuerzas políticas están envueltas en una lógica pragmática que deja de lado los principios para llegar al poder.

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