Oswaldo Ríos Medrano
Disculpe usted la escatología con la que titulo esta colaboración.
Créame que no fue sencillo elegir la forma de calificar el nuevo episodio de corrupción con que esta semana nos asqueó el Congreso de Estado. Sabe usted bien que no suelo usar el recurso fácil del estridentismo, pero no encontré una mejor palabra para definir lo que esos granujas están haciendo en eso que usted y yo llamamos Poder Legislativo, pero que Enrique Flores definió con la genial elocuencia de quien conoce el sistema desde sus entrañas: “cagadero”.
Sí, había otras palabras, sí, pero menos elocuentes para describir lo que ahí pasa.
Alguna vez el notario y columnista Leonel Serrato definió al Congreso como un “molino de carne”, aludiendo al proceso de despedazamiento de reputaciones en una vorágine de rastro de dignidades, pero la metáfora ya se quedó corta. Los señores de la mierda (Héctor Mendizábal, Enrique Flores, Mariano Niño, Jorge Luis Díaz, José Luis Romero, Sergio Desfassiux, Óscar Bautista, Guadalupe Torres, Manuel Barrera y Fernando Chávez) han convertido el parlamento en una letrina.
Recipiente colectivo de sus inmundicias sin conexión al drenaje y cuyo sistema de procesamiento consiste en acumular excrecencias nuevas para sepultar las anteriores, y mucha, pero mucha tierra para disimular el fétido olor y para evitar que la sociedad se percate de las toneladas de retoñitos que los insignes legisladores van sembrando en la tierra fértil de su patria prostituida.
Por eso en honor de la rotundidad descriptiva, esta vez prescindí de eufemismos.
Los señores de la mierda, eso es lo que son, sin ambages y sin taxativas.
No se puede llamar de otra manera al notorio hecho de corrupción en el que un difunto le agradece al diputado Mariano Niño haber recibido un apoyo por 86 mil pesos para despensas, dos meses después de haber fallecido.
Sé que parece un relato digno de un libro de realismo mágico de Gabriel García Márquez, pero es mucho más truculento que eso, déjeme le explico.
Un potosino originario del municipio de Ébano realizó una petición a Mariano Niño (diputado del séptimo distrito con sede en la capital pero que ahora sabemos también tiene embajada en Ébano), debidamente firmada el 22 de octubre de 2016; luego, “recibió” los 86 mil pesos para despensas el 6 de diciembre de ese mismo año; exultante de alegría y gratitud, dirigió una carta de reconocimiento a esos generosos próceres de la patria que son nuestros diputados locales el día 19 de diciembre de la misma anualidad. Hasta ahí la sucinta cronología de los hechos. Todo sería una conmovedora historia de solidaridad legislativa (con dinero de nuestros impuestos), pero lamentablemente el señor J. Santos Jiménez Guevara (supuesto beneficiario) falleció, según consta en su acta de defunción, desde el 8 de octubre de 2016.
Sé que es difícil no sentirse emocionado con el Óscar a la “Mejor Película de Animación” que ganó la entrañable producción “Coco”, en la que se reivindica el recuerdo de nuestros santos difuntos y la importancia de llevarles generosas ofrendas para que puedan estar con nosotros cada 2 de noviembre, pero lo que hizo Mariano Niño son chingaderas.
Encima de todo, lo que más ofende es que su explicación sea sumarse al desconcierto de sus denunciantes y decir que todo es “un complot” para golpetearlo políticamente, ¡cómo si tuviera algún prestigio que perder después de su paso denigrante por el Congreso!
No. Lo que pase con la carrera política de Mariano Niño es muy su problema y de los potosinos si es que lo permiten, pero aquí las preguntas que se deben responder, porque se trata de dinero público, son muy sencillas:
¿Quién fue el miserable que escribió y falsificó la firma de un difunto para pedir un apoyo de despensas al Congreso?
¿Quién es la persona que lleva físicamente el documento a las oficinas de Mariano Niño si el supuesto beneficiario ya había fallecido? Ahí están los videos de las cámaras de seguridad del Congreso, son decenas de ellas, alguna habrá registrado algo.
¿Por qué Fernando Chávez y Enrique Flores (puede preguntársele en alguna de las visitas que haga a la Peni ahora que tiene que firmar cada 15 días) autorizaron regalar 86 mil pesos con la pura palabra de Mariano Niño? ¿Cuántos casos más habrá así? ¿Por qué no hacer la misma auditoría a cada cheque que emitió esa nauseabunda JUCOPO? ¿Se imaginan todo lo que se descubriría?
¿Quién fue a recoger el cheque a las oficinas de Oficialía Mayor y firmó la póliza de recibido? Ahí están las cámaras del Congreso.
¿Quién fue al banco y cambió el cheque por efectivo? Ahí están las cámaras de la institución bancaria.
¿En dónde y a quién se compraron las supuestas despensas? ¿A quién se entregaron? ¿Dónde está la evidencia documental de soporte? La familia de don Santos Jiménez sostiene que ellos nunca recibieron nada, así que la pregunta final es muy sencilla: ¿Quién se robó los 86 mil pesos y por qué carajos no está enfundado en un bonito traje color caqui y hospedado en el penal de La Pila?
¿Golpeteo político? Hay formas menos imbéciles para tratar de distraer sobre un latrocinio.
Si Mariano Niño no tiene ninguna responsabilidad en este indignante caso, debería ser el primer interesado en buscar a los culpables. Para ello, es necesario que se separe de la diputación y litigue su causa de tiempo completo, que ponga a trabajar intensivamente al Ministerio Público y encuentre al hijo de puta que además de robarse 86 mil pesos en nombre de un difunto, tejió toda esta trama para hacerlo parecer a él como el culpable. Cuando lo haga y ese facineroso esté tras las rejas, le deberemos a Mariano Niño una disculpa pública y múltiples actos de desagravio.
Mientras ello no ocurra, este episodio será recordado como la última ida a defecar de uno de nuestros “inmaculados” representantes populares. Claro, hasta que otro “respetable” parlamentario haga uso de la letrina y el olor de su nuevo donativo intestinal nos haga vomitar más fuerte que el anterior.
¿Y la Fiscalía Anticorrupción de Jorge Vera? ¡Vieran que buen papel higiénico usan en la procuraduría!
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