Por Victoriano Martínez
A partidos –literalmente– revueltos, ganancia de politiqueros.
El politiquero –han definido algunos académicos– trata de imitar en lo más posible al político. Aparenta trabajar a favor del bien común, cuando en realidad utiliza los métodos políticos para su beneficio, se vale de un discurso políticamente correcto, de recursos públicos para impresionar, de ataques a sus opositores y cambia de posición rápidamente si ello beneficia sus intereses.
La Real Academia Española define el verbo politiquear, en su tercera acepción, como “hacer política de intrigas y bajezas”.
Los partidos políticos en manos de politiqueros se convierten en instrumentos para que esos personajes puedan aparentar que trabajan a favor del bien común… así recurran a intrigas y bajezas.
Si a nivel personal un politiquero cambia de posición rápidamente si eso beneficia a sus intereses, un partido de politiqueros lo hace también y, de cara a los procesos electorales, promueve y se alinea a la que considera que pueden ser la coalición ganadora.
El Partido Verde Ecologista de México resulta el prototipo por excelencia de tal politiquería: con el PAN a principios de siglo, con el PRI para acompañarlo en su regreso al poder y ahora con MORENA. Un partido que camaleónicamente se aferra a contar con cargos públicos.
La noche del pasado martes, la sede del Consejo Estatal Electoral y Participación Ciudadana (CEEPAC) fue el escenario para que se manifestara el nivel de degradación de la política y se dejara ver como una deleznable politiquería.
PRI-PAN-PRD-PCP y MORENA-PVEM-PT-PANAL solicitaron el registro de sendos convenios de coalición en actos que desdibujan la razón de ser de los partidos.
En apariencia, dos posturas de lo que se quiere para San Luis Potosí y para México, a ser sometidas al voto en junio próximo. El discurso políticamente correcto.
En los hechos, el reagrupamiento de los intereses políticos y económicos de quienes ostentaron y compartieron el poder hasta antes de 2018, y la cargada convenenciera de quienes pretenden mantenerse dentro del presupuesto al lado de un proyecto que los tolera por considerar que le son útiles para dar cauce a su propósito político.
Cambios de posiciones centrados en sí mismos con unificaciones aberrantes de opuestos históricos que representan una burda burla a la ciudadanía. Cambios de posiciones que buscan votos para la coalición a la que ven como ganadora, pero sobre la que no dan ninguna explicación razonable –¿porque no la hay?– a la ciudadanía, condenada a votar a favor de intereses que desconoce.
Tanto resultan los partidos meros instrumentos politiqueros que, cuando el registro de coaliciones supone una reducción en el número de candidatos que aparecerán en la boleta, comienzan a proliferar aspirantes a las postulaciones, más con intrigas y bajezas que abren especulaciones sobre sus verdaderos propósitos que otra cosa, incluidas advertencias sobre caballos de Troya.
Fulana y sutano se inscribieron para la grande para ver qué les toca en cargos más abajo; este y aquella le entran para ayudar al de la otra coalición para que el que salga de esta llegue debilitado; unos y otras, si no obtienen una posición aquí, con facilidad traicionarán y trabajarán para el grupo opuesto… Los politiqueros están de fiesta.
Un espectáculo denigrante en el que se exhiben todos tan igual de politiqueros (volver a ver segundo párrafo), sin vocación democrática ni respeto para la ciudadanía, que resulta inverosímil que se atrevan a pedir a la población que acuda a votar para elegir a uno de ellos.