Texto y fotografías por María Ruiz
La noche del martes comenzó a cubrirse con un manto de nostalgia. El viento frío abrazaba a todos los presentes en la explanada de Soriana El Paseo, donde amigos, familia y compañeros de oficio se reunieron para dar el último adiós a Dariana, la joven skater, estudiante y trabajadora que fue víctima de feminicidio tras ser despojada de su automóvil en la delegación de La Pila. Esa noche no había espacio para la indiferencia; el dolor se respiraba en el aire, y el peso de su ausencia era palpable, como si el mundo mismo reconociera que algo muy importante se había perdido.
El ambiente, teñido de tristeza, también se impregnaba de un toque de celebración. Jóvenes en patinetas hacían piruetas en su honor, como si cada giro en el aire buscara alcanzar a Dariana en el lugar donde ella ya no podía estar. Estudiantes, con los ojos llenos de lágrimas, contaban anécdotas sobre su compañera: “Nunca vimos a Dariana enojada”, repetían una y otra vez, como si aferrarse a ese recuerdo alegre pudiera mitigar el sufrimiento. “Era pura luz, siempre con una sonrisa, y ahora esa luz se ha apagado”, dijo Miriam Muñiz, con la voz rota por el llanto.
A las 7:30 de la noche, una caravana silenciosa se formó para recorrer las avenidas. Tomaron Salvador Nava, como si cada paso los acercara más a ese inevitable adiós que nadie estaba preparado para dar. Al llegar a Himno Nacional, el dolor se hizo aún más real. En las palabras de Miriam, se leía el desconcierto de una comunidad que nunca imaginó perder a Dariana: “Era una niña bien inteligente, siempre de promedio 10… todos estamos devastados”.
Mientras la caravana avanzaba, las luces de las motocicletas brillaban como pequeños faros de esperanza, pero también de impotencia. Los motociclistas, compañeros de su labor en InDrive, jugaban con las luces de sus motos, como si esos destellos pudieran iluminar el oscuro camino que Dariana ya no recorrería. A medida que se acercaban a la Funeraria Imperial, el ambiente se tornaba más pesado. “¿Cómo vamos a salir ahora? ¿Con qué confianza?”, se preguntaban los conductores y repartidores que, como Dariana, enfrentan el mismo riesgo todos los días.
Al llegar, el féretro fue lo primero que muchos vieron a lo lejos. Y en ese instante, el peso de la realidad golpeó con fuerza. No era sólo Dariana la que se iba; se marchaban también sus sueños, sus risas y cada momento no vivido. Ahí, frente al recinto funerario, los repartidores en moto comenzaron a girar sus llantas, quemando el caucho en señal de protesta, en un grito silencioso que decía: “¡Justicia!”. El sonido de las llantas quemándose era como un eco del dolor que sentían todos. La impotencia se percibía en el aire, y las lágrimas rodaban por rostros que, quizás, jamás pensaron llorar en un momento así.
Cristina Villa, conductora como Dariana, tomó la palabra: “Es muy lamentable que a raíz de un hecho como este nos unamos. Deberíamos estar juntos antes de que algo así suceda, pero hoy, hoy estamos aquí… unidos en el dolor”. Las palabras de Cristina resonaron como una súplica, no sólo para los presentes, sino para las autoridades, pidiendo más seguridad en zonas rojas, más vigilancia en las colonias conflictivas, más humanidad en su trato hacia quienes solo buscan ganarse la vida.
Cuando el féretro finalmente descendió a una de las salas velatorias, un minuto de aplausos rompió el silencio. Era un homenaje, pero también un recordatorio de lo efímera que es la vida. Entre la multitud, casi imperceptible, la hermana de Dariana lloraba desconsolada. Las lágrimas caían bajo su casco, como si las barreras físicas no pudieran contener la tristeza que emanaba de su ser. Los abrazos se multiplicaron, y las oraciones se elevaron al cielo, pidiendo por Dariana, por su descanso, y por justicia.
En silencio, todos se organizaron para entrar y despedirse. Dariana sería cremada una hora después, como ella misma había pedido años atrás. Con cada paso hacia la despedida final, se sentía como si una parte de cada uno de los presentes se quebrara. Esa chica joven, llena de sueños, de inteligencia, de ganas de vivir, ahora descansaba en paz.
Dariana, la “güerita” que siempre sonreía, ya no está. Pero tal vez, en algún rincón del cielo, esté patinando libre, como lo hacía en vida. A su familia y amigos les queda el consuelo de haberla conocido, de haberla visto brillar, y el dolor de saber que cualquier persona, como ella, puede ser vulnerable en este mundo. Descansa en paz, Dariana.